Parece que el metaverso va a ser una especie de mundo virtual en el que, por medio de un avatar –representación gráfica de uno mismo, ... que imagino podrá definirlo el propio usuario– se puede circular por ese paraíso virtual, encontrarse con amigos, interactuar, etc. Es decir, parece que el metaverso va a ser la red social del futuro, además de otras muchas cosas.
Sin entrar en aplicaciones económicas, sociales o de ocio –es curioso que, si buscas en Google el metaverso, los primeros que te lo intentan explicar son un gran banco y una importante empresa de energía– me inquieta un aspecto que ya era preocupante en las redes sociales: la posibilidad de intentar vivir una vida que no es la tuya. O dicho de otra manera, crear un personaje de ti mismo, no como eres, sino como te gustaría ser. Vamos, igual que ocurre en las redes, dar gato por liebre sobre la personalidad y la imagen propias. Por un lado, puede parecer atractivo eso de ser lo que querría, en vez de lo que soy, porque ya no se trata de vivir otras vidas, como sucede con la lectura, sino de representar la propia vida como te gustaría que fuera, en vez de como es. Por otro lado, me parece terrible no aceptar la propia persona y querer presentarse de otra forma, cuando lo lógico sería, si no te gusta como eres, intentar cambiar para parecerte a ese ideal. Claro que, si lo que intentas cambiar es la imagen física, me temo que estamos ante un problema médico: de psiquiatría, de cirugía estética o de ambas cosas a la vez.
Los que estamos jubilados, o casi, hemos nacido a mediados del pasado siglo, en aquella posguerra inacabable, y ya no nos sorprende casi nada, pues hemos vivido los mayores cambios de la historia de la humanidad. Hemos pasado de una economía de subsistencia a otra del despilfarro; de una agricultura como los romanos a la actual; de pelearnos por un trozo de pan a tirar toneladas de alimentos; de no salir del pueblo hasta que nos tocaba hacer la mili a quedársenos, el mundo, pequeño; de fabricarnos los propios juguetes a no necesitarlos porque están en el móvil; de irnos a la centralita de teléfonos del pueblo, cuando había que hablar con alguien por una urgencia, a llevar uno o varios móviles en el bolsillo... Hemos pasado de las alpargatas y los remiendos a la ropa de marca; de la bicicleta al avión; de la cocina de leña a la vitrocerámica; del colchón de paja o de borra al edredón nórdico; de oír el parte en la radio del vecino a los cien canales de televisión; del lapicero y la pluma de mojar tinta al ordenador...
Estos gigantescos avances, ligados a la computación y la inteligencia artificial, se presentan como grandes logros que mejoran la vida y, en parte, lo son, pero sigue inquietándome ese aspecto de 'cambiavidas' que tienen, ese afán que crean de socializar sin levantarse del sillón, ese cambio de la amistad real por la virtual. Tendrá que ser así, pero no me gusta. Prefiero el verso al metaverso.
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