Logroño, de puente a puente
La ciudad ha tendido cinco pasos en poco más de un siglo que han marcado sus comunicaciones y su desarrollo urbano
Aunque su himno define a Logroño como «puente sobre el Ebro», son cinco, en plural, los pasos con los que cuenta la ciudad de oeste ... a este, levantados en poco más de un siglo desde el de Hierro, el primero, al de Sagasta, el del siglo XXI. Durante buena parte de su historia solamente existió uno, el de origen medieval. Ese legado se perdió entre las aguas que traían las abundantes riadas que pudieron con él, marcando un antes y un después hacia un Logroño moderno, aquel que olvidó sus murallas, al que llegó el tren, el que hacía vida en los casinos, salones y El Espolón, el político, el de los palacetes, ferias y mercados, el Logroño moderno. Pero nuestro recorrido, siguiendo el fluir de las aguas, empieza por el más actual de los puentes, el de Sagasta. El último paso, el primero que encuentra el río.
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El crecimiento de Logroño hacia el oeste impulsó la necesidad de un nuevo paso del río, el cuarto puente, bautizado como Sagasta en el centenario de su muerte. Para ello, la ciudad se puso en manos del reconocido ingeniero de caminos navarro Javier Manterola, padre de algunos de los puentes modernos de más prestigio del país, como el puente de los tirantes de Pontevedra, el de la Constitución de 1812 de Cádiz, la pasarela del voluntariado de Zaragoza o el Euskalduna sobre la ría de Bilbao. En Logroño continuó con ese característico estilo de puente atirantado que ya se ha convertido en parte de la silueta de la ciudad. Cuenta con una plataforma central de dos carriles en cada sentido y dos aceras peatonales en arco a cada lado.
La pasarela, convertida en elemento característico del parque del Ebro, que todavía no era más que una idea, se inauguró el día de San Bernabé, 11 de junio, de 1986, una efeméride compartida con el puente de Piedra, construido 102 años atrás. Su planteamiento surge precisamente de un momento en el que la ciudad se preguntaba qué hacer con el Ebro, qué tipo de relación quería tener con su río, cómo sería su futuro entorno. Fue, en cierta medida, una apuesta de futuro, una actuación pionera. Hoy en día es difícil concebir la relación entre ambas orillas sin la pasarela, tránsito de tantos logroñeses vecinos de esa margen izquierda, entre aquellos que acuden al Adarraga, a Las Norias, al mercadillo dominical o únicamente para disfrutar de un apacible paseo.
Logroño abrió un puente hacia su futuro en 1882. No por manida la expresión deja de ser menos cierta, y es que en aquel año, una ciudad que ansiaba ser moderna y cuyo crecimiento era tan evidente como inevitable encontró en el puente de Hierro un símbolo contra su aislamiento, un nuevo eje urbano y una obra de la que presumir. El puente más antiguo fue el más moderno. El puente surge de la necesidad, de la incomunicación de Logroño al norte de su río, solucionadaen 1882. No fue una obra sencilla, con retrasos por la tardanza en la llegada del material desde el extranjero, las variaciones en el diseño, la escasez de operarios o la dilatación de las expropiaciones. Convertido desde entonces en emblema de una ciudad que aspiraba a más, fue paso de la carretera a Vitoria y favoreció la transformación urbana de Logroño. Su relevancia histórica está ligada a su funcionalidad y un elemento urbano vertebrador y cotidiano.
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Pese a que lo que puede parecer, el puente de Piedra no es el más antiguo de Logroño aunque sí es el que enraíza su tradición más allá . La actual construcción solamente toma un par de pilares y fue la respuesta, contundente y mejor planificada, al deterioro continuado que sufría el antiguo viaducto y que había obligado a numerosas reparaciones desde su construcción en el último tercio del siglo XI. Fue un paso obligado en el peregrinaje y en rutas más mundanas hacia una urbe que fue ganando en importancia y en población. Algunas pocas menciones documentales salpican su cronología antes de que Albia de Castro lo describiese en su Memorial por la ciudad de Logroño, en el siglo XVI, con las tres torres que hoy se dibujan en el escudo de la ciudad. Tras la práctica destricción del antiguo, Fermín Manso de Zúñiga fue el artífice definitivo del nuevo puente de Piedra, al igual que el de Hierro, si bien fue comenzado por Ricardo Bellsolá.
Todos los puentes parten de una problemática a resolver, y en el caso del viaducto de la A-13, fue la necesidad de sacar parte del tráfico rodado del centro de la ciudad, de esa ea carretera N-111 (Medinaceli-Pamplona) que cruzaba el puente de Piedra. Esto se sumaba al complicado acceso al polígono Cantabria desde la carretera de Mendavia. Cinco kilómetros de circunvalación al este de la ciudad fueron la solución. Entre la obra proyectada para la A-13 –que quedaría solamente un tramo hacia la A-12 concluyendo en la frontera navarra–, era necesario un paso sobre el Ebro, que por el carácter del proyecto no necesitaba grandes alardes.
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Serie: Logroño, ciudad del Ebro
Su construcción, integrada en la circunvalación, fue la más extensa, con tres años de actuaciones que culminaron el 28 de mayo de 1985, día de su inauguración. De hecho, esta tercera plataforma es una construcción austera, sin elementos estéticos, y quizá por ello, el más anónimo de todos los puentes de la ciudad. El último de este recorrido.
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