Carlos López-Otín | Bioquímico y divulgador
«La peor toxicidad es la que ejercemos unos humanos sobre otros»El científico sostiene que salud biológica y mental son factores de la misma ecuación y defiende el afecto frente a la violencia
Si, como defiende Carlos López-Otín, «los estímulos emocionales son uno de los mejores elixires de longevidad», su paso por Logroño fue un surtidor ... de vida. El bioquímico y divulgador científico abrió el jueves el curso del Ateneo Riojano con una conferencia que, además de una clase magistral sobre salud, fue un viaje al centro del ser humano: a la conciencia de su fragilidad biológica, al asombro por su capacidad de sobreponerse a la adversidad y, sobre todo, un viaje al altruismo, la curiosidad, el arte y el afecto como antídotos contra la toxicidad. «Hay dos toxicidades –dijo–, la ambiental y la humana, la que ejercen o ejercemos unos humanos sobre otros. Es la peor que conozco, es devastadora».
Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular en la Universidad de Oviedo, todo un referente internacional en el estudio del cáncer, el envejecimiento y las enfermedades raras, Carlos López-Otín (Sabiñánigo, Huesca, 1958) ha dedicado los últimos cinco años a escribir libros con el deseo de compartir, más que sus vastos conocimientos, su insaciable sed de saber.
Es sin duda un sabio, un sabio clásico y moderno a la vez, y sin embargo un sabio que insiste una y otra vez, como Sócrates, en su propia ignorancia: «Mi piedra de Sísifo es la piedra de la ignorancia, lo que pasa es que he aprendido a empujarla, porque, si no, no hay quien aguante tantos años cargando con tanta ignorancia». Y añade: «Todos somos ignorantes, afortunadamente no ignoramos las mismas cosas y así, entre todos, vamos saliendo adelante».
«Los estímulos emocionales son uno de los mejores elixires de longevidad»
A diferencia de otros científicos, tan especializados en su campo pero sin ojos para casi nada más, López-Otín destaca además por su empatía humanista, por una riqueza cultural extraordinaria y por un talento comunicador que quedó demostrado ya desde sus primeros libros.
Así llegó la 'Trilogía de la vida': 'La vida en cuatro letras', «que habla de los lenguajes que hacen posible cada instante de vida en cada organismo»; 'El sueño del tiempo', «una reflexión sobre el envejecimiento y las posibilidades que tenemos de modificarlo»; y 'Egoístas, inmortales y viajeras', «las propiedades que distinguen a las células tumorales».
«He trabajado casi cuarenta años en los genomas y los genes del cáncer –cuenta– y ha sido estos últimos años cuando me he dado cuenta de que el cáncer no es la enfermedad más grave pero sí la que nos hace sentir más vulnerables. En este mundo en el que parece que la imperfección y la vulnerabilidad son mal vistas, un diagnóstico de cáncer nos hace sentir todavía más frágiles».
Todo, en especial las enfermedades, le lleva a reflexionar de esa manera sobre la condición humana. Por ejemplo, al recordar que hoy día hay cien millones de enfermos de alzhéimer en el planeta, lanza una pregunta simple: «¿Conocéis a alguien que se haya curado?» Y después de una pesada pausa y un silencio unánime, concluye: «Eso es un recordatorio de nuestra insignificancia».
«La salud es una cultura de vida, un don sobre el que tenemos que trabajar»
Así, con esa certeza siempre en mente, la fragilidad, decidió seguir escribiendo, pero esta vez sobre la salud. Y al preguntarse qué es la salud, se negó a conformarse con una respuesta que no fuera en positivo. En los libros anteriores había viajado al centro de la vida y en el que se proponía escribir viajaría al centro de la salud. «Este viaje es el que me lleva a pensar que la salud no es solo la ausencia de enfermedad, es una colección de dones que tenemos todos y que se manifiestan en forma de silencio, sabiduría y armonía del cuerpo. Eso construye la cultura de la vida. La salud es una cultura de vida. Es un don sobre el que nosotros tenemos que trabajar y corresponsabilizarnos cada vez más».
