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Casablanca, probando sonido en Huesca, 1978. :: AMALIA MOLINA
CULTURA

Casablanca, hippies en el Logroño de la Transición

Los cuatro músicos riojanos siguen en activo 35 años después

JOSÉ IGNACIO FORONDA

Miércoles, 2 de octubre 2013, 00:49

Cada generación busca sus leyendas. Cada grupo encuentra sus héroes. Cada cual tiene su mito. La cultura popular es especialmente dada a este tipo de búsquedas y de hallazgos, de deslumbramientos. Y el rock, uno de los motores de la cultura popular de los últimos cincuenta años, no es ajeno a ello.

Componiendo una melodía con los recuerdos musicales de mi primera juventud doy con uno de esos grupos cuyo nombre el tiempo, en mi interior, ha ido haciendo más y más grande. Y ello a pesar de que nada lo ha alimentado, únicamente la memoria de su nombre. El nombre de ese grupo es Casablanca.

La sombra que proyecta Casablanca en mi memoria es enorme. Puede que sea porque la luz está más lejos cada día. Recién salido de la adolescencia, con el viento del rock soplando por la espalda, contar con un grupo como Casablanca dentro del exiguo plantel de las bandas de rock del Logroño de la Transición suponía una razón para creer, un motivo para soñar. Y cuando actuaban en directo, la mejor excusa para subir alto y bailar sin parar.

Quizá Casablanca no fuera lo legendario, mítico o heroico que mi memoria supone. Simplemente fue la aventura de un grupo de amigos que quiso hacer de la música el centro de sus vidas. Esa aventura resultó definitiva para los cuatro logroñeses que la protagonizaron. Y eso me parece razón suficiente para alumbrar esta historia.

Una comuna jipi

Cuenta la leyenda que Casablanca nace cuando Roberto Gil, Rúper, decide abandonar Zaragoza y regresar a Logroño junto con su grupo de amigos, veinteañeros y melenudos, para montar un bar y formar una banda de rock. Es la primavera de 1977. En el viaje le acompañan Alberto Moreira, Pablo Jiménez y Domingo Martínez, y sus parejas (Amalia, Maite, Alicia.). Y una vez que se han instalado, se incorpora al grupo Rafael Ibarrula, Chafa.

Cuando no pueden avanzar en la transformación de la tienda del señor Gil (Novedades José Luis, en Portales, junto a Calzados Pisa), en un bar, se dedican a tocar. Lo hacen de una manera casi intuitiva, dejándose llevar. Domingo toca la batería; Alberto, el bajo; Pablo, el saxo alto; Rúper, el saxo tenor y la flauta; Chafa, el órgano.

Como no podía ser de otra manera en aquellos tiempos, la comuna jipi que han formado, y que ha anidado en un piso de la calle Mayor de Logroño, tiene problemas con la autoridad. La Policía entra en la casa, los arresta y cae sobre ellos la Ley de Peligrosidad Social. Alguno da con sus huesos unas horas en los calabozos del Gobierno; otros van unos días a la vieja prisión de Logroño, y hay a quien se lo llevan unos meses a Carabanchel. Sin embargo, el talego no hace sino dar intensidad y sentido a la apuesta musical y vital del grupo. La música se convierte en el camino para saltarse los límites. En 1977, la libertad es todavía un pájaro que aprende a cantar en una jaula.

La reforma del bar va avanzando a medida que consiguen comprar más material y en septiembre de ese año abre sus puertas, con nombre pero sin cartel. Ese bar es el Merlín, lugar de culto de la contracultura logroñesa desde el 77 al 79; un garito que marcará a al menos dos promociones de logroñeses: los que se iniciaban en el rock (chavales que inauguraban la senda de la Educación General Básica) y los que ya estaban al loro (tíos que habían cerrado la senda del Bachillerato hasta sexto y reválida).

Ensayos, locales...

Casablanca empieza sus ensayos en un cuartucho de El Destino, una tienda de frutos secos y cigarrillos sueltos en la calle Herrerías. La regentaban Jesús Larrauri, un hombre escondido tras el apodo de Matamoras. Jesús Larrauri y El Destino, unificados en «los del Matamoras», son el epicentro del rock logroñés de los setenta debido a los grupos que se forjaron en sus locales y buhardillas: Ente, Mezcla, Combustión, Potato, Tu Novia Me Quiere, Ketama, Marraquech o Fríos, Calculadores y Distantes.

