
Héctor Alterio | Actor
«No sé si es la despedida. No sé lo que vendrá. Pero, ¿quién lo sabe?»Secciones
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Héctor Alterio | Actor
«No sé si es la despedida. No sé lo que vendrá. Pero, ¿quién lo sabe?»Es uno de los nuestros. Son casi cien años, la mayor parte interpretando personajes cercanos y contando historias con una irresistible capacidad de conmover, de ... ser el amigo, el padre, uno mismo. «No tengo método; tengo sudor y lágrimas», suele decir Héctor Alterio. Infatigable, el actor hispano-argentino continúa en los escenarios como ejemplo de amor a su oficio. Volvió hace dos años a su Buenos Aires natal para despedirse de su público de allá y ahora acaba de hacerlo en el Bretón de Logroño, con un espectáculo poético en el que, después de haber dado vida a tantos otros, repasa la suya. Letras de tangos y versos de su admirado León Felipe, otro exiliado como él, para contar poéticamente un viaje vital de ida y vuelta, como va y vuelve el fuelle de un bandoneón.
En prosa, Héctor Alterio (Buenos Aires, 1929) nació y se crió en el barrio de Chacarita. Su familia eran inmigrantes napolitanos de clase humilde. Su padre murió al poco de nacer él y no le quedó otra que salir a ganarse el mango desde pequeño. Era un niño tímido al que le gustaba disfrazarse y hacer payasadas para que la gente riera. A los veinte años se incorporó al Nuevo Teatro, donde fraguó la vocación y la prolongó casi veinte más. Dejó su trabajo de corredor en una popular firma de alfajores, se codeó con autores, directores y actores, empezó a hacer televisión y cine y en 1969 se casó con 'Tita' Ángela Bacaicoa, una psicoanalista algo más joven.
En un ciclo de teleseries basadas en grandes novelas participó en una versión de 'La tregua', adaptación de la de Mario Benedetti, que tuvo tanto éxito que fue llevada al cine por Sergio Renán. Venía de filmar 'La Patagonia rebelde', dirigida por Héctor Olivera sobre un libro de Osvaldo Bayer que narraba las huelgas de obreros del sur en tiempos del gobierno conservador de Hipólito Yrigoyen y en la que también actuaba Federico Luppi. Fueron dos películas clave en Argentina en aquel el momento político.
La obra
En 1974, Alterio estaba en el Festival de San Sebastián promocionando 'La tregua', que había sido nominada a los Oscar, la primera en habla hispana que concurría en la categoría de lengua no inglesa. Estando en Madrid, su mujer le avisó por teléfono de que no podía volver: la Alianza Anticomunista Argentina, la tristemente famosa y fachista Triple A, lo había condenado a muerte. «Esperá un tiempo. Aguantate un mes o dos, a lo mejor esto pasa...», dijo Tita desde Buenos Aires.
Pero no pasó. Ese día, con cuarenta y cuatro años, comenzó su exilio. Durante un tiempo tuvo que vivir en casa de amigos, dormir en el suelo y buscar trabajo disimulando el acento. Tita se vino en seguida, con Ernesto de tres años y Malena de seis meses, y la familia se instaló en un hostal de la calle Bravo Murillo.
Gracias a Elías Querejeta, Carlos Saura le dio un primer papel en 'Cría Cuervos' (1975) en el que no tenía que pronunciar zetas ni eses: hacía el cadáver de un militar en su funeral. Sin embargo, le temblaban los párpados y la escena no fue fácil de rodar. Quizás aquella mirada clara e intensa reclama la luz.
Con el tiempo Jaime Chávarri lo fichó para 'A un dios desconocido' (1977), Pilar Miró para 'El crimen de Cuenca', Jaime de Armiñán para 'El nido' (ambas de 1980). Los reconocimientos no tardaron en llegar. Volvió a trabajar en Argentina y 'La historia oficial' (1985), de Luis Puenzo, ganó el Oscar. Sin embargo, ya no volvería a vivir allí; desde luego no durante la dictadura ni tampoco después. Primero porque no dejó de sentirse amenazado, finalmente porque toda la familia era ya tan española como argentina.
Películas de madurez como 'El hijo de la novia', de Juan José Campanella, con la que logró el Goya (2001) terminaron de consagrarlo. Aunque ya hacía mucho tiempo que Héctor Alterio estaba en el corazón de los espectadores como uno de los actores más queridos, poseedor de ese don único, de esa capacidad de transmitir. En el teatro, con sus tangueros y sus poetas, también la ha compartido durante todo este tiempo con los espectadores. Ahora, a los noventa y cinco años, lo demuestra una vez más, quizás la última, contando 'Una pequeña historia'. La suya, que es en realidad muy grande.
– ¿Cómo se encuentra? Es admirable una gira a su edad.
– Me encuentro bien, muy bien entre el público. Siempre, en todas partes, me reciben con un afecto que me hace sentir muy agradecido.
– Viajar, actuar... ¿No le resulta muy fatigoso?
– Al contrario, me encuentro muy a gusto. Esto me da la vida.
– No actuaba usted en el Teatro Bretón desde 'El padre' y ese fue un momento cumbre en su carrera cuando parecía que ya no se podía subir más alto.
– Bueeeno, de eso debe de hacer muchísimo tiempo.
– Ocho o nueve años.
– Ocho años, incluso cuando se tiene mi edad, es mucho, mucho tiempo.
– Con aquel papel terminó de meterse en el corazón de todos sus admiradores.
– El público es muy generoso conmigo y yo siento que ese afecto es sincero. Solo puedo estar agradecido.
– Ahora ha regresado para contar su vida a través de la poesía y la música. ¿Por qué quiso hacerlo así?