Sobre la levedad
El resultado de ese viaje es 'La levedad de las libélulas' (Paidós Contextos), un libro extraordinario de un científico extraordinario. «El poeta de la ciencia», como lo describió Luis Alfonso Iglesias Huelga, profesor, filósofo y poeta, al presentarlo en el Círculo Logroñés. Durante dos horas que pasaron volando, más de doscientas personas escucharon sin parpadear una charla erudita repleta de referencias artísticas y culturales. Leonardo y Dante, Miró y Jaume Plensa, Diego Rivera y Frida Kahlo, la poeta Wislawa Szymborska, Borges, Cortázar, García Márquez y otros le ayudaron a demostrar que «la ciencia revela la belleza del mundo».
Quizás sea un heterodoxo pero no es ningún bicho raro. Carlos López-Otín es afable y cercano, lee incesantemente, escucha música, visita museos y va al cine, pero no tiene televisor, prefiere observar y hablar con la gente. Disfruta intentando explicar a su pescadero el genoma, el epigenoma, el metagenoma, el proteoma... «¿Pero no tiene fin?», cuenta que le interrumpió su amigo, algo abrumado. «No –le contestó él con toda naturalidad–, lo que no tiene fin es la ignorancia». De esto está convencido: «La gente tiene curiosidad y la interpreta a su manera y, si tú le das el alimento, crecen las magias de la creatividad».
«Hay 17.000 enfermedades. Lo asombroso es estar sano, ese es el milagro cotidiano»
También, al más puro estilo machadiano, conversa con el hombre que siempre va consigo. Así, cierto día, la visión fugaz de una libélula en un parque de París donde solía detenerse cinco minutos cada mañana a descansar la mente en la contemplación de un estanque le inspiró la trascendencia de la levedad:
—¡Qué criatura tan bella y tan frágil! —pensó.
—¿Y yo? —se preguntó— ¿Soy frágil?
—Mucho —se dijo.
—¿Y los demás?
—Todos.
De ese modo abrió la ventana hacia el libro que le rondaba la mente: «Voy a escribir de la vida y de la salud, que son dos palabras muy bellas, dos dones maravillosos, pero provisionales los dos. Son tan efímeros como 'el vuelo de una libélula frente al sol', ese cuadro de Miró en el que me inspiré para este libro. Y también tan efímero como lo que sucede dentro de nosotros en cada instante».
Se refiere al proceso de copia del material genético, nuestro ADN, lo que él llama «las letras de la vida»: «Tres mil millones en cada célula. Es todo lentísimo, porque se copian a cien letras por segundo y no caben errores, cada error es una mutación y una mutación puede ser un cáncer o una enfermedad hereditaria y minoritaria. Un cambio entre tres mil millones. Esas son las dimensiones de nuestra fragilidad y de nuestra levedad».
Hace más de cincuenta años, en Sabiñánigo, su pueblo, entendió «la grandiosidad de la naturaleza y pensó: «Esto tiene que tener algunas claves». Así fue como empezó a estudiar «las claves de la vida». Ahora, puesto a estudiar «las claves de la salud» fue Albert Einstein quien le vino a la cabeza: «Einstein dijo que lo más incomprensible del universo es que sea comprensible y a lo mejor con la salud pasa lo mismo».
«Lo importante no es mantenerse vivo sino mantenerse humano, esto lo aprendí de Orwell»
Sí, también dialoga con otros sabios: Einstein, Newton y Darwin están para él en lo más alto. Son sus mentores, los maestros que le indican el camino, no hacia las respuestas, sino hacia «las preguntas correctas» que hay que plantearse. Por ejemplo: ¿qué es la vida?
En 1927 se celebró en París la quinta Conferencia de Solvay, la cumbre donde las mentes más brillantes del siglo XX cimentaron las bases de la física cuántica. En aquella treintena de eminentes científicos –entre los que, por cierto, solo había una mujer, Marie Curie– estaba Einstein, por supuesto, y estaba también Erwin Schrödinger, padre de la mecánica cuántica y autor del libro '¿Qué es la vida?'. Ni ellos fueron capaces de dar con la solución, en cambio, menos de veinte años después, como lamenta López-Otín, «sabíamos hacer una bomba atómica y sabíamos lanzarla».
