Tras la caída del muro de Berlín y el desmoronamiento del Telón de Acero que había mantenido a los pueblos de Europa Oriental sometidos al ... fascismo soviético, Francis Fukuyama, en su ensayo 'El fin de la Historia' sostuvo, de acuerdo con la idea de Hegel de que «la historia tiene un punto final equivalente al surgimiento de un Estado perfectamente racional y justo que garantizaría la libertad necesaria para el pleno desarrollo de todas las capacidades humanas» que ese momento había llegado porque, con el fracaso del fascismo y el comunismo «el Estado que surge después es liberal porque reconoce el derecho universal del hombre a la libertad, y es democrático porque cuenta con el consentimiento de los gobernados».
O lo que es igual, profetizó que a partir de ese momento final de la historia todos los pueblos avanzarían hacia el estado libre y democrático y con ello se habrían acabado las guerras entre sistemas opuestos como eran la democracia y el comunismo y el fascismo.
Sin embargo, y no soy persona propensa al catastrofismo, en contra de la opinión de Fukuyama, creo que en el mundo se está produciendo un movimiento cada vez más fuerte y extendido que no parece caminar en el sentido hegeliano.
Esa maquinación, cuyo precursor fue un tal Adolfo Hitler, consiste en obtener el poder por medios democráticos, o casi, para después utilizarlo para ir, paso, a paso, desmontando los resortes que la democracia establece para limitar el poder y garantizar las libertades de los ciudadanos y transformar desde dentro el estado en un proyecto de fascismo autoritario.
Se comienza sometiendo el poder legislativo, llenándolo de miembros obedientes que en lugar de controlar al ejecutivo le aplauden; se continúa controlando los medios de comunicación premiando a los adeptos y obstaculizando la acción de los independientes hasta llegar a su cierre; luego se transforma el tribunal de garantías en un órgano servil para asegurar que cualquier actuación del déspota sea considerada democrática; se controlan los resortes de la economía, como el banco central, colocando al frente a los fieles; por último, se anula la independencia judicial y, una vez conseguido, el déspota se asegura la permanencia en el poder y los ciudadanos quedan sometidos a su arbitrio con lo que la democracia deviene un cascarón vacío de contenido y las libertades fallecen lloradas por sus parientes.
Y supongo que ahora que Trump ha ganado las elecciones y manifiesta su intención de llevar a cabo todas esas actuaciones, les vendrán a ustedes a la memoria otros gobernantes como Maduro en Venezuela, Erdogán en Turquía, Putin en Rusia, Orban en Hungría y nuestro amado líder Sánchez que están siguiendo el mismo camino que les aparta del mundo que profetizaba Fukuyama y de la democracia y la libertad.
¿Fin de la historia o principio del fin?
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