– No sé si cuento mi vida... En realidad comparto la poesía que me ha acompañado a lo largo de los años y que significa mucho para mí. Leo y recito tangos, la poesía con la que crecí desde niño, la emoción de toda una vida entre León Felipe, Borges, Catulo Castillo, Horacio Ferrer, Hamlet Lima Quintana, Eladia Blázquez, Piazzolla... Ah, Piazzolla.
– Incluso se anima a cantar...
– Ya me gustaría. Lo que llevó es a un magnífico maestro al piano que me ayuda con el acompañamiento de la música.
– A León Felipe, por ejemplo, ¿es el dolor del exilio lo que le une?
– Son muchas cosas las que me unen a todos ellos y el exilio formó parte de mi vida, claro.
– Vino a España por 'La tregua' en 1974 y ya no pudo volver a Argentina.
– Bueno, no pude volver entonces. Aquellas cosas terribles de la historia. Pero después he vuelto y siempre he sido muy bien recibido, como en casa.
– Después de haber pasado tanto tiempo de sufrir aquella amenaza, ¿qué opina de la Argentina de Miley y de, entre otras cosas, tantas dificultades a la libre expresión cultural?
– Mira, comprende, en realidad yo ya estoy muy ajeno a todo eso.
– ¿Siente haber tenido dos patrias o ninguna?
– Dos patrias, por supuesto. España siempre lo ha sido para mí y para mi familia. Acá ha transcurrido la mitad de mi vida, acá hice grandísimos amigos. Claro que estaba el problema del acento y de tener que suavizarlo en el trabajo para que no quedara raro.
– Pero su acento, su mirada... son parte de su estilo.
– Pero recién llegado sonaba raro en el cine y yo tampoco me acostumbraba a cosas como tener que decir coger... (risas) ¿Me entendés?
– Claro, lo entiendo. Quizás pueda explicarme otra cosa: ¿Por qué hay en Argentina tal pasión por el teatro y tan buenos intérpretes?
– No lo sé, será porque nos gusta contarnos historias y creernos otras vidas. Es algo muy loco. Hay una grandísima tradición, sí, una escuela maravillosa. El teatro en Argentina es una devoción.
– ¿Exagero si digo que las grandes pasiones argentinas son el fútbol, el tango y el teatro?
– No, no me parece tan exagerado, siempre que pongas el fútbol lo primero (risas).
– Entonces hay que hablar de Maradona, Gardel y Alterio.
– Ahí sí exageraste (risas). Hay algunos más, bastantes más.
– ¿De qué trabajos de su carrera se siente más satisfecho?
– Uf, de muchos. De tantos que me cuesta recordarlos.
– ¿Qué tal si le cito dos? 'El hijo de la novia' en cine y 'El padre' en teatro.
– Ah, una película y una función maravillosas. Me siento muy afortunado y muy agradecido de haber tenido tantas y tan buenas oportunidades de hacer algo hermoso, algo que conmoviera al público.
– ¿Conmover es su método?
– Mi método ha sido trabajar, trabajar con gusto.
– ¿Con qué personaje de los que interpretó se identificó más?
– Cualquiera de esos dos que has citado son muy lindos, pero supongo que en todos hay un pedacito de mí.
– ¿Qué legado deja?
– No, nada de legado ni de cosas así, tan grandilocuentes. Soy yo el que está agradecido a mi oficio y a la vida que he vivido a través de él.
– Pero ha sido usted un actor de gran influencia en muchas personas de distintas generaciones en diferentes países. No ha pasado usted por este oficio como uno más. ¿Qué siente al pensar en eso?
– Eso es muy amable. Pero todo cuanto yo he pretendido se ha limitado a ser responsable con mi trabajo, a respetar al público por encima de todo y a transmitir la emoción que yo sentía.
– Que los hijos se dediquen al mismo oficio que su padre tiene que significar que algo bueno han visto en casa, ¿no cree?
– Seguramente, pero ellos son grandes artistas. Estoy bien orgulloso de ellos.
– Le confieso que soy un admirador incondicional, tanto profesional como personalmente, y no soy capaz de hacerle ninguna pregunta inconveniente. ¿Quiere ser usted quien se haga algún reproche para terminar? ¿Algo de lo que se arrepienta?
– No, por ahora, muchas gracias. Amo mi trabajo, siempre me gustó y todavía me divierto.
– ¿Su 'pequeña historia' es una despedida?
– ¿Una despedida? No lo sé, no hay modo de saberlo, ¿no? No sé lo que vendrá. Pero, ¿quién lo sabe? No hay fecha para eso. Yo vivo de mi trabajo, así que mejor no pensar.
Esta entrevista se realiza por teléfono con el actor Héctor Alterio en su domicilio de Madrid el jueves, dos días antes de la función en Logroño. Al final de la conversación interviene para ayudarle su hija, la actriz Malena Alterio. Amablemente, responde también al periodista: «Este espectáculo es una celebración al profundo amor entre mi padre y mi madre», dice en referencia a Ángela Bacaicoa, autora de la dramaturgia de 'Una pequeña historia'. «Para mí mis padres son tan especiales. Son mi guía, mi faro. Papá se sube al escenario y se llena de vida, de energía. Es su gasolina y eso lo mantiene vivo. Mi madre, en un acto de amor, se puso a ello. Le dio estructura al espectáculo y es una maravilla. Es un regalo para el alma». «Nuestro padre es un poco el padre de todos, es cierto –contesta a una última cuestión más personal–. Nos lo dice mucha gente. Él ha sido capaz de transmitir esa emoción y esa cercanía. Y nosotros, sus hijos, su familia, solo podemos sentirnos orgullosos y felices. Es una celebración de la vida, del arte y de la cultura».
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