Al esconderite inglés. ¿Se acuerdan de los días de verano de su infancia? Los paseos en bicicleta, las expediciones submarinas en la piscina, las mañanas ... en el parque, los campamentos, estar en el pueblo, las aventuras de piratas buscando un tesoro... Cuando el verdadero tesoro era el tiempo vivido y compartido con los demás. Vivir el momento, disfrutar del aquí y el ahora que ya llegará septiembre con sus madrugones, rutinas y obligaciones. Éramos felices y lo sabíamos, pero no éramos conscientes de que hacerse mayor era el deseo más sin sentido en toda nuestra existencia.
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Hacerse mayor trae consigo aventuras de otra naturaleza. El trabajo, sacar adelante a tu familia, las responsabilidades, los sinsabores, las decepciones, las pérdidas... La vida adulta nos enseña que es importante proteger la infancia porque es un tiempo que no vuelve y que parcialmente se olvida. Es por ello por lo que me angustio cuando queremos hacer de los niños y niñas versiones en miniaturas de nosotros mismos, cuando les regalamos lo que no les toca o cuando pretendemos que maduren antes de tiempo. ¿Será por envidia? En nuestro interior sabemos que podríamos haberlo aprovechado mejor, que nos obcecábamos en cumplir años cuando cada año traía nuevas responsabilidades y, quizás, no supimos apreciar lo más hermoso que nos da la vida: la infancia.
Por desgracia no todas los niños y niñas viven igual sus primeros años. Parafraseando a Tolstói podríamos decir que todas las infancias felices se asemejan, sin embargo, cada infancia infeliz lo es a su manera. Existen muchos motivos: estructura familiar, escasez de recursos, no tener amigos, salud propia o de un pariente o incluso su ausencia. Lamentablemente, no podemos prevenir todas las causas por las que no van a tener una infancia feliz. Sin embargo, hay situaciones en la que sí podemos plantarnos y gritar «¡Esto no!». Me estoy refiriendo, por si no lo han adivinado, a los miles de niños que están siendo asesinados a causa de bombardeos, ataques indiscriminados y el bloqueo de la ayuda humanitaria en Gaza. ¿No son también niños? Veo a mi hijo de casi tres años y no puedo parar de pensar en esas familias, en esos críos mirando al cielo intentando adivinar dónde caerá el siguiente misil. Ver imágenes de niños agónicos en brazos de sus familiares que los acompañan ante las últimas inhalaciones. Las colas de menores luchando por un cazo de comida o recorriendo distancias infinitas en busca de agua cuando su lucha no debería de pasar de intentar coger su juguete preferido.
La memoria es frágil y la del ser humano olvida demasiado rápido. Si no lo estamos haciendo ya, lloraremos como sociedad dentro de muy poco lo que nuestros gobernantes permitieron que se hiciera, por acción o inacción, y como nosotros fuimos cómplices con nuestro silencio. No hay razones para hacerle eso a un pueblo y, si las hubiera, no hay justificación para hacerle esto a inocentes de cualquier pecado que hayan podido cometer sus antecesores o gobernantes. No es una guerra, es un genocidio. No es política, es humanidad.
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