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Discurren plácidamente las aguas del Ebro hacia los laterales de sus riberas y hacia el mar; entretanto, los humanos que habitamos en sus cercanías pululamos al ritmo frenético que nos marcan unos cuantos poderosos, lejos ya de las tranquilidades que existieron de vez en cuando en siglos pasados. Menos mal que existe el móvil para conectarnos inmediatamente incluso con nuestras amistades australianas.

Yo llevo una temporada tranquila porque me ha dado por pensar en la suerte que tengo al poder comer todos los días manzanas de la huerta, de esas que saben a manzana. Antes las conservábamos entre los montones de cereal en el alto y ahora perduran tan lindas en la fresquera. No son muy grandes, pero conservan un gusto exquisito. Las hay de varias clases y bastantes de ellas muestran las heridas que les causó la visita de una granizada que las visitó meses atrás; ellas mismas se fueron recuperando en el árbol de los impactos sin falta de ir al hospital. En definitiva, les digo que su moderada ingesta me serena el estómago como ningún otro remedio; el agradecimiento de mi tripita me lo demuestra.

Ello me recuerda la lectura de un artículo -San Vicente de la Sonsierra. La Botica en el siglo XVIII- que el profesor José Manuel Ramírez publicó el año 2005 en la revista Piedra de rayo. Ahí se citan en 1729 docenas y docenas de remedios de farmacopea procedentes del campo, entre ellas las camuesas, variedad de manzana riojana citada en la sección de jarabes junto con la achicoria, borraja, violeta, regaliz, limones, granadas, guindas, etcétera. Las camuesas se mencionan asimismo entre los seiscientos setenta y tres fármacos con que ha de contar la botica vianesa de José de Larrañaga en 1756. En este segundo documento la variedad de fórmulas alcanza desde las endrinas o arañones (pacharanes) y estiércol de lagarto hasta los dientes de jabalí y esperma de ballena. Una de las medicinas que más me ha llamado la atención es la siguiente, nombrada en ambas boticas: cuerno de ciervo filosófico. He preguntado a distintos cazadores de mi pueblo y parece ser que esa clase de rumiante no ha sido avistado nunca, al menos en esta jurisdicción. Acaso se utilizara en aquella época del ilustrado siglo XVIII como antídoto eficaz para aguantar los soporíferos discursos de los políticos; pruebe usted ahora que se acercan las elecciones, si es que encuentra algún resto córneo cervuno en alguna de nuestras hermosas sierras.

Acabo notificándoles que en esos tiempos pasados había en mi pueblo dos boticas. Narran los papeles que, al fallecer su marido Ignacio Rubio, uno de los boticarios, presentó su candidatura su viuda, Brígida de San Martín, quien adujo haber trabajado durante años en el mostrador junto a su marido y tener dos hijas 'de tierna edad' por mantener; llegó incluso a casarse con el mancebo del negocio, Lorenzo Íñigo, mas las autoridades vianesas y pamplonicas rechazaron su solicitud. Otra vez las granizadas.

Ayer no pude hallarme presente en los actos celebrados en mi ciudad por los avances de las mujeres, logros que tanto favorecen a la mejoría de toda la sociedad; las manzanas alivian mi tripita, pero no han podido evitar otra visitilla al hospital. Conste desde aquí mi apoyo a tan humano movimiento. A pesar de todas las granizadas.

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