Diario de una nube

Soldadito rubio

Me la he traído aquí un fin de semana. Es la belleza niña hablándome, esperando a que doble y desdoble, pliegue en acordeón, levante espigados ... alerones, ponga de horma del viento arambeles de cola a una hoja de papel cuadriculada.

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Es la belleza de verla de puntillas, salvando enrejados, con la barbilla anclada al barandal, con los dedos tirando de sí. Es su grito alocado en la zozobra del fallido vuelo cayendo como una serpentina al jardín. Es la belleza niña aplaudiendo como si tocara unos platillos, a ese nuevo avión de papel que volaba sereno a media ala y que de pronto, cuando iba ya a soltarse del codo de la suave brisa, una cabriola caprichosa del viento nos lo trajo de vuelta para que yo comulgara de ese puro y bello rostro de asombro. Uno no guarda lo valioso en el orfanato de un móvil. Uno tiene un secreto álbum donde va pegando los cromos de su vida con salivilla de su primitiva luz.

Y este domingo se ha despertado con las primeras luces. Y la he subido raudo al ventanal de la buhardilla: alta y abierta al mejor rayar del día. Y contemplo el amanecer en el asombro del perfil de sus pocos años. Ella sabe de ese globo terráqueo de mi mesa con una banderita clavada en La Rioja. Sabe que cuando bajé la persiana, en la oscuridad, la linterna de mi móvil hizo de faro, de nuestra estrella. Ella sabe que de este lado de la esfera es de día, del otro lado, de noche. Y no importa que no entienda todo este galimatías, ella, absorta, me escucha y barrunta vislumbrar en el horizonte un sobresalto.

Mira, ahí viene nuestro sol, ahora que se deja, que remolonea, que todavía es un muchachito rubio de bucles en llamas como el que te sale del lapicero. Míralo bien. Qué prodigio que todo lo que somos naciera de un pedazo de su corazón en llamas. Que su cedazo decantara la belleza de nuestra pequeña vida. ¿No es mágico? ¿No es increíble? El luminoso ciego que nos hace dar vueltas y vueltas en la badana de su honda de seda, que no se quiebra. Y nos lleva de viaje en nuestra vagoneta azul al miedo de lo infinito. Pero tan suave y dulce, tan de tapadillo, que ni nos damos cuenta nos ha dormido el desasosiego de existir. Y siempre es así. La monotonía no le hace dudar. Ni media hora de recreo se ha dado. Y puede que no sepa que vive, pero tiene un arca dorada con semillas de vida dentro, y toda su sangre de oro líquido es de deber: soldadito rubio que nunca deserta.

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Y míralo ahora, se quema como un mártir. Parece una madre abrazando a su rechoncho hijo de tierra, para que cuaje la luz y la vida en todo. Y vivamos. Si antes me venía esa breve náusea, esa tristeza, ese desgarrón de lo absurdo de la vida, ahora, a cierta edad, ya te reconcilias con lo eterno. Ya solo te queda sitio nada más que para la belleza. Mira, ahí viene. Como una cálida hogaza de trigo nos busca por la casa.

¿No te parece esto un sueño?

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