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El Galardón de las Artes de La Rioja hace justicia a uno de los creadores más valorados y queridos dentro y fuera de la ... comunidad. Premio Max y nominado a un Goya, el escritor, dramaturgo y guionista Bernardo Sánchez (Logroño, 1961) entra por fin a formar parte de una nómina de maestros entre los que él imparte una generosa lección: el amor por la cultura y el riesgo de la ceguera.
– Se puede afirmar que Bernardo Sánchez concita la unanimidad: todo el mundo se ha alegrado por su galardón.
– Me asombra y me da pudor. Pero es verdad, nunca jamás he recibido tantas llamadas y tantas muestras de cariño. Nunca.
– ¿Tan sorprendente fue? Tenía que ocurrir tarde o temprano.
– Para mí fue una gran sorpresa, de verdad. De hecho, tenemos un juego entre amigos y amigas del mundo de las artes a ver quién va a ser el siguiente y yo nunca me postulo. Y, es cierto, lo pienso así, hay personas que lo merecerían más que yo. Pero lo acepto, claro, lo agradezco y lo compartiré moralmente con aquellos que podrían estar en mi lugar.
– Qué honor estar en esa nómina de maestros, algunos de ellos amigos.
– Esa es una parte muy importante del sobrecogimiento que me produce todo esto: hay amigos y amigas muy amigos que me han ayudado a mirar y a ver y con los que he compartido muchas experiencias artísticas. Me han enseñado a conectar con las artes no como algo accesorio, a conectar con la vida, con la emoción, con el humor. Ahí hay personas a las que les debo parte de mi cabeza. Han sido maestros, lo siguen siendo, y tengo la fortuna de que algunos son algunos de mis mejores amigos. Hacen que todavía sea más viva, más natural y más orgánica mi relación con las artes.
– Pienso en Félix Reyes, Rosa Castellot, Pepe Viyuela, Jesús Rocandio... pero, sobre todo, en Azcona. ¿Qué cree que diría Rafael: el tiempo nos va igualando?
– Imposible. Lo que yo le debo a Rafael es inmenso, buena parte de mi trabajo desde que hice 'El verdugo' se la debo a él. Pude labrar una amistad vital que de verdad es lo que importa. La cultura y el galardón de la amistad es el mayor reconocimiento en esta vida.
– ¿Su gente es su mayor tesoro?
– Desde luego. Soy hijo de todos aquellos que han ejercido sobre mí un magisterio intelectual, ideológico, artístico y humano. Mi trabajo es un trabajo de devolución, de retorno de lo que aprendí de ellos: la convicción de que lo que hago es algo vital, como debe ser la cultura. Cultura es cultivo. Y yo soy el cultivo de todos ellos.
– Reconocimientos y felicitaciones aparte, ¿es ingrato trabajar en la cultura en La Rioja?
– En todos los gremios hay momentos ingratos. Yo tengo la suerte de analizar siempre con amigos el trabajo que hago. Nunca ha sido ingrato trabajar en Logroño. Si ha habido problemas, siempre han sido muy compartidos con ellos. Yo no veo diferencia moral, estética o artística a trabajar en Logroño o trabajar fuera. Este mundo de la cultura no debe ser un camino de rosas, sino un camino crítico que haga que te adaptes y te crezcas. Claro que ha habido momentos malos, pero yo siempre he sentido el acogimiento de las personas con las que he trabajado. Cuando algo no me ha parecido bien lo he dicho y siempre he intentado tirar para adelante.
– Pero alguna vez pensó en marcharse.
– Eso queda ya muy atrás. Tuve algunas ofertas, pero hace mucho tiempo que no lo pienso. Pero también me muevo mucho, viajo mucho a Madrid para trabajar. Creo que me gusta tanto Madrid porque vuelvo a Logroño y me gusta Logroño porque vuelvo a Madrid. Me gusta estar in situ, en cualquier obra de teatro me gusta estar en los ensayos. No tengo sensación de insularidad. No tengo necesidad de irme a ningún lado porque voy y vengo cuando lo necesito.
– Escritor, dramaturgo, guionista, profesor... ¿Qué es exactamente Bernardo Sánchez?
–No sabría definirme en una palabra. Todas me parece que me quedan grande. A todo lo que hago juego. Un juego que viene de la infancia, de estar muy relacionado con el cine, con el teatro, con la música y con la lectura. Y es lo que me sigue encantando.
– ¿Cuándo nació ese interés?
– Cuando mi abuela me llevó al cine por primera vez. Cuando escuchaba tocar a mi tío, que era pianista. Cuando mi tía María Luisa me llevó al Teatro Bretón con nueve o diez años. Cuando mis padres me llevaron al Prado también muy pequeñito. De ahí viene todo.
– ¿Cuál es la primera imagen que recuerda?
