Todos estamos de acuerdo en que las vacaciones son para desconectar, relajarse, reponer fuerzas y volver al trabajo con energías renovadas. En mi caso no ... viene mal aparcar un poco las preocupaciones por los problemas sociales. No solo por mí, también por las personas que me rodean, que se quejan de que solo le veo la parte crítica a todo y nunca estoy contenta ni con el gobierno ni con la oposición.
Me cuesta un poco mandar a las inquietudes a tomar el sol, pero seguramente servirá también para regresar a la vida diaria con más espíritu reivindicativo.
Lo cierto es que la actualidad me lo pone difícil. No hay más que abrir un periódico para comprobar los acuerdos de la derecha española que se van asumiendo con normalidad, a pesar de contenidos abiertamente racistas, machistas y franquistas; o que ha subido el desempleo, las listas de espera en los hospitales se agravan con los permisos vacacionales, la ley de la dependencia sigue sin atender a tantas personas que lo necesitan y, por si faltara algo, la matanza de ideología fascista perpetrada contra extranjeros en ese país que vende armas en los supermercados y que nos da lecciones de democracia.
El caso es que yo también necesito un respiro. Acabo de llegar a mi pueblo de Granada y me he levantado con ganas de hacer una paella de marisco para mi familia. Así que me voy a la pescadería que hay al lado casa. Me creerán si les digo que me conocen de sobra porque mientras elijo las cigalas y los mejillones les cuento alguna historia o alguna receta especial que hacía mi madre o mi suegra. Es un rato muy agradable porque mientras espero el turno viene también una antigua compañera de colegio que hace tiempo que no saludo y aprovechamos para sacar el móvil y mostrar los progresos de los nietos. El establecimiento está perfectamente atendido por dos mujeres jóvenes que son de una amabilidad y eficacia extraordinarias.
Ellas también me cuentan las últimas tendencias en la materia y, mientras le sacan los ojos a un besugo, me explican que este verano está haciendo furor el pulpo a la cerveza. Las otras clientas asienten y se hacen cruces de lo tierno y exquisito que sale. La fórmula es sencilla, un octópodo mediano , dos latas de tan popular bebida y al horno.
La verdad es que estoy tan a gusto en la animada charla que, de broma, les comento que me vendría aquí a pasar la mañana que incluso podría ayudarles, porque mi hermana Carmen es pescadera y algo se me habrá pegado. Una de ellas me dice que me recibirían con los brazos abiertos porque la semana que viene se va de vacaciones y no hay forma de encontrar alguien que la sustituya, por lo que la otra empleada deberá atender sola el negocio. De pronto dependientas y clientas dejan de alabar al famoso pulpo y comienza un debate en las que todas están de acuerdo: actualmente los jóvenes no quieren trabajar, el desempleo es una ficción y España es un país de flojos. Otra clienta relata que trabaja en una residencia de ancianos y que tiene problemas de espalda pero que no coge la baja porque no quiere fastidiar a la empresa.
Entonces me intereso por los detalles de la oferta de trabajo y resulta que son nueve horas de lunes a sábado y, aunque desconocen el sueldo, imagino que no será mucho más de mil euros. Yo opino que las condiciones no son buenas, que el estatuto de los trabajadores recoge 40 horas semanales y no 54. Nadie dice nada ante algo tan evidente y volvemos a hablar de paellas y de recetas. Aunque me había propuesto dejar de ser la pesada de siempre me doy cuenta de que la defensa de los derechos de los trabajadores no es algo que pueda aplazarse hasta septiembre.
Espero que este tiempo de relajación les sirva también a los que tienen que gobernar para llegar a acuerdos que impidan que se explote a la gente, que todo el mundo tenga derecho a bajas, horarios correctos y, por supuesto, el merecido descanso veraniego. Y dicho sea de paso, como estoy de vacaciones cuando regreso a casa abro una cerveza para mí y otra para el pulpo.
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