La resurrección de Jesús, centro de la vida cristiana
IGLESIA ·
Creo recordar que en años anteriores, y como colofón de la Semana Santa, siempre he recordado el hecho maravilloso de la resurrección de Jesús, el ... Hijo de Dios. Este año también lo voy a hacer. Pero no con mis palabras, sino –y no solo para variar– con las palabras de un riojano ilustre y gran amigo, César Izquierdo Urbina, vicedecano de la Facultad de Teología de la Universidad de Navarra, doctor en Teología y doctor en Filosofía. Las palabras que recojo de él pertenecen a una entrevista concedida al diario ABC digital, planteada «para aclarar qué hay de mito y de realidad en la resurrección de Jesús».
Comenzó afirmando algo tan trascendental para la humanidad –y no solo para los creyentes– como lo siguiente: la resurrección de Jesucristo es «un hecho sucedido en la historia –hace dos mil años– y al mismo tiempo es un misterio de fe». Es un hecho tan importante que La Iglesia siempre lo ha calificado, ya desde el tiempo de los apóstoles, como el centro de la vida cristiana. No es un mito que solo tiene una relación simbólica con la existencia humana, no. Es un hecho acaecido en la historia y en nuestro mundo.
Y hay otro matiz que destaca el profesor Izquierdo: «La resurrección de Jesús no fue una vuelta a su anterior existencia humana, como había sucedido con Lázaro que, resucitado por Jesucristo, volvió a la vida y que más adelante moriría de forma definitiva. Jesucristo resucitó con su cuerpo, pero a una vida no ya de este mundo, sino en Dios.
¿Pruebas de que Jesús resucitó realmente? En primer lugar, el testimonio valiente y decidido de los testigos: los doce apóstoles, algunos discípulos y algunas mujeres. Este testimonio se ve avalado por el sepulcro vacío en el que ya no estaba el cadáver de Jesús. Y, por último, las apariciones del Resucitado. Los testigos que afirmaban haberse encontrado verdaderamente con Jesús resucitado eran los mismos que lo habían abandonado por miedo durante la pasión. Como dice Benedicto XVI en su obra 'Jesús de Nazaret': «Algo debió pasar para que los apóstoles, que habían huido cobardemente de Jerusalén durante la pasión de Jesús, volvieran a los pocos días llenos de ardor a predicar que Cristo había resucitado. Lo que pasó fue sencillamente que el que había muerto en la cruz, había resucitado realmente. Y ¡ojo! no hay que olvidar algo muy definitivo: los discípulos de Cristo estuvieron dispuestos a dar su vida y, de hecho, la dieron, por mantenerse 'en sus trece' de que habían visto y tratado al mismo Cristo, al que habían seguido por todas partes en el espacio de tres años. Lo del martirio es algo muy serio, entonces y siempre. En el fondo, todos los mártires de la historia –miles y miles– lo han sido por afirmar con la entrega de sus vidas la resurrección del Hijo de Dios.
También el autor de estas declaraciones pone en valor el hecho de que la fe en la resurrección obliga a tomarse en serio la encarnación. «Cristo no es una idea ni tampoco un prototipo espiritual que sirve de inspiración para las diversas experiencias humanas. También es eso, pero, sobre todo, Cristo es el Hijo de Dios hecho hombre, el Mediador entre Dios y los hombres». La resurrección del Señor es lo que garantiza que su enseñanza, su vida, su infinito amor a los hombres, su entrega amorosa en la Pasión no era algo simplemente humano, por muy ejemplar y heroico que se pudiera considerar, sino que respondía a la presencia misma de Dios entre los hombres. Esto explica que san Pablo llegara a afirmar algo que los cristianos que se han tomado en serio su cristianismo comprenden muy bien: que «si Cristo no ha resucitado, somos los más desgraciados de los hombres».
Resumiendo: la resurrección de Cristo es la mejor muestra y definitiva de que la muerte no tiene la última palabra. La última palabra la tiene la vida. ¡Cristo es la vida! Ninguna ley humana puede legitimar el que la muerte tenga la última palabra ni al comienzo ni al final. ¡Viviremos con Él! Esta es nuestra esperanza.
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