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A Sevilla se le atragantan las chuletas
SOCIEDAD

A Sevilla se le atragantan las chuletas

Ni Yale, ni Oxford, ni La Sorbona expulsan y suspenden directamente al alumno que pillan copiando, como pretendía el campus andaluz

PÍO GARCÍA

Martes, 26 de enero 2010, 11:25

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De la venerable chuleta al moderno pinganillo, muchos estudiantes españoles utilizan los métodos más eficaces para aprobar sin herirse los codos. Cuando alguien es sorprendido haciendo trampas, la solución suele ser expeditiva: el alumno abandona el aula y su examen, roto en cuatro pedazos, cae en la papelera. La Universidad de Sevilla quiso cambiar esta convención tácita por un código escrito, novedoso en España, en el que se estipulaba con claridad qué hacer en estos casos. El profesor debía guardar las pruebas, dejar al presunto culpable que acabara la prueba y someter finalmente el asunto a una comisión disciplinaria. La medida alentó titulares engañosos (del tipo 'la Universidad de Sevilla permite copiar en los exámenes'), generó un intenso debate social y mereció la reprobación pública de José Antonio Griñán, presidente de la Junta de Andalucía, y de Javier Arenas, presidente del PP andaluz. Tanta ha sido la polvareda levantada que el Consejo de Gobierno de la Universidad de Sevilla, reunido en sesión extraordinaria, tuvo que dar ayer marcha atrás. Su rector, Joaquín Luque, anunció que el polémico artículo 20 de la 'Normativa reguladora de la evaluación de las asignaturas' quedaba sin efecto para «proceder a una revisión que evite interpretaciones incorrectas». Luque insistió en su «sorpresa» ante algunas reacciones de los últimos días: «Con esta normativa -subrayó- no se da derecho a copiar». Algo que también recalcó el ministro de Educación, Ángel Gabilondo, quien, antes de presentar en Bruselas las prioridades de la presidencia española en materia de enseñanza, recordó que «el hecho de dejar a alguien acabar un examen no significa exactamente la impunidad». Gabilondo aludió a la «indefensión de una persona» que en un momento determinado puede hacer valer sus razones: «Pero si no ha hecho el examen, ya hay un problema», advirtió.

Las universidades españolas, por lo general, no tienen normas escritas sobre la materia o, cuando las hay (como en el caso de Santiago), recogen una enumeración de sanciones y el derecho a la reclamación del estudiante presuntamente infractor. Algunas, como Salamanca, ya se han mostrado contrarias a dejar acabar su ejercicio al alumno pillado con las manos en la masa: prefieren expulsarlo, suspenderlo y recoger la prueba (sin destruirla), por si el imputado decide recurrir a la Comisión de Docencia. Sin embargo, con esta norma finalmente retirada, la institución andaluza no hacía sino copiar la legislación que se observa en centros tan intachables como la Sorbona, Oxford o Yale. Eso sí, las diferencias entre las aulas sevillanas y las británicas o americanas no iban a depender tanto de la ley como de la costumbre.

Listillos aquí, apestados allá

Cuando el profesor Juan Carlos Conde, especialista en literatura medieval, puso su primer examen en la Universidad de Indiana (Estados Unidos), empezó dando una orden rutinaria: «Pedí a los estudiantes que se sentaran separados, y que pusieran apuntes y libros en el suelo». Pronto se arrepintió. «Por su expresión, rápidamente deduje que los había ofendido gravemente -explica-. Simplemente pensar que podían copiar era un ultraje para ellos». Conde, que ahora da clases en la Universidad de Oxford, se dio cuenta allí de que la actitud frente a las chuletas varía según nacionalidades. «Los americanos son los más celosos en este aspecto; en una cultura del logro, es inaceptable copiar. Y un escándalo ser copiado. Los estudiantes ni siquiera se prestan los apuntes. El que quiera tener éxito, tendrá que tenerlo gracias a su esfuerzo». Pese a ello, las principales universidades americanas cuentan con 'códigos de honor' que los estudiantes deben firmar antes de comenzar sus estudios. El que rige en Yale, por ejemplo, expone textualmente que «el plagio y el engaño» originarán castigos que van desde la reprimenda a la expulsión. Y avisa: «Las violaciones de este código se tomarán muy seriamente». Ahora bien, ni en Yale ni en ninguna otra gran universidad las penas quedan al arbitrio del profesor que ha descubierto la trampa. Cuando eso sucede, se abre un proceso cuasi judicial, muy similar al que quería implantar la Universidad de Sevilla. «Nada de quitarle al estudiante el examen, hacerlo una pelota, tirarlo a la papelera y echarlo del aula», resume el profesor Conde.

