Que los sindicatos defienden y han defendido el interés tanto de una inmensa mayoría como de una mayoría inmensa es algo tan conocido como que ... vivimos en un mundo con unas relaciones basadas en el dominio y la explotación de unos pocos sobre el resto. Muchas veces transformamos la economía, la ciencia social matemáticamente más avanzada, en la ciencia humana más atrasada y más sumisa ya que, obediente al cálculo, ignora lo que no es calculable ni mensurable como la vida, el sufrimiento o la dignidad.
A mediados del siglo XIX, tanto en Europa como en Norteamérica se exigía a los obreros, incluso a niños y mujeres, trabajar doce y hasta catorce horas diarias durante seis días a la semana en tareas insoportables y en un ambiente insalubre o tóxico. El primer día de mayo de 1886 la huelga por la jornada de ocho horas estalló y en Chicago los sucesos tomaron rápidamente un sesgo violento que culminó en la represión policial y en la ejecución de algunos líderes sindicalistas.
Defender un salario mínimo digno, una pensión justa o una sanidad y enseñanza universales y gratuitas es un derecho tan inclusivo que incluye también a quienes lo abominan. Los sindicatos son una de las expresiones de lo colectivo, de quienes, pese a la inevitables y necesarias contradicciones, pueden y deben resistir la pretensión neoliberal de mercantilizarlo todo. Es cierto que ya no nos agrupamos tanto en la lucha final como en individualizarnos en la lucha por llegar a final del mes y por eso las posturas ideológicas parecen haber sido sustituidas por los postureos analógicos. Pero los multimillonarios en el poder confirman que el capitalismo de hoy no solo es la incertidumbre de mañana, sino la certeza del definitivo triunfo de la mistificación del capital como condicionante del modo de vida. La sociedad de la opulencia es, en realidad, la suciedad de la opulencia en función del número de envoltorios desechados. Tras el elogio del individualismo está el negocio del precio de vivir, como si la intuición cartesiana del Pienso, luego existo hubiese derivado sin remedio en un Pago luego existo. No es solo una cuestión de verbos en juego. Es todo lo que en ellos nos jugamos. La desigualdad económica o tecnológica es, asimismo, ideológica y política porque vivimos apresados por unas categorías rígidas e inmovilizadoras que el sistema legaliza, la educación canaliza y el hábito impermeabiliza.
Los jóvenes que coquetean con la extrema derecha desde su confortable estado de banalización deben saber que pueden hacerlo porque mujeres y hombres agrupados en organizaciones sindicales se enfrentaron a eso que ellos dicen defender reclamando democracia y libertad. La historia es también el lugar de las grandes causas comunes. «Vierte el humo doméstico en la aurora/su sabor a rastrojo;/y canta, haciendo leña, la pastora un salvaje aleluya!/ Sepia y rojo», dice el poeta César Vallejo en su poema 'Mayo'. Ojalá que el sabor a rastrojo se revierta.
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