Saber las aficiones de la gente sirve para conocerlos bien. Muchos mienten o cuentan cosas imposibles, como aquel político de Ponferrada que decía que pasaba ... las noches electorales «tocando el saxofón y leyendo a Bukowski», a saber. Ya en su época González-Ruano contaba que las cupletistas que entrevistaba siempre le decían que leían a los clásicos: «La gran burra, que naturalmente no leía ni las esquelas del ABC, contestaba en la interviú:
-Cervantes, Quevedo, Gracián y Góngora».
Uno nunca sabe quién comparte una afición cuando es rara. Warren Buffet y yo, por ejemplo, tenemos algo en común: los dos tocamos el ukelele. Me pasa como al multimillonario americano, que cuando quiero desconectar no me pongo un chandal para salir a correr ni desenrosco el tapón rojo de la botella de JB, sino que cojo un rato ese prodigio de cuatro cuerdas y toco algo de Bob Marley o la Creedence; que uno de los tipos más ricos del planeta comparta conmigo ese pasatiempo nos hace a los dos ser miembros de una hermandad caprichosa y disparatada.
Los futbolistas suelen tener distracciones comunes: viajar, oír música, ver series, pero por encima de todo gustan de exhibir una vida de lujo con la que dan rienda suelta a su desnortada relación con el dinero. Muchos juegan a la Play, cómo resistirse a la tentación de controlar una versión diminuta de uno mismo, ser maestro de guiñol y mover las marionetas para ganar partidos sin moverse del sofá. Por eso ha sorprendido mucho que Xabi Alonso y Arbeloa hayan hablado tan bien de David Gistau. Ambos han escrito columnas emocionadas, llenas de anécdotas y recuerdos en los que demuestran que, además de lamentar su muerte, son dos personas leídas: «Le seguía desde hacía muchos años -relata Alonso-. Después tuve el placer de conocerle, de ser su amigo». Arbeloa dijo esto: «Sufrió en Lisboa y gozó en Kiev. Leerle después era jugar y ganar otra vez la final». Estos dos ya estarán siempre en mi equipo, Warren Buffet no lo sé.
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