Ha sido una retirada agridulce porque todos los que lo admiramos queríamos verlo despedirse entre el júbilo de los aplausos de una última victoria. Pero ... es que la vida es agridulce y además Nadal competía ante el rival más difícil, que en su carrera no ha sido nunca Djokovic ni Federer sino los límites de su cuerpo; Nadal se enfrentaba a su edad, luchaba contra un deterioro físico que fue apareciendo poco a poco, creció hasta tener presencia real y lo acompañó como una sombra por las pistas durante estos últimos años. Disputó la Copa Davis porque quería ganar, aunque yo creo que en su cabeza resonaba la frase inmortal que pronunció Danny Glover en 'Arma Letal': «Estoy muy viejo para esta mierda»; esa es una verdad que a todos nos ilumina un día, tarde o temprano.
Lo admitió con la sinceridad de siempre en la rueda de prensa posterior a su derrota: «Si yo fuera el capitán, creo que pondría a otro jugador». Pero ahí estaba la leyenda, surgida de entre la niebla como el viejo forajido William Munny en 'Unforgiven' para una última misión, aunque esta vez no pudo ser; el tipo del extremo de la calle sacó antes el revólver y así terminó Rafa Nadal su carrera deportiva, vencido por un holandés llamado Botic van de Zandschulp que ha pasado ya a la Historia del tenis por esa tarde de noviembre en Málaga.
Durante décadas asistimos hechizados al nacimiento y a la consolidación de su imperio y –en un martes cualquiera– lo vimos colapsar y acabarse para siempre. El último partido de Nadal también ha sido un ejemplo frente a las retiradas grotescas que a veces nos brinda el deporte, porque a Nadal lo han retirado el dolor y la derrota, que es la manera canónica en la que se han extinguido siempre los héroes clásicos para ascender al Olimpo.
Lo han retirado el dolor y la derrota, que es la manera canónica en la que se extinguen los héroes clásicos
El declive de Nadal en estos últimos años, su agonía y decadencia nos ha ofrecido una forma superior de intensidad dramática porque, a medida que se se lesionaba y perdía, sentíamos la ruptura del pacto que tenía con nosotros. Han sido dos décadas memorables y hoy el final de su tiempo deslumbra a una generación entera como cuando se contempla una puesta de sol. Vimos llegar al niño y vemos marchar al hombre, pero han sido veinte años también para nosotros, que devorábamos el mundo como Rafa mordía la Copa de los Mosqueteros en la arena de París y ahora mis amigos andan con pastilla para la tensión y muñequera por el túnel carpiano. Eso representa también el ocaso de Nadal, un 'memento mori' impecable, una naturaleza muerta pintada por Van de Zandschulp en Málaga. El reloj no se detiene por nadie. Hemos celebrado sus triunfos como si fueran los nuestros y se da la paradoja de que, ahora que es vulnerable, resulta mucho más fácil identificarse con él.
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