Ver la bancada del partido del gobierno y sus adláteres sonriendo con bobalicón entusiasmo las propuestas de un presidente que lo único que ofrece en ... el discurso del estado de la nación es otro atraco fiscal y más déficit público, es el reflejo de las sectas en las que se han trasformado los partidos, sin que ninguno exija racionalidad política ni manifieste un gesto de desaprobación, porque su manduca podría peligrar. Claro que siempre hay excepciones dentro de ese indigerible potaje llamado Gobierno de progreso, siendo la más teatral y pintoresca disidencia la de la pretenciosa artífice de la entelequia Sumar, a la que nuestro descorbatado doctor en purgas, con su discurso prolijo en simplezas, debió, aparentemente, desbaratar el desconocido programa, a modo de libro gordo de Petete, de esta comunista gallega –de fondo de armario inconmensurable–, cuyo proceso de escucha consiste en visitar al iglesias de los EEUU, que luce apellido de aquellos anuncios de antaño en el que un lechón decía «yo también prefiero Sanders».
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Tampoco sorprenden los mohines de los llamados barones territoriales, que buscando salvar los muebles de sus feudos autonómicos, farfullan tímidas críticas con poses de ofendidos por alguna de las decisiones de su ínclito jefe de la cosa (nostra).
Entre tanta manipulación interesada, lo único que nos faltaba es renombrar como ola de calor lo que antes era simplemente verano. Y que el buhonero que nos preside –que en el colmo de la desvergüenza que atesora sería capaz de tirarse un pedo en un entierro y echarle la culpa al muerto–, nos revela la brillante afirmación de que el cambio climático mata, sin que los pirómanos, esos terroristas de la naturaleza que año tras año provocan la mayoría de los incendios, sean causa de ello. Y que para colmo redondea la faena con la inestimable ayuda de TVE, que programa, en las mismas fechas, películas de catástrofes en las que se suceden desastres achacados, ¡cómo no!, al cambio climático. Y coadyuvando –a más a más que diría un catalán insumiso con lo de no hablar en castellano–, los del pronóstico del tiempo nos largan más que una escala de colores de temperaturas, un mapa de una España incandescente como si estuviera plagada de volcanes de La Palma soltando lava por doquier; y como si llegar a los cuarenta y pocos grados en pleno estío fuera algo insólito en este país sahariano. Ser tan mayor me permite recordar una portada de ABC, en los sesenta, que con regocijo mostraba unos huevos cascados que se freían a pleno sol sobre una piedra, en Écija, la sartén de Andalucía.
No puedo por menos que recordar con nostalgia aquella descriptiva verdad de que cuando un bosque se quema algo nuestro se quema. De cortafuegos, retirada de maleza, pastoreo y cualquier otra medida racional de las de antes, nasti de plasti, porque todo eso no es progresista ni ecológico. Así que seguiremos ardiendo, giro a la izquierda incluido. Y como dicen en Aragón. ¡A cascala, maño!
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