«Me han arruinado la vida, ha sido una pesadilla, un daño insuperable»
Miguel Muñoz Herranz, absuelto por el Supremo tras ser condenado a 19 años de cárcel por la Audiencia Provincial: «¿Quién me devuelve a mí el tiempo que he perdido con mis hijos? Antes de llegar al juicio nunca pensé que me pudieran condenar»
«Miguel Muñoz Herranz. Sí, sí. Pon el nombre completo, nada de iniciales», pide antes de despedir la conversación. Cuelga el teléfono desde Guecho (Vizcaya), ... unos kilómetros al norte de su Baracaldo natal, al que regresó, directo desde la cárcel de Nanclares de la Oca, el pasado 9 de abril. «Estaba en la celda y me llamaron a mediodía. No sabía de qué se trataba y uno de los funcionarios me dijo que acudiera a la zona de la entrada, que tenían una buena noticia para mí», recuerda. Desconocía que, minutos antes, el Tribunal Supremo había ordenado su inmediata puesta en libertad tras nueve meses encerrado, primero en Logroño y después en la prisión alavesa. «Era el auto de libertad. Pensaba que era una broma. ¿Esto para cuando es?, pregunté. La funcionaria, que había venido sin comer a dármelo me dijo que para ya. Me eché a llorar», señala. Con la tranquilidad de saberse libre, regresó a hacer su petate, se duchó, se afeitó, llamó a su letrado, Juan Gonzalo Ospina, y a su hermano y a su madre para que fueran a recogerle. A las 17 horas aspiraba el aroma de la libertad.
Nueve meses antes, en junio del 2018, la Audiencia Provincial de Logroño le había encontrado culpable de dos delitos de abuso sexual a menores de edad cometidos, presuntamente, en Arrúbal durante la celebración de una fiesta rociera. El Supremo revisó el caso, concluyó que las grabaciones de las dos supuestas víctimas sobre las que se construyó la condena fueron ilegales (no se podían aportar como prueba) y que la endeblez de las pruebas restantes carecía de entidad suficiente como para concluir que era culpable.
Mientras habla, Muñoz Herranz da saltos en el tiempo: entremezcla el antes, el durante y el después sin solución de continuidad. Los nervios iniciales desaparecen pronto y se abre aportando detalles sobre su causa, su situación personal y familiar y confiando que lo más doloroso de todo ha sido perder a sus hijos durante una agonía que comenzó el último fin de semana de julio del 2013 y que el Supremo cerró con una contundente sentencia. Su exmujer y el presidente de la Audiencia Provincial de La Rioja, Alfonso Santisteban, se llevan sus mayores andanadas.
Su conclusión es que su exmujer -la relación duró 25 años entre noviazgo y matrimonio- urdió un plan para dejarle en fuera de juego cuando, en pleno divorcio, puso sobre la mesa la custodia compartida. «Es especialista ya no en mentir sino en pasar la verdad por un lado», explica mientras sigue mostrándose sorprendido por el hecho de que «en el juicio le 'compraran' muchísimas cosas de las que dijo: que si era un enfermo mental, como si ella fuera psiquiatra forense; que le llamé puta en la noche de bodas... Desde enero del 2018 se puede decir que no hacíamos vida en común y, qué curioso, que cuando estamos en los trámites del divorcio y hablé de la custodia compartida, a lo que ya me había puesto pegas, es cuando saltó la noticia. En 25 años no ha tenido ningún problema conmigo y uno no se vuelve pederasta de un día para otro ni en un padre agresivo de la noche a la mañana», argumenta. Sin respuesta, asegura, continúan muchas de las preguntas que se hace. «En esta ocasión se le ha ido de las manos».
Alejado de sus hijos
Ahora, denuncia abiertamente, desde que ha salido de prisión no ha tenido la posibilidad de estar con sus hijos. «Nadie hace nada. No hay ninguna orden de alejamiento ni nada de eso y tenemos un régimen de visitas según el cual me correspondía estar con ellos en Semana Santa, pero se los llevó a Arrúbal. No acude al punto de encuentro, no coge el teléfono cuando puedo llamar, grita delante de otros padres que soy un pederasta... Pensaba que tras salir de la cárcel tendría otros problemas, pero no que no podría ver a mis hijos. Mi mujer hace tiempo que cruzó el Rubicón y, al final, quienes lo están pagando son sus hijos». Unos niños que, asegura, no han dejado de trasladarle su apoyo y su amor. «El 2 de mayo fue el cumpleaños del mayor y le prometí que estaríamos juntos. No le pude ver».
