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¡Queremos cambiar...!
La contracrónica ·
El salto de la tediosa Segunda B a la ilusionante Liga Smartbank conlleva golpes aún más duros pero que no pueden emborronar lo logrado ni generar un pesimismo autodestructivoNo hubo deambular por La Ruta de los Vinos, ni visita a las sidrerías de Cimadevilla, terraza en Fomento ni paseo junto a la playa ... de San Lorenzo hasta acabar en el Parador, la desembocadura del Piles y El Molinón. Imposible disfrutar de la brisa salitrosa, del cariño compartido, de los recuerdos de otros tiempos, de la hospitalidad gijonesa, de aquellos millones de la lotería de la Peña Jiménez, de desplazamientos masivos, del hermanamiento, las canciones...
Durante años, cada vez que un gijonés se ha cruzado en mi vida a altas horas, hemos acabado entonando el «¡queremos cambiar Oviedo por Logroño!». Ese soniquete lenguaraz que nos sumaba a los de la capital riojana a la eterna pugna entre las dos grandes ciudades asturianas para situarnos, sin dudarlo, en el bando de nuestros colores: el blanco y rojo.
Nada de eso se produjo. Era la primera visita de la Unión Deportiva Logroñés a El Molinón, la puesta de largo en el fútbol profesional en el estadio más antiguo de Segunda, en una referencia de otros tiempos. Y faltó la gente. Maldito virus que derrumba planes, corta sueños y siega vidas.
Pero el fútbol debe continuar y la afición de la UD Logroñés tiene motivos, a pesar de la derrota, para disfrutar. Porque más que cambiar Oviedo por Logroño, la sufrida parroquia blanquirroja deseaba cambiar la tediosa Segunda B por la ilusionante y dura Liga Smartbank.
Es el momento de cambiar aunque, en el primer asalto, la categoría te muestre su cara más amarga. Una derrota, con un gol en el minuto final, es un directo en la mandíbula. Afortunadamente, habituadas al barro y a mascar piedras de desilusión, las mandíbulas de la parroquia riojana se han convertido en piezas de titanio capaces de triturar y deglutir casi cualquier tropiezo.
La lectura negativa de lo sucedido este sábado a orillas del Cantábrico podría conducir a la depresión, a unos días de gris desolación a la espera del siguiente encuentro, que tardará en llegar dos semanas, tiempo suficiente para volver a recargar las baterías del optimismo. Esa nube negra podría señalar a los errores defensivos, el mal resultado de meter a tres centrales en los minutos finales, la escasa presencia ofensiva en las bandas blanquirrojas o la incapacidad de generar una sola ocasión de gol durante 90 minutos.
Pero este sábado lo importante era cambiar. Sufrir un baño de realidad, aprender a apretar los dientes, olvidarse del dominio aplastante de la pasada temporada, de las goleadas, del KO por sumisión o de que los errores no siempre conllevaban un castigo. En Segunda se penaliza todo. Y ese es el cambio. Afrontar los primeros compases de la temporada con la columna vertebral del ascenso es una prueba complicada, pero que en la pretemporada dejó buenos detalles.
Ese gol de Djuka no puede borrar lo conseguido, ni restar mérito al salto mortal realizado en los últimos meses, El cambio es duro, durísimo, y la adaptación va a costar. Pero el paso de las sendas de Segunda B a la autovía de Segunda obliga a revisar la maquinaria y, sobre todo, a no dejar que la aflicción aparezca a las primeras de cambio. La UDL aguantó 89 minutos, se mostró sólida, supo pelear y no se amedrentó al pisar por primera vez un estadio imponente, tal vez más imponente por su silencio. El nuevo fútbol es así y hay que recomponerse y olvidar. El cambio que queríamos ya está aquí. No lo podemos olvidar tras el primer tropiezo.
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