Roberto Gil, al otro lado del teléfono, al otro lado de España (forma con su pareja un dúo que amenizan las veladas de un hotel de Lanzarote), recuerda las primeras armonías de Casablanca: «Donde el Matamoras empezamos a componer y a ensayar un repertorio que era la mezcla de los distintos bagajes que cada uno teníamos. Alberto y Domingo estaban influenciados por el rock progresivo, mayormente europeo (Van der Graaf Generator, Hawkwind, Soft Machine.); Pablo, que venía de París, traía con él la música concreta y electroacústica de tipos como La Monte Young y Francis Dhomont. Y yo me sentía atraído por el movimiento Costa Oeste, el soul, el jazz, bandas como Gong y en general grupos británicos del momento. Salió un pastiche que por aquel entonces resultaba demasiado avanzado para lo que se escuchaba en el país».

Rúper, entre sorprendido y entusiasmado por mi interés en el grupo, subraya el poderío musical de Casablanca: «El resultado, la suma de todas las aportaciones individuales, fue una orquesta nada convencional, ya que confeccionamos un repertorio ecléctico y divertido que incluía lo mismo un rock and roll que un chachachá o una marcha celta».

La emoción con la que Rúper recuerda esos tiempos me contagia. Merece la pena seguir acercando la luz. Consigo el teléfono de Ángeles Quintana, Tata, y la llamo. Es ya de noche. Con su voz de jazz me dice entre risas que no recuerda nada. «Si una sensación vale como un recuerdo, el recuerdo que tengo de Casablanca es muy bonito. Sí, todo aquello fue hermoso. Habla con Chafa, habla con Quique, y si te enteras de algo, me dices.».

Una pizarra y mucho rock

En su página web (www.rafael-ibarrula.com), Chafa evoca la música del grupo: «Comenzamos a hacer rock progresivo con unas melodías muy locas y ritmos desenfrenados». La aparición de Quique Soriano supuso que toda esa energía se encajara dentro de los patrones rítmicos y armónicos de la música popular. «Quique -sigue Chafa- ordenaba toda la energía que fluía por las mentes visionarias de Pablo, Domingo, Alberto.».

El carismático guitarrista logroñés Quique Soriano ha detenido el coche en mitad de ningún sitio y ordena sus recuerdos. «Dejé mis clases de matemáticas y física y mi trabajo como técnico de sonido en la sala Zeleste de Barcelona para venir a Logroño a divertirme con mis amigos. En Barna se vivía una explosión cultural, con festivales como el de Canet y grupos como Música Urbana, Secta Sónica, Sisa, Toti Solé. pero Casablanca era una aventura irrenunciable. Empezamos en el local del Matamoras, pero pronto nos subimos a un local en Lardero, donde clavé una pizarra en una pared y empecé mis clases. Currábamos un huevo, desde las ocho de la mañana. Hasta aquel año yo era matemático y guitarrista. Cuando regresé a Barcelona, después de ese largo verano, descubrí lo importante que era la formación musical y tuve el sueño de montar una escuela de música moderna».

Quique, de quien en el Merlín se decía que es el mejor guitarrista de la ciudad, se incorpora al grupo en 1978. Viene con su pareja, Lali. Y a ellos se suma Tata, que se había iniciado como cantante folk. Es entonces cuando la banda adquiere su formación de gala.

Alive and free

Casablanca da la primera de sus actuaciones en el colegio Divino Maestro, en 1977, y a partir de ahí comienza una serie de conciertos caracterizados por una enorme energía y una singular maestría. El grupo alcanza su punto álgido en el verano de 1978, con conciertos como el del parque de los Enamorados de Logroño (junto a bandas logroñesas como Ente y Mezcla) o el de la plaza de toros de Estella. Interpretan temas suyos (como 'La Ruperciana' o 'Embrujada') y también hacen versiones de clásicos y no clásicos del rock (como 'Zapatos de gamuza azul' de Carl Perkins, o 'Blackhearted Woman' de The Allman Brothers Band) y de la salsa (como 'El Otorrinolaringólogo').