El calvario vino después del juicio, cuando ingresó en prisión a la espera de la decisión del Supremo que, finalmente, anuló la condena. Pero la vida se le complicó hasta límites insospechados durante los cinco años que transcurrieron entre la denuncia y el juicio: controles policiales exhaustivos, fichar los días 1 y 15 de cada mes en el juzgado correspondiente, tener que dar demasiadas explicaciones en cualquier escenario, soportar el escarnio público tras la llamada, dice, «de la alcaldesa de Arrúbal al de Baracaldo» para que lo usara como arma política...
Luego llegó la prisión preventiva: «Es muy peligrosa. España ha sido condenada por aplicarla de manera abusiva, pero, ¿quién me devuelve a mi el tiempo que he perdido con mis hijos? Eso no tiene precio. Me han arruinado la vida, me han jodido, el daño es insuperable», clama antes de explicar que ha perdido a buena parte de sus amigos, que se ha quedado sin trabajo y que ahora su principal empeño «es deshacer un entuerto» en el que, contra él, juega hasta el mismo Google.
«Al Supremo le estaré eternamente agradecido...», señala al tiempo que confirma que siempre se acordará de la Audiencia Provincial de La Rioja. «Durante el primer día de vista hubo dos o tres gestos de [Alfonso] Santisteban por los que me di cuenta de que ya estaba fusilado. Fue todo un despropósito, como lo fue no permitir declaraciones en la instrucción. Se saltaron todos los manuales, toda la jurisprudencia, y no les pasa nada. No sé cómo puede dormir tranquilo cuando se ha equivocado. Entiendo que es complicado ser juez, pero me vi condenado desde el primer día», narra antes de agradecer, una vez más, el trabajo de su letrado, el penalista Juan Gonzalo Ospina, «que ha creído en mí desde el primer momento. Ponía en tela de juicio todo y lo hacía argumentándolo, pero les dio igual todo. Antes de llegar al juicio nunca pensé que me pudieran condenar. Tenía absoluta confianza en mí mismo», completa.
Amenazas y tuberculosis
Pero, sin duda, los momentos más duros los vivió encerrado en prisión. Sobre todo en la de Logroño, a la que incorporaría como el décimo círculo del infierno en la Divina Comedia de Dante. «Estuve durante seis meses y tuve bastantes incidentes», explica. Y es que llegó ya marcado como pederasta condenado, uno de los peores apellidos con el que cualquiera puede ingresar en la cárcel.
«Me amenazaron hasta el punto de que tenía que ducharme vigilado por los funcionarios. Poco a poco la situación mejoró, fui labrándome la confianza de algún recluso y me hice algún conocido, pero todo el mundo era muy receloso», describe. Hubo otros compañeros de celda, «ratas y cucarachas», y acabó en el Hospital San Pedro. «Comíamos bazofia, carne podrida y pescado malo. Hubo un brote de tuberculosis en la prisión y estuve en el hospital haciéndome las pruebas. Fue un conato de la enfermedad», asegura. «Lo más terrible de todo es escuchar el 'clac-clac' de las puertas de la cárcel al cerrarse. Eso y perderme a mis hijos durante ese año. No me lo devuelve nadie».
También denuncia que se le pusieron todas las trabas posibles para poder ver a sus hijos por parte de los responsables del centro. «Les preguntaba todas las semanas y siempre me decían que estaba el tema parado». A los seis meses, «y pese a que en Logroño se oponían, me concedieron el traslado para estar más cerca de mi familia. Me enviaron a Nanclares de la Oca y ahí todo cambió». «Nada más llegar me concedieron una visita. Me llevaban durante una hora esposado hasta el punto de encuentro y allí podía abrazar, tocar y llorar con mis hijos durante dos horas. Ha sido todo una pesadilla que no se la deseo a nadie. Gracias a Dios se ha hecho justicia, aunque tarde y mal».
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