El año que vivimos

Somos dados a elaborar nuestro hoy comparándolo con el de doce meses antes. A hacer balances. Se cumple un año del primer caso de COVID. Del primer muerto. Del cierre educativo. Del estado de alarma. Del inicio de la desescalada. Del origen de la segunda ola. Del comienzo de la tercera.

Nuestro examen muchas veces se limita al arqueo de cifras, a la actividad extractiva de datos. Y olvidamos, quizá con demasiada facilidad, lo que vivimos.

Olvidamos que nos confinaron y estuvimos encerrados, que enterramos a familiares y amigos, que decenas de personas mayores murieron en residencias, que se perdieron miles de empleos, que dejamos de ver a seres queridos, que ya no hay abrazos.

Olvidamos incluso que llegamos a pensar que lo peor había pasado. Mirábamos con optimismo al futuro, nos hablaron de vacunas. Nos acompañó un tiempo, breve tiempo, la certidumbre de que todo iba a mejorar. Ese asomo de certeza que hoy nos falta (y nos hace falta) para mirar al mañana sin el ánimo encogido. Para ser capaces de sacar algo positivo en nuestro particular balance del año. Del año que vivimos. Peligrosamente. Quienes lo vivimos. Que algunos, demasiados, ni siquiera eso.