Peña Saida, con el valle al fondo J. Sainz

La última frontera de la sierra

El cordal de Rodalillo y Peña Saida rematan el Camero Viejo a las puertas de Logroño

J. Sainz

Logroño

Miércoles, 27 de mayo 2020, 12:52

Cuando Jeremiah Johnson se largó a las montañas no se lo pensó dos veces: alzó la mirada y siguió sus pasos hacia las Rocosas. Las Rocosas son la médula del mundo -le confió un día el trampero loco cuyo camino errante se había cruzado con el suyo tiempo atrás-; la gente del valle no puede entenderlo. Lo entendamos o no, en La Rioja, la columna vertebral es el Sistema Ibérico y su espinazo, los Cameros, una sierra irregular y diversa, dura y hermosa, surcada por las cuencas del Iregua y el Leza, que viene desde las alturas del sur a plantarse en las inmediaciones mismas de la llanada del Ebro.

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Las sendas más bonitas

Peña Saida es una de los muchos enclaves dignos de visitar en este rincón tan próximo y, en cambio, tan poco conocido de la sierra. Las rutas más habituales y directas (sin contar la de Luezas, que requiere ir en coche hasta esta aldea de Soto en Cameros) parten de Nalda y de Islallana y se pueden alternar para subir y bajar.

La primera no es otra que el camino viejo que unía antiguamente Nalda y Luezas y que, después de años de abandono, vuelve a estar en perfecto estado para el excursionismo e incluso la bicicleta de montaña. Los ciclistas la llaman Senda Bonita y de verdad que lo es.

Sale de la ermita de Villavieja de Nalda por el camino del chorrón de San Marcos, se empina a partir de la fuente, remonta un espeso pinar trazando eses hasta el Viso y de ahí ya solo resta ascender a la Saida (o a la Serrezuela si se prefiere, o a ambas). A mitad de pinar también cabe la alternativa de rodear por Cerro Arao. Pero ese es un paso más normal en la otra ruta, la de Hoyancos. También esta tiene varias posibilidades, pero la más normal, y también preciosa, es la que sale desde debajo mismo de Peña Bajenza (943 m.) por la senda del agua de Islallana, llega a Cerro Arao junto a los corrales de Valdetorre (hay portillas para ganado que hay que dejar cerradas y puede haber perros) y sigue hasta el Viso por otro pinar o asciende directamente a Saida por una pista. No quedan lejos, Peña Puerta, el Castillo de Viguera e incluso Cerroyera, pero esa es otra historia. Hoy nos quedamos en la pequeña gran maravilla de Peña Saida.

Aquí, en Logroño, si alzas la vista hacia mediodía, lo que ves son las estribaciones más septentrionales del Viejo, una muralla nada remota que, sin embargo, separa en un abrir y cerrar de ojos el mundo civilizado de aquí abajo y ese vasto espacio natural más próximo al cielo en el que la presencia del hombre ha ido en retroceso en las últimas décadas. Pueblos como Trevijano son a duras penas supervivientes del abandono rural del siglo XX y otros como Luezas querrían recuperarse en el XXI con nuevas generaciones de serranos. Mientras tanto, sus montañas aguardan impasibles y acogen con sorprendente belleza al aventurero que se atreve a seguir sus pasos hasta ellas. Cuando el mundanal ruido se hace insoportable, escapamos a esas rocosas cameranas que nos contemplan, azules, a lo lejos. Como Jeremiah Johnson. Como una frontera.

De este a oeste, desde Monte Laturce (1.039 m.), hasta Cerroyera (1.406 m.), distantes menos de veinte kilómetros entre sí, se extiende este cordal de altitud mediana y calizas cotas alomadas de escasa dificultad que permiten tantas posibilidades de excursionismo como días hay en el año. Una considerable cantidad de pistas y senderos hace posible recorrer este territorio tanto en bicicleta como a pie y disfrutar de unos paisajes magníficos justo en el centro geográfico de La Rioja. Amplias dehesas donde las yeguas campan a su anchas entre jóvenes pinares de repoblación que solo habita el silencio, carrascas, bojes, aulagas y enebros, y el cielo abierto al viento para que el buitre se meza en las corrientes térmicas y otee desde lo alto el extraño valle de los hombres reptando por sus carreteras.

