Asco. Una de las pocas palabras que han podido ser traducidas de los papiros de Herculano es asco. Parece una desplante del destino que los ... millones invertidos en desentrañar esos documentos obtengan una recompensa tan pobre y despectiva: asco.
También es una broma macabra que Elon Musk, el hombre más rico del mundo y consejero del presidente Trump, se parezca tanto a la mano derecha de Hitler; sí, la que alzaba sin parar. Igual que Himmler se interesó por el esoterismo y buscó el Grial en Montserrat por la obsesión nazi en hacer acopio de objetos mágicos y armas definitivas, el magnate que pulula por el Despacho Oval decidido a demoler la Administración de EE UU está loco por descifrar uno de esos misterios de la antigüedad.
Herculano, una de las ciudades romanas arrasadas por el Vesubio hace casi dos mil años, poseía una magnífica biblioteca que también quedó destruida y cuyos restos se conservan en el Museo Arqueológico de Nápoles. La mayoría son muñones retorcidos por el dolor de algo que un día fue papel, grumos más parecidos a leños calcinados en el infierno que a rollos de sabiduría. Pero algunos que han podido ser desenrollados dejan a la vista sus textos heridos. Y Musk ha puesto el ojo en ellos.
Como de dinero no anda escaso, está dispuesto a gastar lo que haga falta en sacar a la luz sus secretos, ya sea mediante alguno de sus cerebritos a sueldo, los cachorros del Departamento de Eficiencia Gubernamental, ya con una inteligencia artificial diseñada para traducir el griego antiguo carbonizado. No se descarta que máquina y hombre terminen arrojando la misma respuesta: asco, Elon, mucho asco. A la vista de su torpe saludo nazi, quizás lo que ande buscando sean unas instrucciones para alzar el brazo:
Nadie habrá dejado de observar –al modo cortazariano de observar estas cosas– que, cada vez con más frecuencia, de nuevo las calles se llenan de brazos en alto de manera tal que describen un ángulo de entre 120 y 140 grados respecto al eje vertical del cuerpo del sujeto, con la palma hacia abajo, conducta que se repite en bucle hasta cotas sumamente preocupantes. Para alzar el brazo derecho se comienza por levantar esa parte del cuerpo que también puede ser empleada en disparar un arma o encender el gas y que llamaremos extremidad superior derecha o, por abreviar, simplemente extrema derecha. La extrema derecha se alza de frente, pues hacia atrás o de costado resulta un ejercicio particularmente incómodo. La actitud natural consiste en mantenerse de pie, marcial, el brazo izquierdo colgando sin esfuerzo, la cabeza erguida con soberbia aunque no tanto que se desdibuje el bigotito ridículo, y el gesto de absoluto odio al diferente, posición generalmente acompañada de una proclama a favor de la patria o el führer de turno. Hay que tener el seso envenenado, dejar que se pudra el corazón, gritar fuerte, con voz muy de macho enfurecido, y escupir mentiras sin parar. De golpe, se suelta entonces a la altura de la escápula un resorte, como de soldado mecánico de hojalata, y la extrema derecha queda definitivamente erecta. A partir de aquí tenga miedo, tenga mucho miedo: allá en el fondo está la muerte si no corremos y llegamos antes y comprendemos lo que importa.
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