Luis Argaiz, Isabel y Bruno posan en Carbonera, ante las farolas de energía fotovoltaica y el aerogenerador doméstico de un vecino. Justo Rodríguez
Isabel | Vecina de Carbonera, aldea de Bergasa

«Vives como en el siglo XIX pero más cómodo»

«Vinimos buscando soledad, así que una conexión a la red implicaría que vinieran más vecinos y no me gustaría», confiesa

Diego Marín A.

Logroño

Sábado, 7 de junio 2025, 20:48

En el prado donde residen Isabel y Bruno en Carbonera junto a sus perros Lili, Luna y Milo, entre avellanos, almendros, manzanos, ciruelos y ... rosa mosqueta, en la ribera del arroyo del Monte, uno tiene la sensación de poder sentarse sobre la hierba a leer 'Guerra y paz' y terminarlo de una tacada, sin levantarse. Ella es de Albacete, él de Francia y se conocieron en Santa Pola (Alicante), donde la coincidencia de un cáncer con la presidencia de una comunidad de vecinos les empujó a salir de la urbe. «Era agotador y queríamos irnos al fin del mundo», cuenta Isabel.

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Casi lo lograron. Carbonera es una aldea de Bergasa a la que se accede por Tudelilla y se encuentra inmersa en la Sierra de la Hez, en las faldas de su cúspide, el Cabimonteros. Lo curioso es que, pese a la cercanía de los molinos de viento que asoman como púas de un peine, el pueblo no cuenta con suministro de la Red Eléctrica Española. Los vecinos se abastecen con paneles solares y pequeños aerogeneradores. Incluso las farolas del alumbrado público funcionan con energía fotovoltaica.

No es exagerado afirmar que en Carbonera viven más perros que personas. En una de las casas de adobe abandonadas, de precioso enrejado verde en el balcón y las ventanas, es posible asomarse al interior de la cocina. Aquello parece un túnel del tiempo, detenido décadas atrás. Completamente amueblada de blanco, muebles y alicatado, todo permanece desordenado, igual que después de una fiesta, pero antiguo, como abandonado abruptamente. Hubo un tiempo en el que el pueblo, dedicado a la elaboración del carbón de leña, albergó a 160 habitantes, pero se despobló tras la Guerra Civil y se agregó a Bergasa. Antaño tuvo electricidad gracias a un salto de agua. No fue hasta hace apenas unos años cuando la gente regresó a la localidad y se empezaron a rehabilitar casas. En el 2018 la asociación Amigos de Carbonera realizó una «denuncia desesperada» para que el pueblo saliera «del abandono» y no pasara a ser «memoria histórica».

Isabel y Bruno posan en su casa de Carbonera. Justo Rodríguez

Aunque recientemente se llegó a plantear una comunidad energética, no se ha avanzado en ello. «El coste sería muy alto para poca gente y perdería su encanto de pueblo tranquilo. Es una pena que se caigan las casas pero hemos venido aquí para estar aislados», confiesa Bruno, quien trabajó en una compañía eléctrica francesa. El alcalde de Bergasa, Luis Argaiz, también considera «inviable económicamente» el reenganche de la aldea a la Red Eléctrica. «Vinimos buscando mucha independencia y soledad, así que una conexión a la red implicaría que vinieran más vecinos y, sinceramente, eso no me gustaría», confiesa Isabel. «Perdería su encanto», añade Bruno.

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La singularidad de Carbonera es esa, que es un pueblo apartado, pequeño, por donde apenas pasa nadie, aunque está inmerso en la Reserva de la Biosfera de La Rioja, y que apenas suena porque la bodega de Rioja El Coto cuenta en las inmediaciones con una finca. De hecho, uno de sus vinos hace referencia a la altitud a la que se cultiva el viñedo: Carbonera 875. «Al principio me daba pánico la noche por el ulular de los búhos, por los perros al ladrar a un gato montés... Pero ahora estoy muy bien aquí», reconoce Isabel. Allí cuentan con electrodomésticos y viven con normalidad, solo que «el tiempo manda», subraya Bruno.

Isabel, Luis Argaiz y Bruno posan en Carbonera. Justo Rodríguez

«La lavadora es gratis»

«¿Hoy hace buen día? La lavadora es gratis. En Santa Pola, si pongo tres lavadoras se nota en la factura», explica Isabel. «Vives como en el siglo XIX pero más cómodo», describe Bruno. El problema es el invierno, cuando, si durante una semana no sale el sol, se pueden quedar sin energía. Para esos casos tienen estufa de gas y un grupo electrógeno, por si acaso. «Hace años la gente vivía así y hay que aguantar. El verano es más fácil. Hemos llegado a estar diez días sin luz, con lámparas frontales», recuerda Bruno sin darle más importancia que una simple anécdota.

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Los fines de semana y en época estival el pueblo tiene más vida. No esconden que un problema puede ser la seguridad. Hay cacos que se lo llevan todo. Todo. «Una vez que no estábamos nos robaron las baterías, la batidora, el tostador... y hasta mi ropa interior», asegura Isabel.

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