El poeta y su gabán
Viajó ligero de equipaje en el batiscafo del abismo de la belleza que, para permanecer hermosa, debe ser engendrada cada día. Puesto que la poesía ... es la palabra esencial en el tiempo, por sus versos supura la vida y se reconstruye el amor. En ellos se abraza lo inalcanzable y afloran los sueños convertidos en el lugar del que nunca se regresa.
Con él la poesía volvió los misterios del revés no solo para poder escapar del mundo, sino también para intentar empapar el mundo. Cada una de sus palabras nos persuade como un torrente que irrumpe en las mañanas imposibles, como el dolor que se rinde ante el aliento inexpugnable. Fue armonía y rebelión, la necesaria antesala del entendimiento en la que la voz debe ser una voz de vida, la misma que aún escuchamos de aquellos primeros filósofos, poetas de la naturaleza, que esculpieron sus versos sobre los enigmas de lo admirable. Y a los que él tanto admiró.
Nunca el soliloquio de sus textos, perfectamente melancólico, fue tan transformador, tan popular, tan igualitario para poder llevar la educación y la cultura a todos los rincones de esa anhelada España en paz, con dos ojos que avizoran y un ceño que medita. Y lo hizo comprometido en tiempo y forma con las Misiones Pedagógicas, el fascinante proyecto impulsado por su querido maestro Manuel Bartolomé Cossío.
Afirma el actor José Sacristán que todo lo que ocurre a su alrededor es bueno, terapéutico y saludable y por eso su lectura es una especie de resurrección del poeta que, de paso, nos hace machadianamente buenos.
Su figura estaba caracterizada por un viejo gabán, tan rígido, que le impedía tener la menor soltura a la hora de ponérselo. Así era una tarea divertida la que los amigos tenían que hacer para ayudarle a meterse las mangas y tirarle de aquí y de allá hasta acomodárselo al cuerpo. Él se sometía sonriente a la operación diciendo entre dientes: «¡Este maldito gabán! ¡No hay quien le pliegue a razones!» Y añadía: «Con este gabán que uso y padezco alegorizo yo algo de lo que llamamos cultura que a muchos pesa más que abriga».
En el bolsillo de ese viejo gabán apareció, escrito en un papel arrugado, el verso definitivo y definitorio de su vida: «Estos días azules y este sol de la infancia». Lo encontró su hermano José unos días después de su muerte.
Esta semana, el Centro Internacional Antonio Machado de Soria ha homenajeado su figura y su obra celebrando que, hoy, hace 150 años vino a este mundo un poeta para recordarnos un patio de Sevilla. Él nos enseñó que hay dos modos de conciencia: una es luz, y otra, paciencia, ambas tan necesarias en estos días oscuros en los que el sol de la infancia no brilla para muchos niños. Y dijo una gran verdad: «busca el tú que nunca es tuyo/ ni puede serlo jamás». Antonio Machado, hoy es siempre todavía.
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