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Partidarios de la independencia se concentran frente a un colegio del 9-N.
Partidarios de la independencia se concentran frente a un colegio del 9-N. Afp

Seis años de carrera sin freno hasta el 21-D

El independentismo ha aprovechado la inacción del Estado para construir un mito que ha seducido a una parte de los catalanes

Ander Azpiroz

Madrid

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Jueves, 21 de diciembre 2017, 00:58

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Las elecciones de este jueves son el último capítulo, por ahora, de una deriva independentista que ha mantenido en vilo a España durante los últimos seis años. Se han formulado distintas teorías sobre la causa y los momentos concretos que llevaron al independentismo a echarse al monte. El periodista Ignacio Camacho apunta en su libro ‘Cataluña, la herida de España’ (Almuzara) a que fue entre 2011 y 2012 cuando «Mas incuba la idea de acelerar el proceso de independencia ante el colapso del Estado central a causa de la crisis, lo que le facilita un discurso de país que no funciona».

Sea como fuere, fue a partir de finales de 2012 cuando los acontecimientos se precipitaron: elecciones anticipadas tras las que Mas y Junqueras firmaron un acuerdo de gobernabilidad con la declaración de independencia en el horizonte, dos diadas multitudinarias y, sobre todo, el 9-N del 2014. La primera consulta ilegal, que ha llevado a la inhabilitación y embargo de bienes del expresidente de la Generalitat y una parte de su Gobierno, fue el primer punto de inflexión en el ‘procés’, un aviso de que los independentistas iban en serio, de que no tenían la mínima intención de echar marcha atrás en sus intenciones secesionistas.

La determinación de los impulsores de la desconexión se vio acompañada de un crecimiento constante del sentimiento independentista en las encuestas, que tuvo como reflejo más fiel el 47,7% de los votos que obtuvieron Junts pel Sí -la coalición formada por Convergència y Esquerra- y la CUP en las autonómicas de 2105.

Esa gran parte de catalanes que apoyó a las fuerzas secesionistas no siempre fue independentista. Lo muestran también las encuestas. Pero algo les hizo cambiar de opinión. Aquí entra en juego, según Camacho, el «mito» fabricado por el nacionalismo, «la patraña» que comenzó con el eslogan de ‘España nos roba’ y ha tenido su máximo expresión con el derecho a decidir, «que es lo mismo que el derecho de autodeterminación». Añade que la estrategia secesionista ha girado en torno a «convencer a parte de la sociedad catalana de que posee una soberanía propia y en asociar que democracia es igual a votar, aunque sea de forma ilegal». Se trata, resume el periodista, «de un discurso narcisista según el cual el catalán es mejor y más demócrata que cualquier otro ciudadano español».

Incomperecencia

Para Camacho, el 9-N y la hoja de ruta puesta en práctica por Junts pel Sí son ejemplos de que al Gobierno del PP se le escapó el control de la situación. Apunta directamente a la «incomparecencia» del Estado como una de las causas de que se haya llegado a la actual situación. «Una de las constantes decisivas en el conflicto catalán ha sido la ausencia en él de cualquier representación del Estado, que aceptó con sumisa apatía la adjudicación del papel de malvado», afirma el columnista de ABC. Camacho descarga directamente una parte de responsabilidad en el ejecutivo central que, según el periodista, ha pecado «del pensamiento ilusorio de que iban a pisar el freno, pero al final llegaron las leyes de desconexión, el referéndum del 1 de octubre y la declaración de independencia». Solo con la aplicación del artículo 155 se cogió al fin el toro por los cuernos. Hasta entonces, «fueron creando su autogobierno y estructuras de estado».

¿Servirán estas elecciones autonómicas para devolver la calma a Cataluña y España? Camacho no se aventura a ofrecer soluciones, no porque no quiera, sino porque no las ve, al menos a corto plazo. El columnista de ABC cree que existen dos salidas: una victoria este jueves de las fuerzas constitucionalistas o que el Estado se plante y renuncie a nuevas concesiones a los nacionalistas. Pero, explica, no ve hoy por hoy ninguna de las dos opciones factibles. Y sea lo que sea lo que depare el futuro, la herida ya está abierta. «Se han roto muchos de los hilos invisibles que unían Cataluña y España y se ha generado antipatía mutua, y esta es una brecha que fomenta el nacionalismo», lamenta Camacho.

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