Llegaban con algarabía de trompeta y tambores, plantaban una escalera en mitad de la calle y, mientras los chiquillos tocaban palmas al compás, hacían que ... la cabra subiera peldaño a peldaño. Liaban un espectáculo bizarro, como de otro tiempo o de otro mundo, herederos de aquellos zíngaros con oso amaestrado e imaginarios melquíades de macondos remotos. Eran los gitanos con su circo pobre de los caminos. Y parecían seres mágicos.
Recordé con el cariño de la nostalgia a los gitanos de la cabra viendo el circo flamenco de Chicharrón, obviamente más serio, elaborado y moderno, pero, en esencia, resultado de un mestizaje de artes jondos que se llevan en la sangre y son forma de vida. Mestizaje es la causa de una vieja disputa en la que, desde Camarón y su 'Leyenda del tiempo' y el 'Omega' de Morente, se cuestiona, no el purismo, sino su sacramentación recalcitrante y excluyente.
Salvando las distancias y antes de que las cuevas del Albaicín y los tablaos de Madrid terminen de convertirse en parque temático para guiris con billetes, 'Empaque' es una propuesta flamenca por derecho y circense por tronío. Un palo nuevo y antiguo a la vez. Mágico, como aquellos calés ambulantes, e igualmente libre, Germán López Galván es digno continuador y renovador sobre el escenario de una estirpe de artistas que sienten su identidad como el poeta: caminando y haciendo camino al andar. Primero en su carromato, 'Sin ojana', sin mentiras ni hipocresía. Ahora con presencia y elegancia, con empaque. Y siempre con poesía: la del flamenco, la del circo y la poesía única que logra al mezclarlas en su crisol de alquimista.
A través de una dramaturgia contemporánea y atrevida y de una coreografía escénica de malabares al compás, a través del cante y la palabra, incluyendo el humor en una forma de narración muy visual y desenfadada, López Galván, como el luthier construye una guitarra, va dando forma con su cuerpo y su voz a una historia hermosa. Paso a paso, golpe a golpe, verso a verso. Siempre con el ritmo como latido y con una melodía en constante transformación, el cantaor hace que las pelotas vuelen por el aire o reboten en plataformas debidamente anguladas, el malabarista canta y baila, y el actor boxea, luce la bata de cola y se convierte en ave flamenca, zancuda marioneta de sí misma. Todo en armonía: muchas cosas que se suceden en un suspiro con aparente sencillez y plantean una cuestión: ¿Empaque pa'qué?
Una duda que flota en el vacío: ¿Tú lo entiendes? Su empaque tiene la valentía de hacer esa pregunta que a menudo se atraganta: ¿Quién soy? La respuesta no la tiene nadie. O solo la tienen los niños cuando juegan, los payasos del circo o los artistas buenos que nos conmueven: ¡Ole, tú!
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