El gran diseño
«Las incursiones de los científicos en teología o filosofía pueden ser embarazosamente ingenuas o dogmáticas», asegura Martin Rees
ANTONIO ÁLAMOS OLMOS
Sábado, 29 de enero 2011, 02:10
En la obra de ese título, Stephen Hawking asegura que la filosofía ha muerto y que la ciencia debe tomar su relevo a la hora de tratar de responder a las grandes preguntas que desde siempre han preocupado al hombre. Se propone ofrecer respuestas a cuestiones trascendentes. ¿Por qué existe algo en lugar de no haber nada? ¿De dónde viene todo lo que nos rodea? ¿Necesitó el universo un creador? ¿Por qué precisamente este conjunto de leyes y no otro? ¿Cuál es la naturaleza de la realidad? Convertir la física en metafísica es una vieja aspiración de Hawking; pero en otras ocasiones se mostró más cauto y más sensible a las limitaciones del método científico. «El método usual de la ciencia de construir un modelo matemático no puede responder a las preguntas de por qué debe haber un universo que sea descrito por el modelo», escribía en la 'Historia del tiempo'. Si bien, ya en esa obra, le acechaba el peligro de quedar atrapado en su mundo de ecuaciones y, ofuscado por el realismo de los conceptos, sucumbir a la tentación de dar el salto ontológico, de transitar de las nociones a la realidad, al modo como Descartes confecciona una discutida prueba de la existencia de Dios
Hawking siempre se ha mostrado ambiguo y vacilante a la hora de interpretar la naturaleza de los modelos cosmológicos. Unas veces los considera simplemente como un útil instrumento de cálculo, cómodos para la descripción abreviada de la realidad: «Una teoría científica es justamente un modelo matemático que construimos para describir nuestras observaciones: existe únicamente en nuestras mentes» (Hª t. 185). Lo que importa es que descripción sea útil. Otras, en cambio, adopta una visión realista e intenta extraer de su modelo consecuencias que afectan al universo existente: «Pero si el universo es realmente autocontenido, si no tiene ninguna frontera o borde, no tendría principio ni final; simplemente sería. ¿Qué lugar queda, entonces, para un creador?» (ib. 187). En la obra escrita en colaboración con L. Mlodinow, adopta un «realismo dependiente del modelo»: un modelo bien construido crea su propia realidad, los distintos componentes existen en una teoría que concuerda con nuestras observaciones. «Carece de sentido preguntar si un modelo es real o no; sólo tiene sentido preguntar si concuerda o no con las observaciones» (GrD. 54). No ignora que dos teorías incompatibles entre sí pueden llegar cada una de ellas a conclusiones acordes con los datos observados, y pasa por alto el hecho, no precisamente intrascendente, de que de las teorías que él emplea no se ha podido deducir fenómeno alguno comprobable en la experiencia. A pesar de ello, pretende sacar conclusiones con valor metafísico, válidas para el universo real. «Como hay una ley como la de la gravedad, el universo pude ser y será creado de la nada». «La creación espontánea es la razón por la cual existe el universo» (ib. 203).
La explicación puede sorprendernos. En un modelo que describa un mundo continuo, la energía total debe permanecer constante; en ese universo no pueden surgir de la nada cuerpos aislados, porque éstos tienen energía positiva y, al aparecer, alterarían la energía total del sistema. Pero, en cambio, ¡pueden brotar de la nada universos enteros!, porque la energía gravitatoria, que es negativa, contrarresta exactamente la energía positiva necesaria para crear la materia. O sea, que no hace falta poder alguno para crear cuerpos y gravedad, porque en conjunto son cero de energía, no son nada. Nos recuerda la curiosa argumentación del químico P. W. Atkins: del mismo modo que 1 y -1 es igual a 0, así a la inversa, la nada se divide en opuestos extremadamente simples y ¡crea el universo!
En los primeros tiempos de la cosmología científica, los físicos no se tomaban demasiado en serio sus modelos matemáticos, les costaba creer que dijeran algo sobre el universo real. Hoy, para algunos, la situación ha cambiado; juegan a demiurgo creador, piensan que su sistema de ecuaciones es tan elaborado que puede causar su propia existencia. No advierten que las ecuaciones siempre llegan tarde; suponen el trabajo de un físico que, asentado en un universo ya existente, trata de comprenderlo. «Las incursiones de los científicos en teología o filosofía pueden ser embarazosamente ingenuas o dogmáticas», asegura el astrofísico de Cambrige Martin Rees.