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La escritora y periodista Marta San Miguel. JAVIER COTERA

Marta San Miguel | Escritora y periodista

«No debemos perder la capacidad de elegir por miedo a caernos»

La autora de 'Antes del salto', una novela que reivindica la memoria y la libertad personal, participa hoy en el Aula de Cultura de Diario LA RIOJA

J. Sainz

Logroño

Lunes, 8 de abril 2024

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Una mujer ante un cambio vital recuerda a la niña que fue y al caballo que montaba. Marta San Miguel (Santander, 1981), periodista y escritora, es autora de 'Antes del salto', su primera novela, un sueño por el que se atrevió a arriesgar sin saber qué le esperaba detrás del obstáculo. Este lunes participa en el Aula de Cultura de Diario LA RIOJA y habla de «no perder la capacidad de elegir por miedo a caernos».

– Parece una novela ecuestre, pero es más que eso.

– Es una novela en la que un caballo es una excusa para hablar de la importancia de la memoria, para comprender quiénes somos.

La charla | De inercias y saltos

«La rutina nos da una seguridad y unas certezas con las que intentamos suplir que la vida es libre albedrío»

– ¿Qué valor da a la memoria?

– Más del que le damos, porque tendemos a equivocar memoria con nostalgia. La nostalgia es un sentimiento igualmente válido, pero es un sentimiento que nos ata a un momento del pasado y cuando uno está atado es imposible avanzar y evolucionar. La memoria, en cambio, es ese cúmulo de vivencias que en su día quizás no comprendimos, todo aquello que recordamos y muchas veces no sabemos muy bien por qué lo recordamos y que en el fondo está en la base de nuestra identidad.

– ¿Qué recuerdos han configurado la suya?

– Todos somos fruto de las experiencias compartidas, de las enseñanzas aprendidas en casa, de lo que hemos visto en nuestro entorno. Cuando aprendemos el significado de palabras como amistad, libertad, miedo, pérdida... Aunque al crecer interpretamos el progreso de forma equivocada, como si tuviéramos que avanzar hacia la estabilidad económica y el progreso profesional, y vamos dejando atrás todo aquello que nos configuraba.

– La vida se compone de ilusiones y renuncias, ¿no cree?

– La novela arranca con una mudanza, que es metáfora del cambio. Si tú de repente cambias de trabajo y de ciudad y tienes que empezar de cero, ¿cuál es la primera pregunta que te harías a ti mismo: qué es lo que quiero hacer? Sin embargo, vivimos de una forma en la que nos hemos sacado a nosotros mismos de la ecuación de esa frase; ya no nos preguntamos qué es lo que queremos hacer, nos preguntamos qué es lo que tenemos que hacer. Y obviamente todos tenemos que pagar facturas y tenemos obligaciones.

– Y terminamos siendo prácticos. ¿No deberíamos?

– La rutina nos da una seguridad y una certezas con las que intentamos suplir que precisamente la vida es libre albedrío y que no la podemos controlar. Yo no creo en la filosofía del carpe diem ni en las decisiones tomadas hoy para hoy. El problema no está en renunciar por sentido práctico sino en que nos hemos olvidado de que aún tenemos la capacidad de elegir.

– ¿Elegir significa saltar?

– El salto para la protagonista del libro es ese momento en el que te atreves a saltar sin saber lo que hay al otro lado. Pero, a medida que nos hacemos mayores, perdemos esa valentía.

–¿Cuál ha sido su mayor salto?

– Ha habido dos: uno ser madre y el otro dejar el periódico de toda mi vida, El Diario Montañés, para seguir el camino que había iniciado con la escritura.

– ¿Se llevan bien la escritora y la periodista?

– Los periodistas no hacen otra cosa que ser periodistas y escribir una novela también exige plena dedicación. En mi caso tuve que elegir. Pero no sería la escritora que soy sin esos veinte años en la redacción del periódico.

– Hablemos de caballos, de su caballo Quessant. ¿Hasta dónde llegó su vínculo con él?

– Con los días, con los años... llegó la confianza. Creo que todo gira en torno a esa palabra. A medida que él me daba más confianza y yo se la daba a él nos empezamos a necesitar y es así como surge el verdadero vínculo.

– Históricamente hemos utilizado al caballo como bestia de carga, de labranza, arma de guerra, para hacer deporte, ocio, terapia, incluso como carne... Es todo un símbolo de la supremacía utilitarista que el hombre ejerce sobre la naturaleza, ¿no le parece?

– Pecamos de ese supremacismo con el resto de las especies animales e incluso con nuestros congéneres. Por eso yo siempre animo a la gente a montar a caballo para que experimente que lo que tú estás haciendo es ceder tu autonomía y dejarle a él que te guíe. Subirte encima de un caballo te da una noción de ti mismo de una vulnerabilidad muy necesaria. Y está bien dejarse llevar de vez en cuando, aunque sea por un bicho de quinientos kilos, porque te das cuenta de que, como en la vida, aunque creas tener el control, en realidad no es así, y te puedes caer.

– Les atribuimos la nobleza. ¿Qué ha aprendido de ellos?

– Más que del caballo, yo he aprendido con el caballo. He aprendido a confiar en otro para dejarme llevar a pesar del miedo. Creo que no debemos perder la capacidad de elegir por miedo a caernos.

– ¿Algún caballo como referente?

– El de Montaigne. Él montaba a diario, le ayudaba a pensar, y precisamente fue una caída lo que, en cierto modo, le convirtió en el gran intelectual que conocemos.

– ¿Usted se ha caído?

– Sí, claro. Una vez nos caímos los dos, pero Quessant pasó por encima de mí como un gato para no pisarme.

– Su novela ha terminado siendo un salto exitoso, pero, siendo tan autobiográfica, ¿teme haberse expuesto en exceso?

– Quizás sí. Pero, de la misma manera que los libros que leo me hacen ver cosas de mí misma o ver cosas de la realidad que me rodea, eso es lo que yo ansío conseguir con lo que escribo: devolver a los lectores eso que me han dado a mí todos los autores que leo.

– ¿A quién debe más?

– La culpa de todo es de Miguel Hernández. Mi madre solía dejarme libros en la mesilla y yo recuerdo que aquel verso de la elegía a Ramón Sijé lo entendí un día de golpe: 'Tanto dolor se agrupa en mi costado que, por doler, me duele hasta el aliento'. Ahí comprendí el lenguaje literario, comprendí la capacidad del lenguaje para evocar aquello donde las palabras se quedan cortas. Desde entonces en todo lo que leo busco ese efecto y en todo lo que escribo, ya sean textos literarios o textos periodísticos, busco provocar algo así en el lector porque me parece pura magia.

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