¿Pandemia o pandereta?
LA PLAZUELA PERDIDA ·
El magnífico poeta Benítez Reyes, en una de sus atinadas reflexiones en Facebook, decía que podían ahorrase la limpieza de los centros escolares, pues este ... comienzo de curso tenía la pinta de que colegios e institutos cerrarían en una semana. Esta reflexión, a pesar de la natural concisión, propia de las redes, y de la también natural exageración que el medio 'online' casi exige, lanza una alerta de lo que puede ocurrir y que todos nos tememos, viendo lo que ocurre en este inusual verano, tanto por la falta de conciencia de los jóvenes como por la extraña y sorprendente incapacidad política para dar respuesta a este grave problema de los rebrotes. ¿Se comportarían de igual modo esas multitudes que no siguen las normas si se hubiese mostrado, en toda su crudeza, la legión de ataúdes que provocó la epidemia? ¿El palacio de hielo, atascado de muertos –imágenes que nos hurtaron, supongo que por motivos políticos–, no sería bastante disuasorio para los inconscientes que hacen del ocio un arma mortífera para sus mayores? Los defensores del ocio nocturno dicen que casi la mitad de los contagios son en el ámbito familiar, pero ¿quién lleva el contagio a las familias? Apostaría a que la mayoría de contagios los llevan los niños que vuelven de madrugada de sus fiestas nocturnas.
Sé que hay centros de enseñanza que trabajan contra reloj, organizando protocolos para el comienzo del curso, con dedicación y buena voluntad, pero no sé si con los medios que serían necesarios. Tengo la mala impresión, no sé si correcta, de que muchos políticos imitan al vértice del poder, en lo referente a que sean otros quienes bailen con la más fea.
Visto el comportamiento veraniego de adolescentes y no tanto, que circulan en grupo, sin mascarilla, sin renunciar a casi nada, botellones incluidos, qué puede hacernos pensar que, al comenzar el curso, van a cambiar sus usos y costumbres. Ojalá lo hagan, pero no lo creo. Por mucho que los profesores se esfuercen en que los muchachos guarden las distancias, en organizar aulas con mayores espacios o con menos ratio de alumnos y en adoctrinar correctamente sobre las normas, me imagino, aunque no quiera, cómo serán los recreos y los cinco minutos entre clase y clase. Y no me gusta nada mi imaginación. Quizá no ocurra en una semana, como alerta el poeta, pero me extrañaría que llegue Navidad sin que estén cerrados buena parte de los centros de enseñanza, por excesivos contagios.
Harían bien los dirigentes de educación, en sus distintos niveles, en tomarse en serio todas las posibilidades y en elaborar un buen plan de prevención; y mejor si, en esto, no imitan a sus jefes, pues ya vemos por qué derroteros están llevando la pandemia nacional, por no decir la pandereta nacional.
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