Puede que 250 muertos parezcan pocos entre los más de 63.000 que ya ha ocasionado Israel con sus ataques a la Franja de Gaza. ... Puede que las cifras ya no digan casi nada. Hamás asesinó a 1.400 personas en los atentados del 7 de octubre de 2023 y secuestró a otras 252. Y la venganza del Gobierno israelí ha supuesto hasta ahora una masacre que incluye a más de 18.000 niños. De los 45.000 adultos fallecidos, 250 eran periodistas. Si los reporteros mueren, la verdad también.
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Hasta que no tuvimos ante los ojos las fotografías de esos críos con el esqueleto marcado en relieve bajo la piel, no tomamos conciencia de lo que ocurría con el hambre en Gaza. Sucedió algo similar con los ahogamientos de emigrantes en el Mediterráneo. Sabíamos que en esas pateras que naufragan también van niños, niñas y adolescentes. Pero sólo cuando vimos el cuerpo de Aylan Kurdi, de tres años, tendido sobre una playa de Turquía en septiembre de 2015 comprendimos una tragedia que era vieja. La fotógrafa turca Nilüfer Demir convirtió al pequeño sirio de origen kurdo en símbolo de un drama imposible de contar y de contabilizar en números.
Tendemos a no mirar de frente realidades que nos causan dolor o espanto y que nos obligan a preguntarnos si estamos haciendo algo al respecto. Y de pronto los reporteros te ponen delante algo que no puedes obviar. Tras la difusión de las imágenes de esos chiquillos reducidos a pellejo, se activaron las protestas en las calles, más países europeos anunciaron que reconocerían el Estado de Palestina y la ONU declaró la situación de hambruna de medio millón de gazatíes entre los dos millones acorralados en la Franja.
Israel ha prohibido la entrada de prensa extranjera. Son los reporteros locales los que envían a los medios internacionales la información fiable sobre lo que ocurre. Los periodistas gazatíes están tan expuestos a los bombardeos como el resto de la población, pero corren mayor riesgo porque se han convertido en enemigos a batir por parte del régimen de Netanyahu, que a menudo los acusa en falso de ser terroristas o de trabajar al servicio de Hamás.
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«Israel recurre a los dos métodos más expeditivos de censura informativa: asesinar a periodistas y trabajadores de medios locales, y bloquear el acceso a la prensa internacional». Lo subraya el corresponsal de Vocento en Oriente Medio, Mikel Ayestarán, en su último libro, 'Historias de Gaza'. «Hay dos grandes temas que Israel trata de tapar al máximo al mantener a la prensa mundial fuera de Gaza: el número de muertos y desaparecidos, y el hambre, convertida en arma de guerra».
Los informadores palestinos, que actúan como fuentes de otros periodistas externos, son conscientes de que pueden morir. Por si eso sucede, preparan cartas de despedida. La fotoperiodista Fátima Hassouna, de 25 años, falleció en abril en un bombardeo junto con otros diez familiares. «Si me matan, no entierres mis fotos. Que griten por mí, que cuenten mi historia, que expongan todo lo que he visto y todo lo que no he podido salvar», había avisado a su pareja. La reportera Mariam Dagga, de 33 años, asesinada el 25 de agosto junto con cuatro colegas y otras quince personas en un doble bombardeo contra el hospital Nasser, dejó un mensaje en el que le decía a su hijo que estaba orgullosa de él. De ella son algunas de las imágenes de niños famélicos que distribuyeron las agencias.
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Reporteros Sin Fronteras ha advertido de que en Gaza se perpetra una matanza de periodistas «sistemática, deliberada, que se comete con total impunidad» y es de una dimensión «jamás registrada en la historia reciente». La cadena de noticias catarí Al Jazeera y la agencia francesa AFP denunciaron en julio que sus periodistas se estaban muriendo de hambre. «Hoy lo digo sin rodeos y con un dolor indescriptible. Me ahogo de hambre, tiemblo de agotamiento y resisto los desmayos que me asedian a cada momento. Gaza se muere. Y nosotros morimos con ella». Es el desahogo que vertió en sus redes sociales Anas al Sharif, corresponsal de Al Jazeera. Unas semanas después, el 11 de agosto, murió junto con otros cinco reporteros en un ataque del ejército israelí a la tienda de campaña en la que se refugiaban.
Uno o una elige esta profesión porque le gusta leer y escribir, contar lo que nadie ha contado, por curiosidad, por afán de conocimiento, porque le atraen la aventura y el riesgo, porque quiere estar donde sucede la Historia, destapar los abusos del poder, o porque cree que puede contribuir a mejorar las cosas. Las razones son diversas. Muchas de ellas se recogen en el libro 'Periodistas en tiempos de oscuridad' que acaba de ver la luz. El autor, Fernando Belzunce, director editorial de Vocento, da voz a 111 profesionales, incluidos algunos de los más prestigiosos del mundo. Más que nunca y por modesta que sea nuestra trinchera, todos los periodistas tenemos que pelear por contar la verdad aunque incomode, aunque desencadene presiones, críticas y represalias. Se lo debemos a los lectores, a la sociedad y a esos colegas que eligen una manera de ejercer el oficio en la que no solo se arriesga el bienestar y la reputación, sino también la vida.
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