Los que, para él, al menos sí descifraron «el gran secreto de la vida», la estructura de doble hélice del ADN, fueron Rosalind Franklin, James Watson y Francis Crick, aunque con serias desavenencias entre ellos. Entonces cabe resolver: «La vida es información. Y ¿cuál es el mecanismo de copia? Que la vida viene de la vida».
«La verdad está en nuestra fragilidad y en la capacidad de responder a la adversidad»
Por eso estudiar las células encomendándose a Nuccio Ordine, autor de 'La utilidad de lo inútil': «¿Es útil estudiar una molécula que a nadie le importa? Muy útil. ¿Es útil descifrar un genoma? Claro que sí. Pero hasta 2001 no desciframos el primero completo de un paciente con cáncer».
De modo que ¿qué es la vida?, continúa López-Otín con su diálogo interior: «Ni idea. Cada uno lo que le pasa y, entre todos, todo».
Un poema de Szymborska titulado 'Contribución a la estadística' le hace recordar que todos somos diferentes, únicos y, sobre todo, finitos: 'De cada cien personas, las que viven continuamente angustiadas por algo o por alguien: setenta y siete; las capaces de ser felices: como mucho, veintitantas; las inofensivas de una en una pero salvajes en grupo: más de la mitad seguro; (...) las mortales: cien de cien. Cifra que por ahora no sufre ningún cambio'.
Ciertamente la mortalidad, muy a pesar de cuatro multimillonarios que querrían perpetuarse, sigue formando parte del ciclo de la vida. «Somos vulnerables e imperfectos, digan lo que digan, porque forma parte de nuestro legado evolutivo». Y eso nos devuelve a la fragilidad de las libélulas humanas, al hombre de Vitruvio, «icono y puente entre la ciencia y las artes, entre la salud y la vida».
La fórmula de la salud
López-Otín ha contado más de 17.000 entidades patológicas, 17.000 tipos de enfermedades. «Es abrumador –reconoce–. Lo asombroso es estar sano. Ese es el milagro cotidiano, no hay otro comparable. No soy religioso, aunque sí muy espiritual, pero creo en ese milagro espectacular: lo asombroso es tener salud porque somos imperfectos». Y aún hay que añadir las enfermedades emocionales, los «eclipses de alma».
«Hay que seguir. Aunque el mundo se vaya a acabar mañana, hoy hay que plantar un árbol»
Está la evolución biológica –3.800 millones de años– y está «la evolución cultural que nos ha permitido sentir, hablar, aprender, leer, disfrutar de la música...» «Pero también nos ha traído todos estos desastres: el sedentarismo, la intoxicación, los malos hábitos nutricionales y la tristeza galopante, la epidemia de soledad». El 'planeta Melancolía' de Lars von Trier.
Por eso sostiene que «la salud biológica y la salud mental son factores de la misma ecuación» y así figura en su fórmula de la salud: tiempo más espacio (que todo en el cuerpo ocurra en su espacio y a su debido tiempo), regulación y reparación, nutrición, ejercicio y sueño reparador, menos estrés y toxicidad. Su gran contribución a la humanidad, pero no la única.
Contra esa violencia tóxica, este singular hombre de ciencia defiende, como Juan Genovés, el abrazo, «el exposoma amable, el afectoma», algo que todavía no proporcionan las máquinas. Y así recuerda las palabras de Orwell: «Lo importante no es mantenerse vivo, sino mantenerse humano».
Ahora, después de años analizando miles de genomas, Carlos López-Otín prefiere estudiar lo que en medicina se llama n = 1, casos individuales sin respuesta. «De uno en uno a lo mejor puedes descubrir alguna solución que pueda servir a una sola persona».
Fue así como conoció a Sammy Basso, afectado por progeria, una enfermedad extremadamente rara que acelera el envejecimiento y de la que fue uno de los más longevos: «No había ninguna batalla que luchar, solo una vida que abrazar», solía decir. De él, al que trató hasta ser colegas, aprendió que «la última verdad está en nuestra fragilidad, sí, pero también en la asombrosa capacidad humana de responder a la adversidad».
Y fue Sammy quien le enseñó que «siempre hay que seguir». Porque, para cumplir el sueño de Martin Luther King, «aunque el mundo se vaya a acabar mañana, hoy hay que plantar un árbol».
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