Teatro en vena
Qué grande es el teatro cuando es tan pequeño que cabe en una cáscara de nuez. Cuando te vuela la cabeza como un disparo y ... te deja el corazón palpitando en un charco oscuro. Cuando zarandea tus cimientos y te hace temblar. Qué grande eso de que un perfecto desconocido se coloque delante de ti, se desnude y resulte ser un reflejo de ti mismo en un espejo roto. Qué grande y qué verdad es el teatro así.
Un año después, todavía me estremece recordar la impresionante 'Gaviota' chejoviana del argentino Guillermo Cacace y cinco actrices descomunales, Clarisa Korovsky, Marcela Gerty, Paula Fernández MBarak, Muriel Sago y Romina Padoan, sentadas a la mesa, codo con codo con los espectadores, sin moverse de la silla, pero haciendo volar ese texto a una altura emocional imposible de describir. Eso es Fitlo: teatro en vena.
Las obras
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'Huérfanos' (España). Autor: Dennis Kelly.
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Versión y dirección: Luis Sorolla.
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Intérpretes: Nacho Sánchez, Irene Serrano y Pablo Gómez-Pando.
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Riojafórum 29 de septiembre
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'Ayoub' (Argentina). Autora: Marina Otero.
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Intérpretes: Marina Otero e Ibrahim Ibnou Goush.
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Nave 31: 3 de octubre
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'Suavecita' (Argentina). Texto y dirección: Martín Bontempo.
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Intérprete Camila Peralta.
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Sala Gonzalo de Berceo: 5 de octubre
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IX Festival Iberoamericano de Teatro de La Rioja (Fitlo)
Una puesta en escena casi tan sobria proponía 'Huérfanos' en la apertura del ciclo este año, con Nacho Sánchez, Irene Serrano y Pablo Gómez-Pando ocupando los vértices de un triángulo formado por un público muy reducido y demostrando que también hay jóvenes actores españoles capaces de explorar debajo de su piel y de la nuestra hasta que duele. En esa geometría básica y cerrada, como en la engañosa seguridad doméstica de un apartamento familiar, en torno a una estructura de hielo sucio que, al deshacerse gota a gota, va dejando una mancha negra en la moqueta, logra penetrar la presencia ominosa y amenazadora de un miedo del que quizás nos creemos a salvo sin estarlo de veras: el racismo, el nuestro.
La crudeza del texto del británico Dennis Kelly (2009), magistralmente acotado por Luis Sorolla, más allá del drama original de dos hermanos ya adultos que crecieron sin el calor de un hogar, adquiere terrible actualidad en nuestros días de creciente xenofobia. Es sencillamente inapelable el alegato de uno de ellos ante la superioridad moral de su cuñado por una supuesta 'inocencia' que no le ha costado ningún esfuerzo. Algo así como: no te culpo, pero cómo me gustaría bajarte de tu pedestal de niño afortunado, arrastrarte por el barro y que pruebes al menos una mínima parte de la mierda que yo he tenido que tragar a lo largo de mi vida.
Eso es lo que nos dice este teatro: prueba mi angustia y dime a qué sabe.
También nos hacen cuestionarlo todo 'Ayoub' y 'Suavecita', dos brillantes joyas de plata, cómo no, argentinas. Lo de Marina Otero, una máquina de conectar ganchos al hígado, es un autodocudrama de alto riesgo personal que echa por tierra el egotismo eurocentrista del ciudadano medio occidental –me recordó la fuerza performativa de Angélica Liddell–. Ella recluta en Tánger a un joven para su proyecto artístico, una pareja de conveniencia a cambio de papeles, sin advertir hasta el final que su acuerdo es en realidad otra forma de colonialismo y sin ser capaz de prever que el amor pactado termine convirtiéndose en verdadero. Quizás incluso el genocidio en Palestina, siempre de fondo en el furioso e impactante relato de Marina, sea una metáfora muy real en la que a diario mueren asesinados niños llamados Ayoub, mujeres que hacen fila para conseguir alimentos y poetas sin palabras.
Y lo de Camila Peralta... bueno lo de Camila es pura delicia en su aparente inocencia: una actriz vertiginosa y brillante como un rayo que se transforma con la voz, con el cuerpo, con los ojos, para encarnar los distintos personajes escritos por Martín Bontempo y enamorar con el principal, la Suavecita con mano de santa, pajillera de hospital, que va dando placer a enfermos terminales y obrando milagros. Divertida y triste a la vez, también ella tiene la virtud de remover nuestra complacencia y lograr con aparente sencillez algo muy complejo: emocionar.
Los tres son ejemplos de un teatro joven y comprometido que no te quita la vista de encima y te obliga a estar ahí, haciéndote las preguntas incómodas que nunca te haces. Eso es lo que nos dice el extraordinario e imprescindible Fitlo: prueba este teatro y dime si no eres tú.
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