Solo el pueblo salva al pueblo» es uno de los sofismas que corren por las redes sociales calando entre los rezadores de inmediatez guasapera. Pero ... si me dan a elegir, que no me salven los que escupen por las calles de esta ciudad, no precisamente muy lustrosas de por sí. Ni los que pisan los talones con su coche mientras tocan el claxon como energúmenos porque a alguien se le ha ocurrido respetar los límites de velocidad. Ni los que piensan que un semáforo es un extraterrestre petrificado que te guiña el ojo en tres colores o que en un paso de cebra solo hay que detenerse si cruzan los Beatles.
Que no me salven los que gritan en la biblioteca pública porque no distinguen entre el grito y el silencio, no vaya a ser que les dé por pensar. Ni los abascales que vociferan necedades, a través de su vesánica guturalidad, reclamando hundir barcos de salvación.
No me salven, por favor, los conspiranoicos presos de su aceptada ignorancia, ni los que creen que el cambio climático es, precisamente, una creencia y no un hecho científico que no merece ni una sola mirada a su pantalla tan llena de bulos como su acomodado campo neuronal.
Ni tampoco los que durante el chupinazo de las fiestas de Calahorra, y después de que sonara a todo volumen el 'Que viva España' de Manolo Escobar, empezaron a gritar el ya famoso «Pedro Sánchez, hijo de puta». A ver si el año que viene se puede dar un salto al vacío de la modernidad y hacen sonar la canción de Los Sírex que dice «Si yo tuviera una escoba, cuántas cosas barrería». Es solo pasar de Escobar a escoba, tampoco supone un gran esfuerzo para el entendimiento.
Así que si me dan a elegir quiero que me salven los sanitarios de aquí y los de Gaza, los rescatadores del Estrecho, los luchadores contra el fuego, los que cada día limpian las calles y los que cada noche procuran un lugar a los que en ellas sobreviven. Los que practican la solidaridad haciendo de la supuesta debilidad de la bondad una fortaleza permanente.
Que me salven los que comparten mensajes de esperanza, proyectos en común y de empatía frente a las mentiras interesadas, el egoísmo infame y la discriminación constante. Los que usan la razón dulcemente, pero con determinación, los que dan los buenos días antes de comprar el pan y esperan pacientemente su turno mientras leen un diario en papel.
Que me salves tú que habiendo conocido el frio del infierno, pese a la apariencia de fácil calor, ya sabes que el cielo solo es posible en una tierra en la que las diferencias sean otra forma más de mutuo enriquecimiento. Tú, que has aprendido que no hace falta que nos salve nadie porque el pueblo salva al pueblo si cada día, al salir de casa, ese pueblo ejerce de ciudadano pensando en los otros, en su mismo plural equivalente.
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