La rebeldía de la paciencia
Cuenta el escritor israelí Amos Oz que su abuela decía que mientras los judíos esperan a que el Mesías llegue algún día, los cristianos esperan ... su regreso, puesto que ya estuvo en una ocasión entre los humanos. Para saber cuál de las dos creencias se ajusta a la verdad, solo hay que tener paciencia y esperar hasta que un día Dios se presente entre nosotros. Si al llegar dice: «¿Qué tal estáis?, me alegro de conoceros», habrá que reconocer que eran los judíos quienes tenían razón y que el Mesías llega al mundo por primera vez. Si, en cambio, dice: «¡Hola, me alegro de volver a veros!», la razón estará de parte de los cristianos, porque significará que el Señor ya estuvo en el mundo que él mismo creó y simplemente regresa de nuevo quizás a comprobar si, esta vez, lo tratan mejor.
De acuerdo con la abuela de Oz, la paciencia es una forma de serena rebeldía que nos puede conformar como individuos menos agresivos y doctrinarios, capaces de dejar a un lado nuestros dañinos apriorismos. Esperar nos permitiría observar cómo el otro también espera para poder darle sentido a lo que uno aguarda. En este aspecto la paciencia es plural y socializadora porque la incapacidad para saber esperar tiene funestas consecuencias en el entorno social. Imposibilita que haya un acuerdo entre nuestros agitados representantes políticos e inhabilita para que haya un recuerdo entre algunos de nuestros excitados conciudadanos. También como consecuencia de la impaciencia, la velocidad al caminar en las ciudades ha aumentado considerablemente en los últimos años, alrededor de un 10 % y un 30 % , y resulta fácil de entender hasta qué punto ese incremento dificulta las interacciones en el espacio público.
Evidentemente no se puede pedir paciencia a quienes sufren violencia o injusticia o a quienes no disponen de tiempo por diversas causas. Se trata de esa impaciencia inmovilizadora que aniquila la coherencia necesaria para pensar nuestras acciones. Nos quedamos sin palabras, en sentido literal, porque no damos tiempo a que la degustación del vocablo se impregne de la cortesía de su significado. Y cuando no podemos decir lo que sentimos pretendemos extraerlo a trompicones. Sin embargo, la paciencia conlleva la calma de la amabilidad, de la gratitud, de la sonrisa en los ojos capaz de transformar la espera en un instrumento de cohesión social en el que reconocernos como bloque vital frente al laberinto del desasosiego.
«Hay dos modos de conciencia: una es luz, y otra, paciencia», dicen los versos de Antonio Machado. La ingeniosa abuela de Amos Oz inspira la rebeldía de una paciencia que nos parece inalcanzable porque estamos incapacitados para algo tan evidente como dejar que el tiempo pase y nos llene con su fragancia tranquila. Así que mientras aguardamos a que el Mesías venga o regrese, o ninguna de las dos cosas, intentemos detenernos en una esquina mientras soñamos con encontrarnos. Sin duda será un encuentro revolucionario.
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