Laicidad necesaria, educación ética
Es preciso abordar una nueva mirada laica ante una sociedad cada vez más plural
Debe un Estado aconfesional decretar tres días de luto con motivo del fallecimiento del Papa? ¿Debería un Estado social y democrático de derecho que defiende ... la dignidad de la persona y los derechos inviolables que le son inherentes guardar tres días de luto por los asesinados en Gaza? ¿Guardaría el Papa Francisco antes luto por sí mismo o por ellos?
Tras estas preguntas aparece la necesidad de abordar una nueva mirada laica ante una sociedad cada vez más plural, más secularizada, más liberal en las costumbres que obliga a redefinir las políticas públicas en relación con el hecho religioso. Hoy la religión ya no es el lugar en el que atrincherarse para imponer a otros decisiones doctrinales o de moral particular. Por eso, la laicidad aparece en este nuevo contexto como el elemento capaz de ordenar las relaciones de convivencia sin que nadie vea o sienta dañado el libre ejercicio de sus creencias en un contexto democrático. Una laicidad que desarrolle su amplia capacidad mediadora para dar respuesta a las distintas situaciones que aparecen en nuestra complejidad social. No olvidemos que el término laico se refiere a aquello que pertenece al pueblo en general y no a un grupo en particular.
La laicidad de las instituciones públicas es la mejor garantía para una convivencia plural en la que todas las personas sean acogidas en igualdad de condiciones, sin privilegios ni discriminaciones, sean católicas, musulmanas, protestantes, ateas o agnósticas porque lo importante es su condición de «persona» y no su condición religiosa.
La laicidad de las instituciones públicas es la mejor garantía para una convivencia plural en la que todas las personas sean acogidas en igualdad de condiciones
La actitud laica tiene dos componentes: libertad de conciencia y neutralidad del Estado en materia religiosa. Cada uno es libre de tener o no creencias religiosas y de abrazar la religión que quiera, mientras que el Estado debe mantenerse al margen de estas creencias y prácticas personales. En este sentido, el laicismo busca separar el conocimiento de la fe, la política de la religión, el Estado de las iglesias, asegurando un lugar adecuado que garantice la libertad de conciencia y posibilite la convivencia. Y en una sociedad en la que hay libertad religiosa existen muchos sitios adecuados para cultivar la fe y la enseñanza de la religión ya sean parroquias, mezquitas, sinagogas u otros similares por lo que la asignatura específica de religión no debería formar parte del currículo escolar.
Los Acuerdos entre un Estado no confesional, como es el español, y la Santa Sede suponen un gran obstáculo para adecuar el sistema educativo a una sociedad cada vez más secularizada. Para algunos teólogos tan relevantes como Edward Schillebeeckx, Hans Küng o Juan José Tamayo el hecho de que la religión católica esté dentro de las aulas no le aporta una mayor relevancia. Que la religión salga del sistema educativo público no quiere decir que vaya a perder su papel dentro de la sociedad, simplemente tiene otro más acorde con los nuevos tiempos en los que la escuela debe ser el sitio de la ciencia y no de la creencia.
Las religiones y, por supuesto, la religión católica deben ser objeto de estudio en los centros de enseñanza. De hecho lo son. Pero otra cosa distinta es que deba existir una asignatura denominada Religión Católica que se parece mucho a la doctrina católica como se puede comprobar analizando los contenidos oficiales de esta asignatura. Además, es innecesario puesto que el catolicismo, desde un punto de vista tanto histórico como social o cultural, ya se estudia en materias como Filosofía, Historia de la Filosofía, Literatura, Historia, Música o Ciencias Naturales.
La religión es, por tanto, un hecho de conocimiento que está presente en muchas disciplinas. Y si se trata de una vivencia personal trascendental basada en la fe, la escuela no es el lugar para esa vivencia. La formación religiosa es un derecho que no puede generar obligaciones. Obligar a escoger una alternativa a la religión da cuenta de la importancia jerárquica de esta materia ya que en la oferta educativa tiene que haber opciones y no alternativas. No se oferta cabalística a los alumnos que no quieran matemáticas, terraplanismo a los que no quieran ciencias naturales o negacionismo a quienes no acepten la ciencia histórica. Y se da la paradoja de que para que algunos alumnos tengan la posibilidad de escoger la materia de Religión Católica el resto de ellos tienen la obligatoriedad de elegir una alternativa. La supuesta libertad de elección de unos conlleva la ausencia de esa libertad de otros.
Si la religión católica implica adoctrinamiento no es posible su presencia en los planes de estudios porque el adoctrinamiento no cabe, por ley, en la enseñanza. Y si no es adoctrinamiento tampoco se necesita una materia específica de Religión Católica porque en cuanto hecho histórico, antropológico o literario ya figura en el resto de las materias.
Necesitamos una ética común en una escuela laica que eduque en valores universales, en la pluralidad y en el respeto a los derechos humanos. Y que, en vez de adoctrinar en el dogma religioso, muestre la importancia histórica y actual del hecho religioso. La convivencia en las sociedades multiculturales requiere la neutralidad del Estado y de la escuela en materia de creencias religiosas. Se puede ser creyente o no, pero en cualquier caso es necesario ser creíble.
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