La historia villareja contada día a día

Con un número similar de habitantes al que tenía en el siglo XVI, El Villar de Arnedo vive entre el ajetreo de ser uno de los municipios que aún atraviesa la N-232 rozando casi los edificios y la tranquilidad de La Rioja más rural, esa que aún sobrevive gracias al vino, a las harinas y al campo. Y si alguien tiene el privilegio de conocer bien este municipio riojabajeño es Gonzalo Martínez, más conocido como Gonmar, pseudónimo con el que ha firmado sus textos para Diario LA RIOJA durante décadas.

Con la escritura y la recopilación documental en su herencia genética -recuerda que ya su abuelo se dedicaba a guardar textos con lo que costaba una cántara de vino allá por los inicios del siglo XIX- se ha convertido por mérito propio en el cronista villarejo por excelencia. Un cronista que se ha adaptado a los tiempos y que utiliza a la perfección las nuevas tecnologías.

«Yo siempre he escrito porque quería que saliese mi pueblo en el periódico», afirma mostrando un amor por sus raíces que no intenta disimular al tiempo que vende El Villar de Arnedo como el mejor lugar para vivir «en toda la faz de la tierra».

Si tiene que destacar lugares emblemáticos no lo duda. «Yo -dice- soy un hombre de viñas y de campo y no me puedo olvidar del guardaviñas del cura». Todos los datos están en su privilegiada memoria: «Se llama así porque su propietario, Tomás Cordón y Vea, al enviudar, se hizo cura y fue arciprestre de Arnedo en la década de 1880».

Tampoco olvida la fuente de La Ampiuda con su famosa agua rica para cocer los mejores guisos y a la que acuden gentes de toda La Rioja Baja y de la ribera de Navarra.

El recorrido villarejo termina en la acacia centenaria, justo al lado de la fuente municipal construida en 1923 por un cantero vasco, mientras sigue recordando aquellos años del Club Brujas, de los censores y las minifaldas y del movimiento juvenil y cultural que tenía un municipio que siempre ha estado en el centro de todo.