Regatista
Dos instituciones han quedado muy dañadas con el regreso de don Juan Carlos a Sanxenxo: la monarquía y el noble deporte de la vela. De ... lo primero están hablando muchos comentaristas, pero casi nadie ha reparado aún en el daño reputacional que su presencia está causando a la náutica deportiva. Fuentes informativas decididamente entusiastas han puntualizado que el emérito no ha venido a tomarse unos martinis y unas aceitunas viendo barquitos, como cualquier jubilado, sino a entrenar con vistas a participar en la Copa del Mundo. Este jueves mismo salió a navegar.
Estamos hablando de un hombre de 85 años con muletas y severos problemas de movilidad, que requiere de ayuda incluso para sentarse en los mullidos butacones del palco de Stamford Bridge. De los regatistas yo tenía hasta ahora imágenes heroicas. Me parecían deportistas ágiles e intrépidos que eran capaces de manejar agónicamente timones y palos mayores entre turbulentas nubes de espuma. Ahora, sin embargo, no puedo dejar de pensar en la vela como en una versión flotante del tai chi.
En Zarzuela, a estas horas, debe cundir la preocupación. Imaginemos que el Bribón gana la Copa del Mundo y de pronto nos encontramos al emérito de abanderado español en los Juegos Olímpicos de París 2024, lo que generaría situaciones diplomáticas incómodas. Hay que buscarle otro deporte a este hombre tan enérgico. No me extrañaría que alguien de la Casa Real esté pensando en convencerle, quizá con la ayuda de Froilán, de lo bonito que sería batir el récord de la alpinista que se ha tirado 500 días encerrada en una cueva sin asomarse al exterior. Seguro que también hay grutas chulas en Abu Dabi.
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