El cura de Baños que pudo ser Papa
Como 'Papa en funciones', a Martínez Somalo le correspondió evitar el vacío de poder y velar por que se cumpliera la voluntad del Pontífice difunto hasta en el mínimo detalle
Durante dicisiete días abril de 2005, Eduardo Martínez Somalo se hizo cargo del gobierno de la Iglesia católica, desde la muerte del Papa Juan Pablo II (2 de abril) hasta la elección de Benedicto XVI (19 de abril). En su calidad de cardenal camarlengo, Martínez Somalo fue el encargado de organizar el funeral pontificio, convocar el cónclave y administrar los asuntos de la Iglesia y del Estado vaticano durante ese periodo de interinidad.
Sus poderes, sin embargo, eran muy limitados. Las estrictas normas que rigen para el momento en que la Sede Apostólica queda vacante, actualizadas por el propio Juan Pablo II en 1996, garantizan que en el tiempo en que permanece vacío el trono de Pedro no se toman decisiones de calado. A lo sumo, algunas 'per módum provisionis' para la custodia y defensa de los derechos y tradiciones de la Iglesia. El colegio de cardenales carece de potestad sobre cuestiones que son competencia del Papa en vida o en el ejercicio de su misión y solo está autorizado a despachar cuestiones «ordinarias o inaplazables» y aquellas que se refieren a la elección del nuevo Pontífice.
A la muerte del Papa, el gobierno de la Iglesia se paraliza. Todos los jefes de los dicasterios (nombre que reciben los distintos ministerios del Estado vaticano), tanto el secretario de Estado, Angelo Sodano, como los prefectos de las distintas congregaciones, cesaron en el ejercicio de sus cargos. Todos salvo el camarlengo, entonces Eduardo Martínez Somalo, y el penitenciario mayor, el cardenal norteamericano James Francis Stafford.
También permanecieron en sus puestos el vicario de Roma, el italiano Camilo Ruini, y el decano del colegio cardenalicio, el entonces 'todopoderoso' guardián de la ortodoxia Joseph Ratzinger, a quien correspondió informar a los cardenales del fallecimiento del Pontífice y llamarlos a Roma para el cónclave. A la postre fue quien resultó elegido.
Como 'Papa en funciones', a Martínez Somalo le correspondió evitar el vacío de poder y velar por que se cumpliera la voluntad del Pontífice difunto hasta en el mínimo detalle. El cardenal español contaba para ello con una sólida experiencia en el Vaticano, donde ha pasado la mayor parte de su vida trabajando hasta entonces en la Secretaría de Estado.
Durante años hombre de la absoluta confianza de Karol Wojtyla, fue su 'número tres' entre 1979 y 1988 como sustituto de Agostino Casaroli, el secretario de Estado, ya fallecido, artífice de la apertura del Vaticano a los países del otro lado del Telón de Acero. Durante nueve años, despachó a diario con Juan Pablo II, le acompañó en todos sus viajes y le asesoró en las decisiones más delicadas.
Cuando Casaroli cesó por motivos de edad, su nombre sonó para sustituirle, pero finalmente primó esa ley no escrita que impide que dos no italianos ocupen los puestos más visibles de la Iglesia católica: la silla de Pedro y la Secretaría de Estado. Martínez Somalo fue entonces nombrado cardenal y se incorporó al gobierno de la Santa Sede en las congregaciones de culto divino y órdenes religiosas.
En 1993 fue nombrado camarlengo y en 1996 protodiácono, encargado de anunciar al mundo el nombre del nuevo Papa y de acompañar al Pontífice en las celebraciones más solemnes, como las bendiciones 'urbi et orbi' de Navidad y Pascua. Con estos nombramientos, el riojano culminaba una brillante hoja de servicios a la Iglesia que comenzó en el seminario menor de Logroño y en la Universidad Gregoriana de Roma, donde se licenció en Teología y Derecho Canónico.
Ordenado sacerdote en 1950, cuando contaba 23 años, en su tierra ejerció como canciller-secretario de la Curia de Calahorra y profesor de Religión en el Instituto y en el colegio de las Madres Teresianas.
Todos los años, en el mes de agosto, Martínez Somalo pasaba unos días en su pueblo natal, Baños de Río Tobía, visitando a sus hermanas Julia y Carmen. Esos días de descanso siempre sacaba un hueco para acudir al santuario de Valvanera, patrona de La Rioja, y a la ermita de la Virgen de los Parrales, de Baños. Allí celebró el 16 de julio de 2000 sus bodas de oro sacerdotales con una misa a la que asistieron las autoridades locales y autonómicas y algunos compañeros de pupitre que aún le recordaban como un gran aficionado al deporte y un duro contrincante en el frontón.