Borrar
Adiós a una época

Adiós a una época

«.. el adiós de Tabacalera debe interpretarse como el adiós a toda una época de relaciones empresariales, cuando la cuenta de resultados no era el único dios en que creíamos...»

Jorge Alacid

Martes, 19 de enero 2016, 12:46

Necesitas ser suscriptor para acceder a esta funcionalidad.

Compartir

A cualquier logroñés que peine alguna cana le resulta imposible olvidar el impacto que sobre la ciudad entera tuvo la chimenea de Tabacalera echando humo al éter en los lejanos años 60. Sobre todo, porque a su alrededor se generaba una intensa actividad que insertaba a la venerable factoría en el corazón de Logroño. Memorable era la salida del trabajo, que era competencia casi exclusivamente femenina: alguna vez se investigará cómo las logroñesas pudieron ingresar en el mercado laboral con mayor frecuencia y número que sus congéneres del resto del país, gracias a que su pericia en el oficio de tabaqueras garantizaba el perfecto funcionamiento de la maquinaria industrial, al mismo tiempo que representaba un enjundioso avance en la conquista de derechos de todo tipo, vetados por entonces a la mujer española. Tarea pendiente para la historiografía local.

Sociología al margen, la vida diaria de Logroño no se podía entender durante aquella década y la siguiente sin calibrar las repercusiones que Tabacalera tenía sobre la ciudad entera. Yo sí me acuerdo. Cada viernes por la noche, una breve multitud se apiñaba en la cercana plaza de San Agustín: era una multitud formada casi en solitario por hombres, que aguardaban a sus parejas a la salida del trabajo. Una legión de humeantes caballeros: la gran mayoría fumaba, porque entonces era una práctica más extendida y porque, además, gracias a su afinidad/cercanía con las mujeres que estaban a punto de encontrarse con ellos, los cigarrillos les salían gratis: era una prebenda de la que disfrutaban los trabajadores de Tabacalera. Aquella imagen era impactante, inolvidable: unos minutos después aparecían ellas y las parejitas se marchaban del brazo por los bares cercanos, a pelar la pava en algún caso. Una especie de procesión civil a mayor gloria de la nicotina que alegraba los mustios atardeceres logroñeses y nos señalaba la importancia que tenía (y tiene, y tiene) contar con una empresa de semejante tamaño entre nosotros.

Tabacalera llegó a La Rioja gracias al empeño de aquellos políticos de otra era, dotados de ese punto caciquil que a este paso vamos a acabar añorando. Hoy, las cosas se hacen de otro modo. Más profesionalmente, pero el resultado de la necesaria separación entre poderes públicos y actividades privadas tiene consecuencias penosas como la que hoy golpea al corazón económico de la región. Más allá del carácter icónico de Tabacalera para el imaginario colectivo riojano, más allá de la entendible gestión de su empresa que forma parte de los deberes de sus responsables y de la libertad de que gozan para tomar sus decisiones; más allá de las promesas que empezarán a surcar el aire en busca de crédulas almas que todavía se crean que una Administración puede paralizar el cierre de una factoría que deja huérfanos de empleo a centenares de paisanos, el adiós de Tabacalera debe interpretarse como el adiós a toda una época de relaciones empresariales, cuando la cuenta de resultados no era el único dios en que creíamos.

Porque, en realidad, no se va Tabacalera: se va Altadis, que no es lo mismo. Y se va medio año después de otra despedida, la de Pedro Sanz.

Primero Artadi, luego Altadis. El juego de palabras surge con facilidad, la hipérbole también: habrá quien piense que esto con Sanz no pasaba.

Reporta un error en esta noticia

* Campos obligatorios