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Juaristi posa.
Los fugitivos que forjaron la modernidad

Los fugitivos que forjaron la modernidad

Jon Juaristi calibra el papel del exilio europeo en las ideologías y vanguardias del siglo XX en 'Los árboles portátiles'

Miguel Lorenci

Viernes, 27 de enero 2017, 00:15

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El 25 de marzo de 1941 el carguero 'Capitaine Paul Lemerle' zarpó de Marsella rumbo a Martinica. Entre sus 250 pasajeros había notables intelectuales, artistas y políticos: André Breton, Claude Lévi-Strauss, Víctor Serge o Wifredo Lam. Como tantos refugiados, huían del totalitarismo nazi. Eran troncos cercenados, abocados al exilio y el desarraigo. Fugitivos del fascismo que serían los forjadores de la modernidad. 'Los árboles portátiles' según Jon Juaristi (Bilbao, 1951), que toma de un verso de Lope este título de apariencia surrealista para el poliédrico ensayo que publica Taurus. Un retrato coral de la vida en fuga, un ensayo de ensayos que mezcla biografía, aventura, historia y análisis para calibrar el papel del exilio intelectual europeo en la construcción de la modernidad.

Juaristi exprime el jugo de una travesía que duró hasta 20 de abril de 1941 y que fue también intelectual. En aquel destartalado buque se dio un rara confluencia de genio muy diverso que sería crucial para el virulento siglo XX. Era «una cáscara de nuez podrida hasta las máquinas» o «una lata de sardinas», según el pasaje, pero devino en «un laboratorio flotante de ideas donde se cocinaron, en parte, la nueva izquierda, el estructuralismo o la fusión de las vanguardias y la política».

«El libro es un híbrido curioso, sin genero demasiado preciso, entre ensayístico e interpretativo», aclara el profesor de literatura y exdirector del Instituto Cervantes. Dice Juaristi que ofrece «una visión novelesca del fracaso del progresismo europeo en su choque con el nuevo mundo global». «Era una oportunidad para ver cómo se construye la memoria histórica del exilio, una cierta historia de la cultura», plantea. «El viaje en sí es un acontecimiento privilegiado para acercarme a tres de los grandes mitos de la cultura progresista occidental y europea en la segunda mitad del siglo XX», explica Juaristi.

«Esos mitos son la alianza de las vanguardias artísticas con los movimientos identitarios anticoloniales y los nacionalismos; el estructuralismo, como una metateoría científica de las ciencias humanas y sociales, y la nueva izquierda, esto es, la posibilidad de un marxismo renovado que no tenga como sujeto el clásico del discurso marxista, que era el proletariado», precisa.

Salvavidas

Aquel cascarón fue un salvavidas para judíos, republicanos españoles de y refugiados de varios orígenes acosados por el terror nazi. «Pero funcionó la metáfora surrealista del azar que hizo que en sus charlas se fraguara la construcción de la memoria épica de la modernidad en un laboratorio casual y nada consciente», apunta Juaristi. A pesar de la abundancia de testimonios «nadie había contado ese viaje» y Juaristi se puso manos a la obra llevado de su interés por analizar el exilio europeo y repasar el siglo XX y una década crucial, la que va de 1941 a 1951.

«Pretendía contar el exilio, el desarraigo, y resumirlo en un mundo de libros. Porque también los libros son 'árboles portátiles', los que más fácilmente se transportan de un sitio a otro» asegura. La idea de desarraigo está en los personajes y viene de esos 'árboles móviles' de los que Lope habla en una égloga para describir los buques de la Armada Invencible. «Es una imagen surrealista como un 'ready made' de Duchamp. La asociación de dos ideas totalmente contradictorias, el árbol que arraiga y el objeto que se puede llevar de un lado para otro», resume el autor.

La peripecia se inicia en Marsella, una ciudad evocadora en la que recalaron Joseph Conrad y Walter Benjamin, y que fue campo de internamiento, primera ciudad global y cabeza de puente hacia la libertad, como la Casablanca del película de Michael Curtiz de 1942.

Dedica Juaristi atención especial a dos pasajeros extraordinarios: Víctor Serge y Toribio Echevarría. Describe a Serge (1890-1947) como «el Limónov de su tiempo» y el «paradigma del apátrida». «Era un oxímoron, una contradicción andante, un revolucionario profesional en el sentido bolchevique de la expresión, como el que Lenin había pedido, y que sería el primero en definir el régimen soviético como un sistema totalitario». Con enorme mala mala suerte Serge fue el primero de los exiliados que muere en el 47 en México. «Se unió al grupo de los exiliados españoles, disidentes del POUM y objeto de la persecución del estalinismo español en el exilio y de los mexicanos en especial, que había que echar de comer aparte y que ya se habían cargado a Trotski en el 40» recuerda Juaristi.

Toribio Echevarría Ibarbia (1867-1968), eibarrés ilustre, consejero del Banco de España y director de CAMPSA y funcionario de la embajada de España en París «parece un personaje de novela pero es muy real». Fue el hombre de Prieto en París. Un socialista de segunda fila que dirigía la JARE (Junta de Apoyo a los Refugiados Españoles) que había montado Prieto en contra de la SERE (Servicio de Evacuación de Refugiados Españoles) de Negrín. Llevó un diario muy preciso, con a ventaja de que no es un intelectual». «Es un escritor realista, un socialista muy pegado a la realidad, y un cronista de lo que ocurre en el ocurre en el barco», concluye.

Alejado del Cervantes

Juaristi fue el único exdirector del Instituto Cervantes que no asistió en diciembre pasado a la celebración del 25 aniversario de su creación. «No tengo un mal recuerdo de mi paso por el Cervantes, pero si tuve problemas con él tras dejar la casa», explica. «La parte final fue un poquito desagradable, pero es siempre al final empiezan a crecer los enanos por algún sitio. Hubo cosas que me disgustaron profundamente, pero no no me interesa evocarlas. Me siento muy desvinculado», explica el que fuera su primer espada entre 2000 y 2004.

No quiere así ofrecer consejo a quien se perfila como futuro director, Juan Manuel Bonet. «Es mucho más inteligente que yo. Conoce muy bien el Cervantes y ha demostrado su capacidad en el Reina Sofía y en el Cervantes de París. Antes le pediría yo consejo que ofrecérselo», concluye el también exdirector de la Biblioteca Nacional.

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