Si usted, amable lector, busca entre los temas que publica hoy este periódico, se encontrará uno que va de bancos. De oficinas bancarias. Que hay ... un buen montón de pueblos en La Rioja que no tienen. Y quizá recuerde que el otro día publicábamos una historia de cajeros: han quitado el último que quedaba en Galilea, también el último de la zona. Que no es rentable, dicen.
Y ahí está el presidente de la Federación Riojana de Municipios, Roberto Varona, diciendo que qué le vamos a hacer. Si las empresas privadas no quieren, viene a decir, no se lo podemos impedir.
He ahí, en las palabras del señor Varona, condensada la actitud que han tenido acerca de la despoblación todos los gobiernos regionales y centrales que en España han sido. Una actitud ceniza, de hombros encogidos. Una actitud que luego se traduce en un tipo de actuación muy concreta: nada. Rien. Nothing.
Así hemos llegado a donde estamos, claro, pensando que los poderes públicos tienen que quedarse a verlas venir mientras los pueblos pierden servicios. Y no: lo que toca es una actitud de guerra abierta. Hay que pelear por cada estanco, por cada farmacia, por cada cajero que quede en los pueblos. ¿Recuerdan la gasolinera de Cameros? Pues eso: se levantaron los poderes públicos, y la gasolinera se quedó.
Ahora hablamos de bancos. Y eso, señores, me jode especialmente. Esos bancos recibieron miles de millones de euros suyos y míos, y también de los habitantes de Galilea. En alguno de ellos, convendría recordarlo, la mayoría de la propiedad sigue siendo pública. Así que menos exposiciones, y más servicio en los pueblos: eso sí es obra social.
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