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Stuart aborda la homosexualidad en la periferia de los barrios obreros en 'Un lugar para Mungo'. R. C.
«La gente gay sabe que la amenaza de violencia nos persigue a todas partes»

«La gente gay sabe que la amenaza de violencia nos persigue a todas partes»

Douglas Stuart, ganador del Booker, regresa al Glasgow obrero y escribe una historia sobre un primer amor entre chicos homosexuales

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Lunes, 6 de marzo 2023, 00:14

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Es llamativo que un diseñador que ha trabajado para marcas tan afamadas como Ralph Lauren y Calvin Klein pruebe suerte en la arena literaria. Sin embargo, Douglas Stuart lo ha hecho, lo cual en su caso es aún más meritorio. Primero porque carecía de experiencia en el campo de la escritura y, segundo, porque frecuenta muy poco los círculos intelectuales. Si la literatura exige trabajo concienzudo, silencio y calma, la moda es lo contrario: brillo efímero que dura una temporada.

Quizá la página en blanco permita mejor el ejercicio de la memoria que el diseño. Aunque afincado en Nueva York desde hace dos décadas, el escritor lleva a Glasgow en la sangre. En el Glasgow obrero, ferroviario y siderúrgico, una ciudad embrutecida por la violencia, el alcohol y una desbordante testosterona, creció un muchacho gay al que en medio de ese paisanaje de tipos rudos y toscos era misión imposible expresar su homosexualidad. Ese chaval, Douglas Stuart, de 46 años, ganó el Premio Booker en 2020 por su exitosa 'Historia de Shuggie Bain'. Stuart acaba de publicar en España 'Un lugar para Mungo' (Random House), una novela de aprendizaje de aromas dickensianos y que cuenta la historia de amor de dos adolescentes que viven en un barrio de clase obrera en el Glasgow deprimido y desindustrializado de los años noventa.

Stuart bebe de su propia biografía para alumbrar su segunda novela. «Si tienes dinero, puedes escapar de esa violencia, puedes cambiarte de colegio o ir al psicólogo. Pero para la clase obrera no hay salida, está subordinada a la violencia. Lo que me interesaba reflejar es hasta qué punto la violencia y la ternura pueden coexistir; esa lucha es universal», dice el escritor en una rueda de prensa vía Zoom.

Piensa Douglas Stuart que la homofobia está en todos los rincones de la sociedad. Ningún país escapa a esa presencia huraña. «La gente gay sabe que la amenaza de violencia nos persigue a todas partes, siempre está al acecho, siempre tenemos que estar atentos». «Crecí en esas calles y me sentía invisible como hombre 'queer'», alega Suart. Hijo de una madre alcohólica, de chaval vivió en una casa sin libros, pese a lo cual experimentó el descubrimiento deslumbrante de la literatura a los 17 años, cuando se sumergió en la lectura por primera vez. De leer historias, pasó a escribirlas. Si en la 'Historia de Shuggie Bain' indagaba en la feminidad, en 'Un lugar para Mungo' explora la idiosincrasia masculina.

«La ética protestante es estricta y estoica. Con ella no se hacen preguntas. Lo que hay que evitar es el pecado, y eso está presente en esos hombres duros que mantienen sus sentimientos escondidos», aduce el escritor. «Cuando era un chaval me sentía muy solo porque no había literatura 'queer' y menos relacionada con la pobreza», aduce Douglas Stuart a quien le sigue asombrando que le comparen con Dickens, un autor al que no ha frecuentado mucho, pero cuyas historias impregnan la atmósfera británica.

Ken Loach

En cambio, sí que se siente tributario del realismo social del cineasta británico Ken Loach y de las películas del neorrealimo italiano, cuyas tramas muestran sin medias tintas el mundo de la clase obrera. «Estamos acostumbrados a que en la literatura aparezca gente privilegiada, gente de clases media o con cierto glamur, cosa que rechazo de plano. Es urgente abordar historias sobre la clase trabajadora. Es una novela que habla de cosas muy duras, pero en la que hay también mucha dignidad», sentencia Stuart, víctima de las políticas económicas de Margaret Thatcher.

Para el novelista escocés, esa violencia que permea su libro es fruto de la confluencia de dos factores: el tedio y la imperiosa necesidad de sentirse el jefe de la manada, un macho alfa al que los colegas rindan pleitesía. «Había que preservar tu reputación. Era hasta gracioso pelearse y después beber hasta hartarse con los amigos y recordar lo que había sucedido. En el fondo subyacen conductas muy tribales».

El nombre del protagonista, Mungo, está prestado del patrón de Glasgow, un santo milagrero con mucho predicamento en la ciudad escocesa. Si se apela a la simbología religiosa, el chico tiene algo de mártir, pues se hunde en el calvario del «exilio sexual» que suponía Glasgow, algo que por fortuna ha cambiado en los últimos años, hasta el punto de que la urbe es una de las más acogedoras con la comunidad LGTBI. «Pretendía reflejar la belleza de un primer amor y cómo los monstruos eran los adultos en los que se suponía debías confiar».

En su juventud, la homosexualidad pesaba como una losa, era una orientación sexual oculta, incluso en las novelas, pero la realidad muda de piel. «Ahora puede haber muchas historias tan empoderadoras como trágicas. La literatura 'queer' está dando un gran paso hacia la variedad de narraciones».

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