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Éramos pocos y se rompió la cazuela. Bueno, es que deseaba comenzar estas líneas de una manera graciosa, pero me ha salido el tiro por la culata lingüística. No me acuerdo de cómo es exactamente ese refrán tan manido, ando ya un tanto tronado de memoria. Me parece que debe de ser «Éramos pocos y parió la Berenguela o la Manuela» o algo semejante. Lo que quería expresar es que ya tenemos bastantes preocupaciones como para que vengan a complicarnos la vida con otras.

Viene esto a cuento de que este miércoles reciente, mientras la cuadrilla de amigos charlábamos animadamente al sol en una terracita logroñesa, uno de nosotros, de Calahorra por más señas, terció en la conversación introduciendo un tema acerca del cual le había hablado su señora. Al instante, desde los asientos todos inclinamos los cuerpos levemente hacia el interviniente, pues en nuestro entorno siempre prestamos atención suma a las materias que son objeto del interés de nuestras damas más amadas. Resultaba que la esposa, que es muy leída, había visto en una revista un artículo que la había desasosegado bastante, pues su contenido la persigue desde hace tiempo; se trataba del basurero en que hemos convertido al espacio, en el que navegan multitud de objetos a la deriva.

El asunto carecería de importancia, al menos a primera vista, si no hubiera sido porque nuestro camarada añadió que la compañera llevaba dándole a la cuestión astral a la hora de la almohada toditas las noches del miércoles, jueves y viernes; más insistente que el teniente Colombo en sus pesquisas. Para entonces los cuatro amigos habíamos percibido que nuestro compadre evidenciaba unas ojeras tan grandes como las que poseía cuando la pareja tuvo gemelos. Y no es para menos porque a su amor le ha dado por cavilar que cualquiera de esos objetos jubilados por los humanos le va a caer a ella, precisamente a ella, en la cabeza, o poco menos. ¿Y qué pasará si, por aquello de que todo se pega y más si dos cabezas reposan en el mismo cojín, nuestro amigo se contagia de esa idéntica idea fija? Ya me los veo saliendo a la calle protegidos por sendas armaduras como la que exhibía el emperador Carlos I en la batalla de Mühlberg, a caballo, inmortalizado por el gran Tiziano.

Para solventar estas preguntas estamos las cuadrillas, los amigos; no solo para reunirnos a cenar; así que hemos de ayudar a esta querida pareja en tan novedosa dificultad. Por mi parte, apoyo asimismo a esas nueve mujeres que defienden su derecho a ingresar en el Solar de Valdeosera como tantos hombres. ¡Caramba con las Ordenanzas Viejas que se lo prohíben cuatrocientos cuarenta y ocho años después!

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