Inglés, nivel medio
«Aunque no impriman más que un folleto, (los españoles) ponen en el frontis todo lo que son y todo lo que fueron, y aun todo lo que pudieron ser» (José Francisco de Isla, 'Fray Gerundio de Campazas', capítulo VIII)
Desde que se adoptó el sistema europeo de clasificación de lenguas, ha caído drásticamente el número de personas que aseguran en sus currículos tener «nivel ... medio» de inglés. Es una lástima. Ese nivel medio se alcanzaba ya con el uso dubitativo del «yes» y del «very well», pero aquella indeterminación permitía al menos un lucimiento modesto, una lejanísima posibilidad de bilingüismo, una mentira que no lo era del todo. ¿Quién era capaz de definir el concepto «nivel medio»? Ahora, sin embargo, hay que poner si uno tiene el B1 o el B2 y esas especificaciones técnicas no dejan espacio para la ilusión.
Cuando acabamos la carrera de Periodismo, la facultad agrupó nuestros currículos en un librito. Era una publicación deliciosa porque todos nos empinábamos un poquito para ver si alguna empresa decidía contratarnos. Hubo compañeros que hasta señalaron su gran dominio de la flauta, lo que en su momento me dejó perplejo y con algo de envidia. ¿Acaso debería yo haber incluido que en octavo de EGB hice mis pinitos con la armónica? Fue un fallo lamentable por mi parte: quizá ahora estaría trabajando en el New York Times, sección música de cámara, con mejor sueldo y menores preocupaciones.
La inflación curricular alcanza niveles pintorescos, y no solo en España. Los italianos llaman 'dottore' y 'dottoressa' a cualquiera que haya aprobado un grado en la Universidad, aunque ni se le haya pasado por la cabeza hacer el doctorado. El tuneamiento de currículos es una disciplina muy antigua, en la que los políticos caen con inexplicable frecuencia. Lo más sorprendente de esta historia es que hayan vuelto a pillar a alguien del PP echándole avecrem al historial académico para que la salsa le cogiera cuerpo. ¡Después de los másteres que les regalaron a Cifuentes y a Casado!
Hay que reconocer, en cualquier caso, que no siempre es fácil orientarse en los laberintos de la administración educativa. Los másteres de verdad exigen uno o dos años de trabajo serio, pero hay muchos másteres de mentira –como el de Óscar Puente– que se reparten muy alegremente porque cada uno pone en los diplomas lo que le apetece y una cosa es la Universidad Complutense y otra el Instituto Angloamericano del Porrompompón, probablemente asociado con la Northvalley Fucking University.
A la exdiputada popular Noelia Núñez yo le achaco, sobre todo, pobreza de espíritu. Cuando uno va a tunearse el currículum, lo mínimo que se le puede pedir es cierta ambición y un poco de creatividad. ¡Abogada es cualquiera, alma cándida! Hubiera sido magnífico que en la página web del Congreso figurara: «Noelia Núñez (Madrid, 1992). Graduada en Derecho y Ciencias Jurídicas de la Administración. Máster en Hebreo Bíblico y doctora en Astrofísica. Neurocirujana en el hospital Monte Sinaí. Cardenal in pectore de la Iglesia católica. Gran muftí de Jerusalén. Traductora de la Eneida al albanokosovar. Campeona del mundo de los tres mil obstáculos». A mí me habría ganado para siempre si, después de esta formidable retahíla, hubiera añadido, como quitándose importancia: «Inglés, nivel medio».
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