Trotaconventos y todos contentos
Está teatralmente demostrado: cuanto peor es la obra mejor lo pasa el público mateo. La palabra sería vulgar, de vulgo. Como democracia, poder del pueblo, ... si no fuera por la idiocia, que es desentendimiento o, dicho en riojano, 'quechorramasdá'. ¿Te gusta esto? Pues toma un cesto. En teatro como en política: pan, circo y todos contentos. Así que en vendimias el Bretón es la terraza más feliz de Bretón de los horrores.
La cartelera septembrina es un menú de consumo rápido para sacar a la gente de ver la tele y sentarla, antes o después de unos gintónic con pepino, en las aterciopeladas butacas rojas que dan el toque elegante a las logroñesas fiestas del vinazo. La alternativa fina y sin habano a los toros pero igualmente costumbrista. Parece teatro, pero solo de aquel que se estilaba hace medio siglo para desempolvar matrimonios aburridos.
Tampoco esto es nada personal, son solo negocios, negocios con empresarios especializados en eso de dar la razón al cliente, llenar la sala y hacer caja. Un maestro en ese sector es Carlos Sobera, viejo actor vocacional que, sin embargo, ha sido como presentador y rostro simpático de la caja tonta como ha logrado fama simpar, probable fortuna y un elástico trampolín para catapultar a las tablas el falaz poder de las audiencias.
Viendo 'Inmaduros' pensé que era la peor obra de la historia, pero exageraba. Hace diez años Sobera ya hizo méritos con 'El ministro', una burda sátira política en la que el entonces conductor de 'Atrapa un millón' perseguía en el teatro el mismo objetivo de la televisión del todo vale si nos echamos unas risas.
Hace tres, coraza de lata y plumero rojo romanorum, repitió por estas mismas fechas festivas haciendo un Plauto, todo un clásico 'Miles Gloriosus', ya en plena estela de 'First dates', uno de los programas más bizarros de la parrilla generalista, que, sorprendentemente, está desempeñando una impagable función social dando visibilidad a la diversidad de identidad y tendencias sexuales. Aunque, insisto, son solo negocios.
'Inmaduros', en cambio, da un mal paso atrás en tolerancia disfrazándola de burla zafia a base de viejos clichés del heteropatriarcado más rancio: sesentones de mente primitiva y bragueta en decadencia y mujeres objeto reducidas a ridículas citas de abrirse de piernas. Un planteamiento cutre de casamentero, unos diálogos nada originales, una puesta en escena hortera, chistes malos y caspa a raudales. Y lo peor es que pretende, eso dicen, hacernos reflexionar sobre la masculinidad y las nuevas y variadas formas de relacionarnos. No cuela.
Pero, hay que reconocerlo, Sobera no engaña a nadie, hace a la perfección de sí mismo y da a su público lo que busca: alcahueterías de trotaconventos. Y todos contentos.
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