Cada vez es más difícil contar lo que ocurre en Gaza. Una matanza tan sostenida en el tiempo desgasta el significado de las palabras y ... las cifras. No es sólo que Israel haya prohibido la entrada de prensa extranjera en la Franja, ni que los periodistas palestinos decaigan o mueran, ni que los políticos hayan contaminado el vocabulario para denominar el drama, ni que se agoten los calificativos, a menudo innecesarios para narrar los hechos.
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En el relato de las tragedias que nos desbordan, surge a veces una imagen que nos sacude con más fuerza que cualquier otro lenguaje. Entre las 25.000 víctimas de la erupción del volcán Nevado del Ruiz en Colombia en 1985 nunca olvidaremos a Omayra Sánchez, de trece años, porque casi la vimos morir en directo. Entre los miles y miles de inmigrantes que se ahogan en el Mediterráneo siempre recordaremos a Aylan Kurdi, de tres años, porque nos enseñaron su cuerpo tendido en una playa. Y si los periódicos hubiéramos insertado en nuestras portadas una fotografía que llegó a las redacciones el 16 de septiembre, la niña palestina Amal Zakot se habría convertido en otro símbolo de la masacre en Gaza. Pero no la publicamos.
La instantánea, del reportero Ebrahim Hajjaj, la distribuyó la agencia Reuters con una advertencia: «Material sensible. Esta imagen puede ofender o perturbar». No hay sangre ni vísceras ni mutilación. Pero mirarla duele. Y atrapa para siempre. En un escenario de destrucción, un hombre joven alza en sus brazos el cuerpo desnudo de Amal envuelto en una sudadera de adulto. La niña está gris, del mismo color que los escombros de los que acaba de ser rescatada. Murió sepultada durante la ofensiva del ejército hebreo para tomar Ciudad de Gaza. En segundo plano, un grupo de adolescentes observa con semblantes que no me atrevería a descifrar.
¿Por qué descartamos la fotografía? Sabíamos que iba a molestar a una parte ¿mayoritaria? de la audiencia. Eso es algo a veces obligado en nuestro oficio. Pero pensamos que podría resultar innecesaria, excesiva, tal vez morbosa. Intuíamos que algunos lectores nos reprocharían el haber expuesto a sus hijos a verla. «Si la niña fuera española, ni nos plantearíamos publicarla», fue una de las reflexiones que hicimos en voz alta.
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El cuerpo ceniciento de Amal Zakot recuerda a los de los 50 escolares que murieron en una explosión de gas en un colegio de Ortuella en 1980. Entonces los periódicos sí difundían ese tipo de imágenes de una crudeza apenas amortiguada por el blanco y negro de la época. La sociedad ha cambiado y los medios de comunicación lo han hecho con ella. Nunca nos mostraron cadáveres del 11-S en 2001, en parte por el estado en que quedaron y en parte por no añadir dolor a las familias.
Pero hay más preguntas. ¿Nos escandaliza más la imagen que la realidad que muestra? ¿Nos ofende más que nos la enseñen o el hecho que revela? ¿Ayuda a reaccionar frente al desastre? ¿Dónde ponemos los límites? ¿Son los mismos para catástrofes fortuitas que para matanzas intencionadas? Hoy todo está en internet. Basta con escribir el nombre de Amal Zakot en un buscador para ver la fotografía. Si lo hacen, será decisión suya y, en tal caso, me interesa conocer cuál habría sido su reacción si se hubieran topado con ella en nuestra portada (directora@diariolarioja.com).
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Los testimonios de los médicos que recibían en los hospitales «casi a diario» a niños con disparos de bala en la cabeza fueron uno de los motivos por los que la Comisión Independiente de Investigación de la ONU concluyó que «no eran muertes colaterales, sino el objetivo deliberado de un genocidio que pretende acabar con los palestinos como grupo». Ojalá el plan de paz que se negocia estos días desactive la frase con la que Netanyahu desafió a la ONU: «Todavía no hemos terminado en Gaza».
Este 7 de octubre se cumplen dos años de los atentados en los que Hamás asesinó en Israel, sin escatimar en crueldad, a más de 1.200 personas y secuestró a 252. De los 48 cautivos que continúan en manos de los terroristas, una veintena sigue con vida y puede que su liberación sea inminente, si prospera el plan pactado por Trump con Netanyahu y que debe revalidar Hamás. Cuesta imaginar la tortura que han soportado los rehenes durante 731 días. Y la que sufren los habitantes de la Franja.
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Si deciden buscar la fotografía en internet, y no es un consejo, multiplíquenla por 20.000
La reacción del Gobierno hebreo fue mucho más allá del 'ojo por ojo' y ya ha matado a 50 palestinos por cada víctima israelí. Hind Rajab, que no llegó a cumplir seis años, murió rodeada de cinco cadáveres de familiares en un coche acribillado a balazos por tropas israelíes, desde el que rogó a la Media Luna Roja, durante tres horas y a través de un móvil, que fueran a recogerla. La ambulancia que por fin salió a rescatarla fue reventada por un proyectil con dos sanitarios a bordo. De los más de 67.000 gazatíes que han fallecido en los ataques y por la hambruna, el 30% eran niños y niñas como Hind. Y como Amal. Si deciden ver su imagen, y no es un consejo, multiplíquenla por 20.000. Y al resultado llámenlo como quieran.
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