Me siento muy ligado a Pedro Sánchez porque yo también tuve un Peugeot 407. Era un buen coche, cómodo para los trayectos largos. Yo lo ... estrené con un viaje entre Logroño y Ljubliana, aunque no me detuve a dar mítines, con lo que ahorré bastante tiempo. Tampoco la compañía era la misma. El incidente mayor fue una vomitona de mi hijo y aún recuerdo aquel olor ácido y persistente que no había manera de aventar por más toallitas perfumadas que frotáramos sobre la tapicería. Espero que Pedro no sufriese jamás un contratiempo semejante. Un retortijón de Koldo y rescatar ese Peugeot hubiera sido más difícil que rescatar Air Europa.

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Nosotros hablábamos de cosas sencillas pero reales. Escuchábamos canciones italianas y, si no había más remedio, los Cantajuegos. Para salvar la dignidad de los Peugeot 407, les aclaro que ninguno hemos acabado aún en prisión y ni siquiera estamos imputados. Sin embargo, me escama mucho saber qué cosas se decían en el otro Peugeot. Santos no tiene pinta de pasarse la vida contando chistes de Arévalo, pero alguna conversación mantendrían. ¿Se reirían los tres a carcajadas cuando Pedro, el típico guaperas incauto, bajaba a hacer pis en las gasolineras? ¿Hablarían en clave, tal vez de chistorras y sobrinitas, mientras Sánchez escuchaba plácidamente sus cedés de música indie? Imagino el sincero disgusto del presidente al conocer la turbulenta vida de sus antiguos amigos: «¿Te lo puedes creer, Begoña? Quién nos lo iba a decir, con lo sensibles y feministas que parecían. ¡Tenías que haber visto a Koldo, con los ojos arrasados en lágrimas, recitando a Hölderlin aquella tarde camino de Aldeanueva de Ebro!»

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