Muga | Haro

El mundo desde lo alto de la torre

Al igual que las grandes catedrales asoman en los perfiles urbanos su poderosa presencia, en Haro cualquier visitante desvía la mirada hacia la torre con la que Bodegas Muga dibujó hace tres décadas un nuevo paisaje para el Barrio de la Estación. Muga eleva su presencia arquitectónica y de marca, como una de las más reconocibles de Rioja gracias a su posicionamiento en el mercado, a una gama de vinos para todos los públicos y momentos, a su tradición elaborada y embotellada y a un enoturismo que ya practicaban, a su manera, en la primera generación de esta bodega familiar que en los años cincuenta abría a todos las puertas de su humilde caserón cuando las torres estaban reservadas a otros.

El origen de Muga es algo diferente al de otras grandes bodegas de Rioja. Todo empieza con un matrimonio, el de una hija de enólogo y un viticultor, que en 1932 inician su empresa con la ilusión de seguir la estela de otras firmas jarreras surgidas de la mano de esa revolución de los vinos finos. A las dificultades de todo comienzo se sumaron las propias de la Guerra Civil y los primeros años del franquismo, que forzaron a apartar un sueño de grandes reservas por la realidad de los jóvenes. Tres décadas hasta que ve la luz Muga crianza 1968 y Prado Enea 1969.

«Mis abuelos, la primera generación, fueron los que pusieron los pilares que nos sustentan; la segunda, sus hijos, dan a conocer el vino en el mercado nacional y comienzan a hacer marca; la tercera generación, nosotros, es la de la internacionalización», explica Manuel Muga. De vender por los pueblos de La Rioja a estar presentes en 80 países.

Sus vinos también reflejan esa evolución, sus pasos al frente sin perder su norte. Prado Enea representan el clasicismo, «es nuestro vino más representativo de lo que puede llegar a ser un gran Rioja», apunta Manuel Muga; Torre Muga, la búsqueda de nuevos mercados, «era nuestra respuesta a la demanda de vinos con un toque más moderno, con más estructura y cuerpo, lo que se empezaba a llamar de alta expresión o de autor»; y los blancos y rosados reúnen ese afán por recorren nuevos caminos y por rememorar sus orígenes: «Los blancos siempre los hemos mantenido pero han sufrido una evolución importante. En los noventa intentamos darles un poco de barrica, como ya antes se hacía, un concepto que ha ido ganando cuota de mercado. Los rosados son de toda la vida, pero parece que ahora empiezan a apreciarse más».

Queda mucho de aquella bodega de 1932. Presume Muga de su trasiega por gravedad, de la separación manual de la clara de los huevos, de su tonelería y sus cuberos, del roble presente en todos los procesos. «Nos gusta ser tradicionales y artesanales cuando consideramos que aporta calidad a nuestros vinos, pero estamos abiertos a valorar y aplicar todas las nuevas técnicas y avances que puedan mejorarlo», subraya Manuel Muga. También en el viñedo, la bodega ha dado varios pasos al frente, «con un buen equilibrio entre uva propia y otra de pequeños viticultores, abarcando una diversidad de suelos fantástica». Y desde lo más alto, Muga se abre al mundo que le rodea.

Vídeo: Luciano Coccio. Imágenes: Google Earth