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Clara Sarramián es agricultora por vocación familiar. Ella cultiva tomate, guisante, cebolla, coliflor, lechuga, brócoli, calabaza, pimiento... sobre unos terrenos entre el Ebro y el ... canal de Mendavia que pertenecen a Recajo (Agoncillo). Había trabajado en hostelería y en las fruterías de supermercados hasta que sus padres se jubilaron y, durante la pandemia, decidió continuar con su agrario legado. «Tenía los suficientes recursos y decidí coger el testigo. Cultivo todo tipo de cosas a lo largo del año para tener variedad», explica Clara.
Empezó vendiendo su cosecha a Mercarioja pero ahora apuesta por la venta directa. «Estando yo sola no podía abarcar todo y menos para lo poco que, económicamente, sacas al final», advierte la agricultora. Ella es autodidacta. «He aprendido todo a base de ver. Nunca pensé en trabajar aquí porque veía a mis padres y sabía que conllevaba mucho sacrificio pero, al final, con el covid, me di cuenta de que lo echaba en falta. Ahora me gustaría poder continuar todo el tiempo que pueda», reconoce Clara. El trabajo del campo «tiene mucha historia», reconoce la joven agricultora, pero lo que más le satisface es que «puedo recoger lo que he cultivado después de hasta cinco meses, que da resultado la labor».
En cambio, lo más desagradable es «lo poco valorado que está». Este, materializado en los precios finales y los márgenes de beneficios, es uno de los grandes problemas de la agricultura y la ganadería actual. «Trabajas con alimentación, que es algo básico, y jamás me hubiera imaginado que pudiéramos tener tantos problemas para poder cultivar. Ahora mismo el principal problema es económico, tienes que estar invirtiendo continuamente en abonos y en todo, que ha subido de precio pero no ha repercutido en lo que se paga al final», detalla Clara. Es por eso, «para poder sobrevivir», por lo que ha apostado por la venta directa. «Al final también pierdes tiempo repartiendo y preparando los pedidos más personalizados, pero se agradece más. Lo más gratificante es que la gente valore el producto recién recogido, el sabor que tiene», admite Clara.
Ella, a sus 34 años, pertenece a una generación de jóvenes en un sector muy envejecido. «Por mucho que ahora seamos más los jóvenes, no hay relevo generacional. La edad media sigue estando por encima de los 60 años. Volvemos quienes nuestras familias han trabajado en esto, pero hasta ellas nos dicen que no es rentable, que es mucho trabajo y esfuerzo, aunque nos gusta», advierte. Y la mujer siempre ha trabajado en el campo pero su labor no ha sido reconocida. «Nosotras podemos hacer lo mismo, igual», asegura.
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