NOSTALGIAS Y DISFRUTES
Crítica de arte ·
«Una pregunta: ¿qué hacía un violinista tan destacado como Kaganovskiy -con perdón- en un concierto como éste?»Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes ya desmoronados, de la carrera de la edad cansados, por quien caduca ya su ... valentía...». Acababa de empezar el concierto para dos violines de Bach y esta primera estrofa del célebre soneto de Quevedo me rondaba insistente en la cabeza: no era posible que aquel brillantísimo violinista que asombró al mundo con su portentosa técnica y prodigioso sonido en los años ochenta del pasado siglo, el maravilloso interprete de los conciertos de Sibelius, Bruch, Dvorak y demás, que guardo como tesoros en disco, estuviera tocando de una forma tan desganada al gran Bach. Y no solo él, sino también el joven virtuoso y gran promesa que le acompañaba, Artur Kaganovskiy, junto con los Solistas (?) de Cámara de Salzburgo. No me lo podía creer, pero ahí estaban como 'leyendo' a primera vista. Sorprendía también la diferencia de sonido de ambos instrumentos solistas: el de Mintz era brillante y amplio, mientras el de Kaganovskiy sonaba bastante muerto y no había empaste ninguno. Una versión para pasar página.
Menos mal que todo cambió en la siguiente obra, Las Cuatro Estaciones de Buenos Aires de Astor Piazzolla -obra sabrosa, a ritmo de tango y llena de aromas porteños- donde apareció el genio, el gran músico, el excelente violinista que es Shlomo Mintz con magnífica complicidad de los salzburgueses. Aquí sí que pudimos disfrutar de una interpretación vistosa, límpida y llena de detalles de soberbia factura. Astor Piazzolla está muy de moda y aparecen frecuentemente sus obras en conciertos, especialmente como bises en vistosos arreglos (él componía para su famoso quinteto en el que tocaba el bandoneón). En esta ocasión no han utilizado el conocido arreglo de Desyatnikov, con varios guiños a Las Cuatro Estaciones de Vivaldi, sino uno más purista de Fabián Bertero. Así que pudimos ir al descanso y despedirnos de Mintz con muy buen sabor de boca.
En la segunda parte los Solistas de Cámara de Salzburgo se enfrentaban solos a la preciosa Serenata para cuerda de Dvorak que interpretaron a buen nivel pero sin alcanzar un vuelo de altura. Hubo momentos espléndidos con garra, con empuje, con sensibilidad, junto con momentos en que decaía la tensión musical. Se echaba en falta algún intérprete más -en todo el concierto-. ¡Qué menos que dos contrabajos, tres violonchelos, cuatro violas y algún violín más! Sobraba algo de almíbar y faltaba algo de chispa. Dudo mucho que los primeros Solistas de Cámara de Salzburgo, que circulaban en los noventa por los mejores escenarios clásicos del mundo, se parecieran a estos. Un grupo de cámara que empieza por la palabra 'Solistas' se supone que es pequeño en número pero con auténticos virtuosos en todos los atriles y aquí solistas de verdad eran la primera chelista y por supuesto el concertino-director y poco más. Cuando hicieron la primera entrada al escenario, daban más la imagen de joven orquesta de estudiantes que de un grupo de solistas, aunque ¡claro! estudiantes seleccionados de Salzburgo donde se junta lo mejor de lo mejor.
Una pregunta: ¿qué hacía un violinista tan destacado como Kaganovskiy -con perdón- en un concierto como éste? ¿Sólo para hacer el segundo solista del concierto de Bach e irse a casa? No entiendo nada, pero no lo pasamos tan mal: hubo nostalgia y disfrute.
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