– Perfectísimamente, como si fuera ahora mismo. Yo tenía siete años. Mi abuela me llevó al Frontón Cinema, que hoy es un agujero vacío en el Revellín, a ver '20.000 leguas de viaje submarino'. Daban un programa doble con una de Raphael, 'Cuando tú no estás'. Recuerdo entrar en el cine, una oscuridad absoluta, una pendiente. Yo iba agarrado a mi abuela. Mi sensación era de miedo y asombro al mismo tiempo, pero recuerdo sentir la mano de mi abuela y la pantalla abriéndose en cinemascope y un libro que se abría. Eso fue para mí una inmersión en el cine, en la literatura.
– ¿Suele ser nostálgico?
– Me puede más la melancolía que la nostalgia. Y eso es como una glándula, no puedes controlarla. Es como un aviso de que el tiempo pasa y deja huella física y emocional. Pero no añoro. Es la certeza de que tu mundo tiene un tiempo y que ese tiempo se irá acabando. Y hay que intentar sobrellevarlo con humor, con amigos y viendo películas.
– ¿Cómo descubrió a Azcona?
– Gracias a una iniciativa creada en los ochenta por la Consejería de Cultura, la Biblioteca Riojana, con maestros como Pepe Ramo o Manuel de las Rivas y compañeros de generación como Pedro Santana o Alfonso Martínez Galilea. Yo entonces trabajaba en Televisión Española con Lola Compairé y con Emilio Barco. Aquel consejo de redacción mítico de la Biblioteca me encargó contactar con Azcona para pedirle un texto y él me dijo que sí, pero que teníamos que conocernos. Y cuando fui a Madrid con el pretexto de pagarle una adaptación de 'El cochecito', me invitó a comer en el Ainoha, un restaurante vasco al que le gustaba ir por el cardo y por el pescado, y luego me llevó a su casa, que no llevaba a casi nadie. Estuvimos toda la tarde hablando. Me regaló algunos libros. A partir de ahí yo ya iba a Madrid solamente a verle y a hablar con él. Y luego ya vinieron muchas cosas.
– ¿Cuál fue su mayor lección?
– Una lección de adaptación a las circunstancias de la vida. Y la lección de hacer aquello que realmente quieras hacer y saber que la vida es un terreno minado de cosas que te pueden apartar de ello. Eso y el humor, esa mirada no descreída pero un poco distanciada y a la vez muy humana. Aprendí de él que la humanidad es una distancia controlada. Y que somos muy frágiles también.
– ¿Cuál es su momento azconiano preferido?
– Quizás descubrir que el último o el penúltimo verdugo de este país se llamaba Bernardo Sánchez, Bernardo Sánchez Bascuñana.
– La adaptación de 'El verdugo' ha sido crucial en su carrera.
– Sí, me cambió completamente la vida.
– ¿A quién se le ocurrió aquello?
– Fue cosa de José Luis García Sánchez, en un ciclo de cine y literatura de Cultural Rioja, otra de aquellas magníficas iniciativas que ha habido en Logroño. Estábamos en el Café Bretón y dijo: ¿Por qué no hacéis aquí algo de Azcona? Yo me quedé pensando: si de aquí a que llegue a casa se me ocurre cómo hacer en teatro la escena de las Cuevas del Drach, lo hacemos. Y lo hicimos.
– Ya hacía teatro entonces.
– Sí, sobre todo en la Escuela de Teatro con Ricardo Romanos, del que he aprendido una barbaridad y sigo aprendiendo. Pero fue 'El verdugo' lo que me introdujo en un circuito profesional, una carretera también con curvas, subidas, bajadas y algún descalabro.
– ¿Se arrepiente de algo?
– No, todo lo doy por bien empleado. Incluso lo que no se ha estrenado. En teatro tengo tantas cosas estrenadas como guardadas en el cajón.
– ¿Y cine? ¿Ha pensado dirigir?
– Hace mucho tiempo que no. Cuando escribo guiones me dicen que ya está muy dirigido, porque cuando escribo estoy viendo. Así que sí, puede ser que hubiera un director en mí, podría haber sido.
– ¿Le llena el cine actual igual que el clásico?
– Es orgánicamente imposible. Yo ahora me debato entre ver lo nuevo y profundizar en lo que ya vi. Pero lo que he visto pesa mucho.
– ¿Estamos saturados por una gigantesca oferta audiovisual?
– Es un momento paradójico en ese sentido. Estamos en el mejor y en el peor de los tiempos. Podemos descarrilar a colapso en breve. Estamos cerca de caer en la ceguera. Semejante sobredosis audiovisual puede llevarnos a no ver y a no aprehender nada. Es una sobrecarga, una oferta humanamente imposible de tolerar. Puede llevarnos a la neutralización como espectadores. Corremos el riesgo de ser anulados como espectadores inteligentes.
– ¿Cuál ha sido la última película que le ha impresionado?
– Una antigua que he visto en una plataforma 'La amargura del general Yen', de Frank Capra, de 1933. Y una reciente, 'Saturno', de 2024, un formidable documental español que vi en 'Los trabajos y las noches', extraordinario festival logroñés de cine.
– ¿Y la que más en toda su vida?
– '20.000 leguas de viaje submarino'. Nunca jamás he salido de aquella primera película que vi en un cine que ya no existe.
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