En Oxford (Gran Bretaña) rige un prolijo sistema disciplinario con gran variedad de castigos, aunque presididos por una norma básica: «En ningún caso se toma una decisión sin escuchar a ambas partes. Acusador y acusado comparecen ante el Student Disciplinary Panel. Habrá

que mostrar la evidencia del delito y el estudiante podrá presentar alegaciones». El profesor Conde puntualiza sin embargo que estos episodios son raros en aquellas latitudes: «En la mentalidad del estudiante anglosajón no entra el copiar. Está claro para todos que cada uno debe recibir la nota que merece». Pero, además, el alumno de Oxford no busca el cinco pelado («el aprobado raso es para ellos un fracaso sin paliativos»), así que «copiar no es una opción».

Tampoco los alumnos alemanes suelen fabricar chuletas o echar vistazos indiscretos al vecino de pupitre. «Es algo claramente excepcional y no está bien visto», sentencia José Martín y Pérez de Nanclares, catedrático de Derecho de la Universidad de Salamanca que ahora imparte clases en Heidelberg. Pérez de Nanclares estudió en Colonia y Saarbrücken, y descubrió pronto las diferencias culturales: «Los alumnos de origen latino (especialmente españoles, italianos y brasileños) no veían en el acto de copiar algo reprobable. No pasaba lo mismo con los demás (alemanes, holandeses, estadounidenses), que incluso llamaban la atención a los compañeros que veían copiando».

En Alemania, cada universidad marca los castigos que aguardan al tramposo en sus reglamentos internos: «Lo normal es que les pongan un cero», zanja Pérez de Nanclares. En casos extremos, se prescribe la expulsión. El jurista español recuerda un caso que incluso llegó al Tribunal Constitucional de la entonces República Federal. Los profesores suspendieron a un estudiante que había realizado un brillante ejercicio escrito, pero que no pudo contestar a ninguna pregunta de la prueba oral. Los examinadores concluyeron entonces que el alumno había copiado, aprovechándose de sus «frecuentes visitas al baño por indisposición sobrevenida». El Constitucional aceptó el recurso de amparo del presunto infractor porque su conducta, tan sospechosamente higiénica, no estaba incluida en el reglamento.

Un problema semejante será difícil de encontrar en Francia, cuya tradición jacobina hace que todos los centros de enseñanza superior, desde la majestuosa Sorbona a la universidad más pequeña, deban respetar idéntica normativa. Un decreto ministerial de 1992 relata cómo debe comportarse un profesor que descubre a un alumno copiando: «El vigilante toma todas las medidas para que el fraude cese, pero sin interrumpir la participación en la prueba del presunto infractor». Es decir, lo mismo que pretendía hacer la Universidad de Sevilla. Sólo en algunos casos (por ejemplo, cuando un estudiante usurpa la personalidad de otro) está contemplada y autorizada la expulsión del aula. «No te quitan el examen allí mismo, pero las sanciones son duras. Pueden prohibir que te vuelvas a presentar durante tres años», asegura Emilie Peroteau, estudiante de la Universidad de Angers que disfruta de una beca Erasmus en La Rioja.

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