«El de 1978 -continúa pletórico Rúper-, fue un verano de muchos bolos. Recorrimos un montón de pueblos de La Rioja, Álava, Burgos, Navarra y llegamos incluso a Huesca. Hubo un concierto en la plaza de toros de Estella para el que fletamos desde el bar Merlín un autobús y se apuntó toda la basca. Tocamos con Mezcla, Bloque, Asfalto, Trilogía y los Leño, que daban allí uno de sus primeros conciertos. Lo más curioso fue que no actuábamos de teloneros, sino en último lugar. Entonces nos sorprendió el orden. Luego lo entendimos: habían pronosticado un tormentón. Sin embargo eso nos ayudó a dar el pelotazo, pues, ya avanzada nuestra actuación, mientras tocábamos un tema mío llamado 'La Ruperciana', empezó a diluviar a lo bestia. La peña de la plaza se vino arriba, y mientras unos se refugiaban bajo el escenario, otros bailaban jubilosamente en el ruedo y las gradas. -Y remata-: Grandioso colofón para un grandioso colocón».

El tirón que tenía Casablanca entre los seguidores del rock de Logroño era grande. Chafa escribe: «Nos seguía una legión de colegas y colgados tal que, cuando llegábamos a tocar a los pueblos, la gente se asustaba al ver llegar semejante invasión de hippies y peludos». Conviene recordar, por si tenemos algún lector joven, que en los setenta, llevar el pelo largo era no una cuestión estética sino una declaración de intenciones: yo paso.

Semillas

Pasado el verano del 78, Quique Soriano y Lali vuelven a Barcelona y al grupo se incorporan dos guitarristas, Daniel Fraile y Luis Barreiros. Han vuelto al barrio viejo de Logroño, a una antigua sala de futbolines y máquinas recreativas de la misma calle Herrerías que tenía por nombre La Sonrisa del Niño y que estaba dos portales más allá de El Destino. Casablanca seguiría funcionando hasta 1979. Pero sin que nadie entienda muy bien por qué, ni siquiera sus propios protagonistas, cosas de la memoria sentimental, la magia de Casablanca desaparece. No es lugar para hacerle la autopsia al cadáver. Chafa intenta explicarlo con una imagen musical: «El principio de Casablanca, y de alguna manera también el del Merlín, fue como Woodstock. Y el final de uno y otro fue como Altamont». Auge y caída del Reino de la Paz y el Amor. Muerte de la Armonía.

Más allá de ese fin, la semilla de Casablanca floreció en orquestas que, al hilo de lo que proponían en Cataluña bandas como la Orquestra Platería, ofrecieron al público festivo de los años setenta lo mejor del rock internacional junto con lo más valioso de la salsa o de la música popular española. Rock y tradición, mezclados, no revueltos (el mestizaje vendrá unos años después). Orquestas como Champán o Candela, que supusieron para sus componentes una forma de seguir adelante con su apuesta vital por la música, y para el público una fiesta y una escuela.

No sé si es un hecho singular que los cuatro músicos de Logroño que formaron Casablanca, aquellos jóvenes peludos y veinteañeros de aquel Logroño gris de la Transición, vivan hoy profesionalmente de la música.

Rafael Ibarrula ha seguido haciendo sonar sus teclados en bandas como Orquestina La Moderna o Son de Luna, y ahora lo hace en Illo Gronnio. Es el compositor de la música del 'Himno a Logroño', y director de la escuela de música Musicalia. Con solo visitar su página, uno comprueba que la música le ha hecho feliz.

Tata Quintana es profesora de voz y canto en Madrid y cantante de jazz sin fronteras (www.tataquintana.com). La versión que nos dejó en La Gota de Leche de 'Skylark', una canción popular americana que hicieron universal voces como las de Aretha Franklin, Ella Fitzgerald, Linda Ronstandt o K. D. Lang (y que pueden ver en YouTube), es un maravilloso vuelo hacia la música. Allí donde cante, no se la pierdan.

Quique Soriano, arreglista y músico en grupos y bandas de todo pelo (del jazz al punk: fue «la bestia heavy de La Rioja» en la banda de Oriol Tramvia). Fundó la Escola de Música Moderna de Badalona hace más de 25 años y la dirigió hasta hace unos meses. «He cambiado de edad, no de ideas. Sigo creyendo en lo mismo que entonces -me dice-. Ahora que me he jubilado aspiro a viajar lejos y mucho tiempo solo con mi guitarra».

Y Rúper, el hombre de viento, sigue como músico disfrutando de la música. «He tocado con Pau Riba y Obras Públikas, he grabado con Sabina, he compuesto la música de un par de pelis, y no he querido ser profesor porque soy un músico. Desde hace quince años formo con Eva Nguema el dúo Libra. Vivo para tocar, toco para vivir. Y si esto me falla, acabaré tocando el saxo en el metro». Lo dice con orgullo, e imagino que sonríe satisfecho recordando la que lió mientras ve ponerse el sol en Lanzarote, más allá de Casablanca.

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