Recorrámoslo, al menos aquí, a vuelo de pájaro. Comenzando por Clavijo, con su legendario castillo roquero (912 m.) -a donde se puede acceder por La Unión de los Tres Ejércitos o la ermita de Santa Fe de Palazuelos, remontando el barranco Hondo por el camino que los lugareños llaman de la Matanza, bajo el farallón rocoso sobre el que se erige la atalaya-, podemos ascender en primer lugar al mencionado Laturce. Se trata nada más y nada menos que del emblemático monte que adorna el escudo de La Rioja con la cruz de Santiago y las veneras jacobeas que hablan de su historia y sus leyendas. Pasado el pueblo, una empinada carretera asfaltada lleva hasta la ermita dedicada al apóstol, de la que salen dos senderos bien visibles hasta la cima, rematada (rematadamente mal) por un altar y una gran cruz de hormigón y una inscripción que recuerda la batalla del año 844.

En el descenso se puede optar por seguir bajando hasta las impresionantes ruinas del monasterio de San Prudencio, auténtico pecio románico del naufragio de las en otra época muy prósperas tierras cameranas, y continuar, después de cruzar el barranco de Val por la fuente del Piojo, por una sucesión de lomas yesíferas que van subiendo perezosamente hacia el alto del Rebollar (1.214 m.) y Peña Aldera (1.242 m.) a través de los corrales de Zorralamuela o Cerro la Muela, con vistas (a mano izquierda) de Leza del Río Leza, sus horribles canteras y la hermosa garganta del río y sus Peñas (1.151 m.) y la mole, más al este, de Zenzano (1.201 m.).

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Pero, en lugar de esta ruta alternativa, en el descenso de Laturce vamos a regresar a Clavijo para remontar el pinar de Juané (frente al castillo, o también se puede seguir la pista que sale del cementerio hacia el depósito de agua) y retomar así nuestra ruta panorámica hacia Rodalillo o Valmayor, a cuya cota (1.154 m.) se llega después de una larga y sinuosa travesía por la cañada real que cumbrea este monte alargado sobre Albelda (a mano derecha) y sus yasas.

Toca bajar hasta la encrucijada de la Hoya (que algunos conocen como Cuatro Caminos), de donde se puede tirar para Nalda por el empinado camino de Anzares, junto a Peña Soto (1.041 m.) y sus buitreras. Nosotros, en cambio, seguimos hacia el sur para volver a subir entre pinos por el Corro del Cura (1.118 m.) y llegar a otro cruce que, o bien nos puede desviar (a la derecha y en descenso) hacia Peña Guerra, con sus ruinas de dólmenes, y, más abajo, al Cubaldón o Chorrón de San Marcos (con algunas vías de iniciación a las escalada y ferratas) y su ermita, o bien continuar subiendo recto por la dura rampa hacia la cima rocosa de Peña Aldera.

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De aquí, con Trevijano a los pies, enfilamos el descenso continuando por la pista que pasa junto al dolmen del Collado del Mallo. Para el pueblo, muy cercano, se toma un viejo sendero de herradura, pero nuestra pista gira a la derecha en dirección suroeste. Allá arriba se abre un territorio amesatado inmenso. La vista abarca buena parte del Cameros Viejo y sierras vecinas, sus soledades, su aspereza y su hermosura desierta.

Como un indio salvaje

Pero hay que caminar adelante y de nuevo hacia arriba, hacia el cerro Somero (1.305 m.), sobre los cortados de las Peñas Valderas (1.183 m.) para ganar, enseguida, otra de las cimas más representativas de esta muralla natural, el Serrezuelo o la Serrezuela (1.331 m.). Aquí es Luezas, al sur, la aldea que queda a tiro de piedra. Al norte, un cortafuegos (muy reconocible desde el valle) baja directo a San Marcos.

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Ya solo queda descender al Portillo del Viso (donde cruzamos el camino viejo que comunica Luezas y Nalda, que los ciclistas han bautizado con razón la Senda Bonita), superar el pequeño cerro intermedio y ascender la cima hermana de Peña Saida (1.372 m.), la mayor elevación de esta zona (sin contar la todavía distante Cerroyera) y el mirador perfecto para volver la vista al valle, al norte, y contemplar la diminuta apariencia de la urbe.

Peña Saida puede parecer apenas un cogote calizo sin mayor importancia montañera, pero si tus pasos te llevan hasta allí lo que de verdad te parecerá ridículo será la ciudad allá abajo, las prisas, el ruido, las estrecheces, las obligaciones mundanas... Creerás que realmente te encuentras en una frontera y tendrás que decidir si regresas o si, por el contrario, la traspasas y continúas más y más lejos. Aquello es la médula espinal del mundo, Jeremiah, aunque la gente del valle no pueda entenderlo. Y no te extrañes si corriendo junto a los ponis, volando como el águila, sientes que ya eres un indio salvaje.

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