¿Qué estamos haciendo mal?
Si reorientamos nuestras inversiones y adoptamos mejores políticas de gestión del territorio, los desastres geomorfológicos serán menos frecuentes y graves
Antonio Cendrero
Catedrático jubilado de Geodinámica Externa. Académico numerario, Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales
Martes, 12 de noviembre 2024, 22:17
El desastre desencadenado por la DANA en el sureste de España es una poderosa llamada de atención sobre las consecuencias del cambio climático. Más exactamente, ... del cambio global. Aunque la atención parece centrarse en el clima, no debemos olvidar que estamos cambiando prácticamente todos los componentes de los sistemas naturales. Tal vez no estemos abordando adecuadamente la solución. Según la gran mayoría de las previsiones, los episodios extremos aumentarán en el futuro a causa del cambio climático. Conviene tomar medidas para mitigar sus consecuencias.
En buena práctica científica, para entender un proceso hay que considerar todas las variables que intervienen. Las inundaciones dependen de la lluvia, pero también del terreno, que está cambiando muy profundamente (expansión urbana, redes de infraestructuras, minería y canteras, actividades forestales y agrícolas, etc.). Aumentan las superficies impermeables y los terrenos desnudos fácilmente erosionables, y se incrementa la proporción de lluvia que corre por la superficie. La erosión de los suelos desprotegidos aporta carga sólida a las aguas, incrementando su potencial destructor. Y también se ocupan, cada vez más, zonas de riesgo.
Esto ha sido objeto de investigación por un equipo interdisciplinar liderado por la Universidad de Cantabria. Los resultados muestran que, actualmente y a nivel global, el agente principal de modificación de la superficie terrestre somos las personas. Nuestra contribución a la erosión, y generación de sedimentos es, al menos, diez veces superior a la de los agentes 'naturales'. Los desastres debidos a inundaciones o deslizamientos de tierra y rocas (desastres geomorfológicos, por interacción del agua con el terreno) han aumentado enormemente desde principio de siglo XX.
Lógicamente, todos los desastres relacionados con procesos naturales aumentan con el tiempo, al haber más personas, edificios, etc. Por tanto, la probabilidad de que un episodio natural violento produzca daños, también crece. Lo que ocurre es que los desastres geomorfológicos crecen mucho más que los otros. Desde inicio del pasado siglo, la frecuencia de los desastres geomorfológicos ha aumentado diez veces más que la de los puramente climáticos. Esto es todavía más acusado en las últimas tres décadas. Evidentemente, la evolución de la población, construcciones, etc., y el cambio climático, han sido los mismos para ambos tipos de desastres. Pero el cambio experimentado por la superficie terrestre afecta a los desastres 'geomorfológicos', no a los 'climáticos'. De ahí el mayor incremento de los primeros, a nivel global. España no es una excepción, probablemente más bien lo contrario. Por tanto, además de las necesarias acciones para mitigar el calentamiento global y el cambio climático, debemos actuar ante el cambio de la superficie terrestre.
Para que las acciones sobre el calentamiento global produzcan resultados, es imprescindible que todos los países, especialmente las grandes potencias, las acometan. Si los datos que he consultado son correctos, las emisiones de GEI del conjunto de Europa no llegan al 10% del total, y es la única región del mundo que ha reducido sus emisiones en los últimos años. Las emisiones de España, por supuesto, representan muchísimo menos, no digamos las de cualquier comunidad autónoma. En resumen, si hacemos nuestros deberes, pero otros no los hacen, no conseguiremos casi nada.
Por el contrario, el cambio geomorfológico se puede mitigar a nivel nacional, autonómico y municipal y obtener resultados independientemente en gran medida de lo que hagan otros. Un ejemplo, aunque local y de pequeña escala, ilustra esto. Cerca de donde resido, se seleccionó en los años ochenta, para un colegio público, un terreno que todos los residentes habíamos visto inundado al menos en tres ocasiones. Poco después de construir el colegio, se inundó (¡sorprendente!). Se acometieron en 2005 costosas inversiones para canalizar un curso de agua y corregir la situación. En la actualidad, la mayor parte del curso canalizado está ocupado por matorrales y árboles de porte considerable. Situaciones similares, con frecuencia mucho más graves, se dan en todo el país, probablemente también en la zona afectada por la DANA. Es evidente que, durante décadas, se han hecho muchas cosas mal: por los responsables de la selección del lugar, la corporación municipal que lo aprobó, el arquitecto que diseñó el edificio sin considerar el funcionamiento del terreno, el organismo que aprobó el proyecto, los que decidieron hacer la costosa obra para corregir un problema que se pudo resolver simplemente seleccionando otro lugar y, finalmente, los que en unos veinte años no han realizado el necesario mantenimiento. Ante un episodio de lluvias intensas, ese cauce será incapaz de desaguar adecuadamente. Las ramas y objetos varios que arrastre, actuarán como represa, y volveremos a oír que ha sido un episodio excepcional e imprevisible, debido al cambio climático.
Naturalmente que hay que combatir el calentamiento global, pero nuestros esfuerzos deberían dirigirse, sobre todo, a mitigar sus efectos. Estos y otros. Probablemente, si reorientamos nuestras inversiones y adoptamos mejores políticas de gestión del territorio, estos desastres serán menos frecuentes y menos graves. Independientemente del cambio climático.
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